¿Carlos Vives es un rockstar? La actitud rebelde que transformó la música colombiana
Cuando se habla de Carlos Vives, la mayoría piensa en acordeones, tambores y mar. Sin embargo, su carrera musical no se resume en eso, y mucho menos comenzó allí. En realidad, los primeros pasos del samario estuvieron ligados al rock en español, un sonido que se movía de formas particulares en toda América Latina durante los años 80.
En 1986 lanzó su primer álbum, Por fuera y por dentro, todavía cercano a la balada-pop. Pero un año después, con No podrás escapar de mí (1987), su propuesta se volvió más arriesgada: guitarras eléctricas, baterías marcadas, sintetizadores y letras intensas lo situaban dentro de la ola rockera de la época. Pueden encasillarlo en balada, pero balada rock al fin y al cabo.
El punto más claro de esta faceta llegó con Al centro de la ciudad (1989), un disco que incorporó sonidos urbanos y un estilo más rock, hasta hoy considerado como uno de los trabajos que lo muestran más lejos del folclor.
Hay que recordar además que el rock no solo se valida desde lo anglo o lo mainstream. América Latina también desarrolló su propia forma de vivirlo y expresarlo, con propuestas que no siempre respondían a la norma de lo que se entendía como rock en el norte del Planeta Tierra.
Ahora, distando un poco del sonido, no se puede dejar de lado su look con chaquetas, jeans y el cabello largo, típico de lo que en esa época era característico de un rockero. Que si es o no algo prejuicioso, es otra discusión.
El cambio llegó a inicios de los 90, cuando protagonizó la telenovela Escalona y se reencontró con la tradición vallenata. Sin embargo, su formación rockera nunca desapareció: en 1993, con Clásicos de la Provincia, Vives tomó canciones tradicionales y las interpretó con su banda La Provincia, que incluía guitarras eléctricas, bajo y batería, perceptibles solo para oídos que verdaderamente quieran escuchar.
En 2004 Carlos Vives lanzó el álbum El Rock de mi Pueblo, un título que resume perfectamente toda esta conversación. Para él, el “rock” no era solo guitarras eléctricas, sino la energía y la rebeldía de su tierra. Con este disco, Vives dejó claro que el Caribe colombiano también podía tener su propio “rock”.
Ese ADN rockero fue el que le permitió modernizar el vallenato y darle la fuerza necesaria para llegar a nuevos públicos. Hizo lo que hoy en día se le aplaude a la mayoría de los artistas, fusionar géneros y sonidos hasta no saber a ciencia cierta qué es, que no se le pueda encasillar y sea motivo de debate.
Hoy, con décadas de trayectoria y múltiples premios internacionales, Carlos Vives sigue siendo un rockstar en esencia: alguien que no teme romper moldes, reinventarse y mantener una conexión con un público que se ha diversificado con los años, pero que no deja de reconocer que es una figura importante en la música latina y colombiana en especial. No por nada El rock de mi pueblo está dentro de los 50 mejores álbumes de rock latinoamericanos de Rolling Stone.
Sus inicios en el rock no solo son un dato curioso, sino la base de la actitud que lo ha acompañado a lo largo de su carrera. Porque ser un rockstar no significa únicamente tocar rock. El término ha trascendido al género para convertirse en una forma de describir a quienes rompen estigmas, desafían lo establecido y se atreven a reinventarse.
Carlos Vives indiscutiblemente entra en esa definición, porque no solo transformó el vallenato, sino que derribó la idea de que la música folclórica o tropical debía sonar igual siempre, abriendo el camino a nuevas fusiones y demostrando que lo local también puede ser universal.
Carlos Vives es uno de los headliners del Festival Cordillera 2025. Un anuncio que causo reacciones tanto a favor como en contra. Tal vez luego de todo esto, para alguno tenga más sentido su inclusión en este festival que, además de celebrar los sonidos latinos, tiene sus bases en el rock.