La muerte, el ritual y la ascensión de Rosalía en LUX
Antes del lanzamiento de LUX (2025), cuarto álbum de la catalana Rosalía, Internet ya había dicho y desdicho casi todo de él. En especial, adjetivos. Muchos adjetivos. Cuando apenas había lanzado el primer sencillo, muchos calificaron al disco como el mejor del año, una obra maestra, el que vino a hacernos creer en el arte.
En efecto, LUX, del latín luz, es una obra cuidada en cada detalle. Desde la forma y la imagen hasta el modo de distribución. Rosalía ha aplicado (ahora, desde luego, con más recursos) el mismo método con el que se ha acercado a la música desde que conoció al flamenco (que evoca en LUX en la canción La rumba del perdón) y la música de Camarón a los 13 años hasta que lanzó Los ángeles (2017) o El malquerer (2018): obsesionarse, investigar, cantar.
…Nunca he dejado de estudiar música. Cada día hago mis ejercicios de canto por la mañana, le dedico unas 7 u 8 horas antes de meterme al estudio.
La lectura de LUX como producto cultural, sin embargo, en la mayoría de casos no se ha correspondido con el cuidado puesto en el álbum. El juicio se anticipó a una obra que reclama lo contrario. Corremos al tiempo de las redes sociales. Y probablemente no hagan falta más críticas. Pero acá van algunas reflexiones sobre el significado de LUX y su uso de los signos religiosos en el estado actual de la música pop.
Tensión religiosa
En la portada de LUX aparece Rosalía con un hábito de monja blanco. Tiene sus brazos atrapados dentro del hábito, como si se tratase de una camisa de fuerza. Los habitos blancos, utilizados en general por las órdenes dominicas, simbolizan pureza e inocencia (a diferencia del negro que puede hacer referencia a la penitencia).
Sexo, violencia y llantas, la primera canción, funciona como obertura, con piano y cuerdas, introduciendo los elementos clave: los gestos de amor, Dios y la ascensión.
Quién pudiera vivir entre los dos
Primero amaré el mundo y luego amaré a Dios.
Quién pudiera venir de esta tierra
Y entrar en el cielo y volver a la tierra.
Durante una entrevista en el podcast de Radio Primavera Sound, previa al lanzamiento del disco, Rosalía dijo que practicaba el celibato voluntario.
Esa confluencia de códigos: la religión, la pureza y el celibato, como señala Aïda Camprubí en su (recomendada) crítica para Vogue España, “ha generado revuelo público…sobre si estamos viviendo un auge de conservadurismo, como si no hubiera religiosos anarquistas”.
Sin embargo, el uso de códigos religiosos en este álbum tiene como telón de fondo una tensión cultural más interesante que va más allá de enunciar un supuesto giro al conservadurismo.
El hábito de monja; la aureola con la que ha aparecido Rosalía en todas las entrevistas (exclusivas) que publicaron varios medios; el escenario eclesial que eligió en su Listening Party en la Sala Oval del Museu Nacional d’Art en Barcelona; la letra de Sauvignon Blanc (en la que habla de escuchar a Dios y tirar sus pertenencias) o el aria que duró escribiendo un año, Mio Cristo Piange Diamanti, y que según contó en la completísima entrevista con Zane Lowe, está inspirada en la amistad entre Santa Clara y San Francisco de Asís no son códigos religiosos a secas. Son los códigos religiosos de la tradición católica.
El “revuelo público” que ha generado es inocente frente al contexto religioso-espiritual en el que emerge LUX.
En España, la primera minoría religiosa son los cristianos evangélicos. El cristianismo evangélico, derivado del protestantismo, es una de las vertientes religiosas con mayor crecimiento en el mundo en los últimos años. Especialmente debido al crecimiento de las iglesias pentecostales y neopentecostales en Norte, Centro y Suramérica.
Estas vertientes del cristianismo se han construido en oposición a la institucionalidad del catolicismo. Y, aunque hay muchas variantes, se desmarcan del catolicismo promoviendo la desmitificación de ideas como lo divino o lo mágico, racionalizando la relación con Dios y alentando la idea de la autonomía individual.
Ese ensalzamiento de la individualidad del cristianismo evangélico se ha extendido en el mundo correlativamente en la música pop moderna. Piensen en la cantidad de artistas que le cantan a su éxito o desarrollan carreras y personalidades alrededor del proceso de ser artista antes que el proceso de crear la música. Es un fenómeno notable especialmente en el (mal llamado género) “urbano”, en el que inscribieron a Rosalía en sus primeros álbumes.
Según contó la Rosi, muchas de las canciones de LUX están inspiradas en la vida de mujeres como Juana de Arco, Santa Olga de Kiev, Santa Rosa de Lima o Santa Teresa. Al incluir a las santas y a Dios en la ecuación (aparentemente sacándose a sí misma), hay también un choque estético con el discurso del protestantismo en la música: es decir, con el discurso del triunfo individual.
LUX representa una ruptura, incluso, con la propuesta de la misma Rosalía de Motomami (2022).
En Motomami, la hiperreferenciación (sampleos, palabras con emojis, memes) y las canciones fragmentadas y caóticas obedecían a un motivo: la creación de un referente identitario. Era un álbum que proponía una paleta de valores como la ternura, la osadía, la originalidad y la autoconfianza. Era un tratado sobre cómo ser una verdadera motomami. LUX, obedece a una estructura más clara.
Cree en Rosalía
Puede que en muchas de las críticas recientes usen muletillas para hablar de LUX como un álbum “auténtico”, “humano” u “honesto”. Pero, de nuevo, este es un álbum producto de la investigación. Como dice Rosalía en Dios es un stalker, ella es “dueña del mundo y de las ideas”. Te canta en primera persona historias pensadas desde la estructura. Su objetivo, antes de decirte cómo ser, es hacerte creer. De ahí el exceso de ritualización: su aparición en una calle de Madrid, las alusiones a la misa en sus encuentros, la solemnidad, la aureola y sus apariciones de blanco inmaculado aludiendo a la divinidad.
La creencia, como señala el filósofo Slavoj Zizek, es una actitud reflexiva y no un simple creer: hay que creer en la creencia. “Creer directamente, sin la mediación externa de un ritual, es una carga pesada que, a través del rito, se puede transferir sobre un Otro”.
A pesar de que Rosalía ha dicho en varias entrevistas que LUX también hace referencia a su historia personal, hablar desde otro lugar y reconocerse en la vida de otras mujeres incluso aprendiendo nuevas lenguas (canta en 13 idiomas) y acogiéndose a las estructuras más clásicas es su apuesta más arriesgada.
Más arriesgada, a mi juicio, que su apuesta por la instrumentación orquestal, un fenómeno con antecedentes cercanos en el pop; entre otras cosas, gracias a la intervención del orquestador clásico Rob Moose, figura detrás de las producciones de Phoebe Bridgers, Justin Vernon, Anohni o Miley Cyrus.
LUX funciona como una ópera con obertura, aria y coros. La trama hace alegoría a lo que Pablo Gianera señala como el núcleo de la ópera en el siglo XX: algo de apariencia inalcanzable que, cuando efectivamente se alcanza, no es sino la antesala de la muerte.
En tiempos en los que el ritual desaparece y la espiritualidad recae en la creencia ambigua centrada en sí mismo (soy espiritual, pero no religioso), LUX aparece como contenedor de la experiencia ritual. Rosalía, que creció visitando la iglesia con su abuela, probablemente lo pensó de esta forma. Vio el vacío que Kanye vio en su transición al góspel cuando empezó los Sunday Service en 2019 (antes de su descenso en la provocación vacía e irresponsable). Los dos, Kanye y Rosalía, en cualquier caso, son visionarios del mercadeo.
La imagen con la que cierra el disco es, en efecto, la muerte. Magnolias es una canción ceremonial. Un entierro en el que las magnolias caen sobre un ataúd y Rosalía se preocupa por su legado antes de que aparezca un coro celestial y habla de la ascensión.
Yo, que vengo de las estrellas
Hoy me convierto en polvo
Pa´volver con ellas.