
Artistas se oponen a presentarse en festivales financiados por el fondo proisraelí KKR
En junio de 2024, la industria global de la música electrónica vivió un giro inesperado cuando Superstruct Entertainment, empresa responsable de más de 80 festivales internacionales, fue adquirida por el fondo estadounidense KKR (Kohlberg Kravis Roberts & Co.). Una compra, que no solo consolidó al fondo como un actor dominante en el entretenimiento en vivo, sino que también reavivó el debate sobre los vínculos entre la cultura y el capital procedente de zonas de conflicto.
KKR, uno de los fondos de inversión más influyentes del mundo, tiene participación en compañías que desarrollan tecnología militar utilizada por Israel. Y justo cuando la ofensiva en Gaza dejaba miles de víctimas civiles, esta conexión encendió las alarmas: ¿puede un festival hablar de diversidad y justicia social si está financiado por un fondo vinculado a conflictos armados?
Superstruct publicó un comunicado en el que expresó estar horrorizada por lo que sucede en Gaza, pidió el fin inmediato del conflicto y aseguró que sus festivales funcionan de manera autónoma, reinvirtiendo sus ingresos en cultura. Sin embargo, para muchos DJs y productores esas palabras no fueron suficientes, y comenzaron a bajarse de los carteles como forma de protesta.
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Sónar, uno de los festivales más reconocidos de Europa, fue el primero en sentir el impacto, con más de 30 cancelaciones confirmadas para su edición de este año, que se celebrará del 12 al 14 de junio en Barcelona. Lo mismo ocurrió en Field Day, Reino Unido, donde más de 15 artistas decidieron no presentarse.
Entre los nombres que cancelaron su participación figuran ABADIR, Akyute & Alice Sparkly Kat, ANCIENT PLEASURE, Forensis & Bill Kouligas, dj g2g, Dania + Mau Morgó, Emma di y DjSport, entre otros; haciendo pública su decisión a través de comunicados colectivos o mensajes en redes sociales, señalando que no pueden legitimar con su presencia festivales financiados por capitales ligados a la violencia.
“Nos han enseñado que la música une, pero no podemos permitir que esa unión se construya sobre el sufrimiento de otros”, declaró el productor británico Ben UFO. Y Brian Eno, artista y activista histórico, fue aún más directo: “La cultura debe tener límites éticos. No podemos mirar hacia otro lado mientras nuestros nombres se asocian con fondos que financian la ocupación y el apartheid” (sistema de segregación racial y discriminación que fue implementado en Sudáfrica por el gobierno blanco minoritario entre 1948 y principios de la década de 1990).
Frente a esta polémica, Sónar decidió responder a algunas dudas que han surgido recientemente, y en un comunicado, expresaron: “Manifestamos de manera clara nuestro apoyo a la población civil palestina que está viviendo una grave crisis humanitaria en Gaza. También hacemos extensiva esta solidaridad a todas las personas afectadas por la violencia y la violación de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo”.
Mientras Superstruct insiste en que sus festivales operan de manera independiente, la presión sigue creciendo. La relación con KKR no es menor: este fondo tiene el control mayoritario de la empresa y participa en decisiones estratégicas, por lo que separar los intereses financieros de las prácticas culturales no parece tan sencillo.
Frente a este panorama, diferentes colectivos han comenzado a proponer formas de resistencia: desde apoyar espacios autogestionados e independientes, hasta exigir mayor transparencia financiera y ética a las grandes promotoras. También se ha empezado a valorar a quienes renuncian a contratos por coherencia, aunque eso implique perder visibilidad o ingresos. Porque más allá de la fiesta, la pista de baile siempre ha sido un lugar de expresión política y resistencia.