'Verde como el oro': el documental que pone la lupa sobre el proyecto de megaminería de Quebradona
Este 2021 vio la luz el documental Verde como el oro, dirigido por Isabella Bernal. El trabajo pone la lupa sobre el proyecto de megaminería de Quebradona, en el Suroeste antioqueño de Colombia. En la pieza, se advierte a las autoridades nacionales sobre una posible catástrofe ambiental, que afectaría a la comunidad y a una de las especies insignias del país: el oso de anteojos. Es además, un documento sumamente necesario, pues pone sobre la mesa no solo este caso en particular, sino la necesidad de discutir el modelo extractivista del país y la voz que tienen las comunidades a la hora de decidir el futuro de su territorio.
Según cifras del Gobierno Nacional, en 2020 se alcanzó una producción de 47,6 toneladas de oro, un 29,9 % más que en 2019. Desde la Agencia Nacional de Minería (ANM), lo anterior fue motivo de celebración al traducirse en más impuestos y regalías que derivarían en desarrollo para distintas regiones del país.
No es algo nuevo que la extracción minera sea un elemento fundamental para las arcas del Estado. Desde el año 2006, cuando terminaba el primer gobierno de Álvaro Uribe, se lanzó el Plan Nacional para el Desarrollo Minero, Visión al año 2019, según el cual, el Estado debía “facilitar la actividad minera, promover el desarrollo sostenible en la minería y fiscalizar el aprovechamiento minero”. Es decir, asumir una labor de control y fiscalización de las actividades extractivas realizadas por agentes privados.
Durante el Gobierno Santos esta locomotora se mantuvo y, entre 2010 y 2017, el país recibió por cuenta de los hidrocarburos y la minería más de $153 billones entre dividendos, impuestos y regalías; de los recaudos más altos que se habían tenido en décadas.
Sin embargo, más allá de esa perspectiva oficial, es un tema que ha suscitado profundos debates en el país y que resulta particularmente complejo. Por un lado, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito que vio la luz el año pasado, más del 60% de la minería de oro en el país es de operación no legal; algo sobre lo cual los medios de comunicación han llamado la atención en diversas ocasiones.
Por otro lado, no siempre se puede marcar una narrativa que diferencie tajantemente la minería legal de la ilegal. En ocasiones pueden estar relacionadas y, el hecho de que sea legal, no garantiza que no haya vulneración de los Derechos Humanos. Ya en 2015 la Defensoría del Pueblo usaba la expresión “minería sin control” para referirse tanto a la minería ilegal como a la legal -en el papel- que se realiza de manera irresponsable y sin los debidos controles.
Además se han presentado casos como el de Cajamarca, en Tolima, donde tras pelear por una consulta popular, de las 6.241 personas que votaron para decidir si aceptaban o no el desarrollo de un proyecto minero en su municipio, sólo 76 dijeron que sí. Un abrumador 97,92%, rechazó el proyecto de La Colosa, de AngloGold Ashanti (AGA), que pretendía la extracción de oro a cielo abierto. Los riesgos ambientales, la afectación del tejido social y el detrimento de otras vocaciones económicas sostenibles para el territorio fueron algunos de los motivos.
En el Suroeste antioqueño, más del 90% de las tierras están en solicitud de títulos para exploración minera. El caso particular que trata el documental Verde como el oro es el proyecto de Quebradona, de la minera sudafricana AngloGold Ashanti, que pretende explotar en Jericó -aunque la discusión involucra a otros municipios-, a tres horas de Medellín, 4.9 millones de toneladas de concentrado de cobre (80%), oro y otros minerales en 4 años de construcción, 21 años de producción, 3 de cierre y 10 post cierre.
Jericó es un municipio de 12.000 habitantes que tradicionalmente ha vivido de la agricultura. La compañía ha afirmado que el 80% del personal de la mano de obra sería del lugar, lo que conquistó a varios oriundos de la zona pues, según AngloGold Ashanti, tan solo en los cuatro años de la construcción del proyecto, este generaría cerca de 3.000 empleos directos.
Sin embargo, otros habitantes temen a los impactos ambientales que traería este megaproyecto, pues se planea dinamitar y cavar 400 metros en la profundidad de las montañas, poniendo en riesgo los ríos que pasan cerca, vitales para la subsistencia de la comunidad y para la actividad agrícola. También, la misma minera asegura que en la parte alta de la montaña producirán un cráter sobre la superficie que tendrá 365 metros de profundidad y un kilómetro de longitud.
Precisamente todos estos debates son tratados en el trabajo de Isabella Bernal -financiado por Rainforest Journalism Fund’ del Pulitzer Center- en el que se explora la brecha que existe entre el mundo legal y la realidad territorial, la visión de desarrollo que existe en Colombia, la agencia y autonomía de una población sobre su territorio y la resistencia contra la megaminería. En Radiónica conversamos con Bernal.
Para empezar, quiero que nos explique uno de los principales focos que trata el documental: la brecha que existe entre el mundo legal y la realidad territorial. ¿Cómo se ve eso en el caso del proyecto de Quebradona?
Primero hay que decir que este documental, en lo inmediato, sirve para pedirle a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), que no le dé la licencia a AngloGold, ese es el objetivo. Luego, creemos que a mediano plazo podemos empezar a hablar en Colombia sobre la importancia de la democracia ambiental. La democracia ambiental es la capacidad de agencia que tienen las comunidades sobre las decisiones que se toman en su territorio, en cómo pueden influir en su bienestar, en el uso del agua, del aire, de la tierra.
Este gobierno, por ejemplo, tiene como bandera la minería y por tanto, le da muchas prebendas a las empresas. Pero no puede ser que en Colombia, el gobierno de turno dicte el futuro de las poblaciones por temas coyunturales. Se trata entonces de crear mecanismos para que todas estas comunidades y nuestros ecosistemas estén protegidos más allá de la coyuntura.
En ese sentido, esa brecha de lo que ocurre en las realidades territoriales y lo que ocurre, por ejemplo, en las oficinas en Bogotá, donde se toman las decisiones, se va a ir estrechando y esa realidad territorial no se va a ver afectada, ni amenazada por quien llegó de turno a ocupar un cargo. Es blindar la voluntad de las personas y que esta sea una prioridad en la toma de decisiones y en los procesos de licenciamiento. La consulta popular era un mecanismo muy efectivo y este gobierno lo invalidó.
El objetivo a largo plazo es contribuir a esa democracia ambiental…
Nosotros no quisiéramos que este trabajo se redujera al momento coyuntural de lo que pasa allí, sino empezar a hablar con muchísimos más cineastas y documentalistas sobre este problema. Y creo que hay gente haciéndolo, como los de Expedición Tribugá, que entregaron un trabajo súper importante. Es cómo desde el arte le apostamos a nuestras exigencias como ciudadanos.
Háblenos de cómo se invalidó la consulta popular. Al ser democracia participativa, según la constitución, ¿qué herramientas tiene una comunidad para poder manifestar sus deseos e incidir en la toma de decisiones?
Sigue existiendo la consulta previa. En cualquier proyecto de megaminería que se vaya a llevar a cabo, si en la zona de intervención de la mina tiene presencia un pueblo indígena o afro, este debe ir a consulta previa con dicha población.
Ahora, más allá de la presencia de grupos étnicos, la ANLA tiene pendiente hacer una audiencia pública en Támesis, esa va a ser la oportunidad para que la gente pueda verbalizar lo que está sintiendo.
¿Qué papel tiene el municipio de Támesis dentro del proyecto?
El Suroeste antioqueño está conformado por distintos municipios y Támesis es uno de los grandes excluidos del plan de manejo ambiental de la minera, lo mismo que el oso andino. El documental Verde como el Oro, lo que intenta es poner la lupa a los dos grandes excluidos: Támesis y el oso. Se dice que la mina va a ser en Jericó, pero hay que entender que un mapa no es solo el territorio demarcado, hay que tener en cuenta el flujo de una especie, por ejemplo. También hay que tener claro que al afectar el agua, se afectan los acueductos comunitarios de mucha gente. En estos casos la división geopolítica es completamente absurda.
La Mama, que es una de las montañas donde se va construir la mina, es una estrella hídrica y romperla va a afectar todo de ahí hacia abajo. Y como la Mama hay varios casos. Pienso que deberíamos entender que el mapa no es el territorio y que, en este sentido, no se le ha dado espacio a todos los afectados para que opinen.
¿Qué posiciones hay frente al proyecto en Jericó?
Se dice que en Jericó todo el mundo está de acuerdo con la mina, eso no es cierto tampoco. Y además hay que analizar algo, ¿con qué tipo de mina están de acuerdo? ¿Con la mina que promete una cosa que en la práctica no va a ocurrir? ¿La que está escrita en el papel y que fue delimitada geopolíticamente? ¿La que dice que van a romper la montaña alta sin afectar los caudales abajo? Esa mina es una utopía, eso no va a ocurrir así.
Hay un montón de estudios que demuestran que el nivel freático de la tierra en ese lugar es muy alto. El peligro de que el nivel freático sea muy alto es que, al romper la montaña, se puede desplomar. Dicen también, por ejemplo, que la roca en esa región no es porosa y hay unos estudios locales hechos y financiados por varias personas que demuestran que la roca sí es porosa. Eso quiere decir que si se hacen unos túneles por encima y se llenan de agua, esa roca la va a absorber y puede colapsar. Sería un desastre ecológico, todas las especies que viven en la parte alta de esa montaña se van a ir. Va a morir la montaña.
¿Qué responde la empresa frente a estos cuestionamientos?
Yo creo que no ha oído a la gente, no han visto las cámaras trampa, no conocen a las personas que, por ejemplo, conviven con el oso de anteojos. La gente tiene una relación muy cercana con su entorno. El que ellos pongan cámaras trampa en el espacio que ellos consideran que va a ser intervenido y no lo vean, no quiere decir que no existe. Hay claras pruebas que demuestran que el oso andino camina por ahí.
¿Qué tan posible ve lograr revocar la licencia?
Hay que facilitar la agencia, poner los altavoces. Nosotros, con este documental, no estamos haciendo nada nuevo. Tendemos a creer que estamos revelando una verdad y esto hace diez años las personas del suroeste antioqueño lo están diciendo, desde que empezaron las exploraciones. Nos querían meter esto debajo del tapete en medio de la pandemia. Claramente es un proyecto que tiene diez años en el territorio y para AngloGold Ashanti es un montón de plata invertida, por lo cual no es nada fácil ganar la pelea. Sin embargo, es importante sentar un precedente de la importancia de que las personas puedan hablar o ¿es así como construye la famosa paz territorial? ¿Sin que la gente pueda comunicar y hablar lo que quiere? ¿Cómo se habla de paz territorial si no hay consulta popular, por ejemplo?
¿Hay puntos de lo conversado en La Habana que pueden subsanar esto?
Se tiende a creer que Colombia es un antes y un después del proceso de paz y que ya no hay guerra. Hace algunas semanas me invitaron a una charla en la Filbo llamada “Postales después de la Guerra”. En esta, Federico Ríos, con quien compartimos la mesa, decía: “Es que la guerra no se ha acabado, aquí no es como que ya no exista guerra porque las FARC dejaron de llamarse las FARC”. Creo que pasa exactamente lo mismo con otras cosas.
Voy a poner un ejemplo, una anécdota muy personal. Cuando estaba ocurriendo el proceso de paz, yo estuve en la Habana varias veces. Luego, como dos años antes de la firma, viajé a Inglaterra a hacer una maestría en Conflicto, Paz y Desarrollo. Justamente mi tesis fue encontrar las incongruencias que existían entre la visión de las FARC y la visión del Gobierno con respecto al punto uno, el de la Reforma Rural Integral. Y esto responde tu pregunta: mientras había un modelo que se planteaba una forma de desarrollo endógena, del agro para adentro, que era la de las FARC, la paz de Santos y del gobierno era de un gobierno exógeno, neoliberal, para afuera, exportemos, etc. Al final la tesis decía eso, ese punto de la reforma rural está destinado al fracaso porque hay visiones distintas.
Llega después este gobierno al que además el proceso de paz le importa cinco. El posconflicto no dura tres años, es de las etapas más complicadas que se deben mantener a futuro. Creo que eso es lo que está ocurriendo ahora, esas comunidades, en el actual gobierno, no han sentido el cobijo ni la protección. No se sienten seguras y unas comunidades que no se sienten seguras fácilmente vuelven a las armas. Y yo no juzgo eso. ¿Cómo construimos paz territorial si no hay seguridad, si no hay agencia? Se vuelve como un efecto dominó.
¿Existe una falencia en la constitución a la hora de reconocer derechos económicos, por ejemplo, de los campesinos sobre su territorio?
Las comunidades campesinas no tienen amparo constitucional. Hay mil cosas que se escriben y se dicen, pero la realidad del asunto es que no ocurre así. Somos súper ingratos también con esas comunidades, esa distancia que existe entre el campo y la ciudad es absurda. Tiene que ver con una cosa cultural muy loca, como de vergüenza, de desprecio a la tierra, a la mano sucia.
Pero paralelo a ese desprecio, también hay desde la urbe una idea en ocasiones muy bucólica del campo, que a la final genera esa brecha con lo que en realidad sucede…
Tienes toda la razón, está la romantización del campo, la construcción del paisaje. Yo soy una fotógrafa de blanco y negro y me iba a ir por esa línea para el documental. Lo pensé, pero al final la decisión fue construir un paisaje pictórico, en términos de color, que no respondiera a esa idea vibrante con la que muchas veces nos muestran a Colombia. La construcción de Latinoamérica también ha sido desde el color y desde la paleta cromática.
Es el exotismo del campo y esa romantización desde la ciudad. Pensar que es fácil y el campo colombiano no lo es. Es necesario reflexionar también en esas formas como nos retratamos. Yo tenía muchas imágenes, mucha tierra, muchos cultivos, cafetales, arracachas, pero pensé que esto le quitaba la atención a lo que realmente quieres decir. Yo quiero hablar de la amenaza, de los líderes sociales, yo quiero hablar de lo que significa poner la cara en un país como Colombia. Esto es una comunidad entera hablando. Por eso las tomas, casi todas, son desde afuera, a la distancia, no primeros planos viéndole la arruga al señor o la piel quemada por el sol y el trabajo.
¿Cómo lograr construir narrativas que sirvan de referente para diferentes lugares donde está el debate alrededor de la minería?
Ellos tienen una sombra muy cercana y es la de Marmato, que le dicen el "queso gruyere" porque quedó lleno de huecos por todos lados. La gente lo tiene claro. Nosotros no quisimos incluir esto dentro del documental porque el contraargumento de la minera iba a ser es que esto es una minería diferente. Ellos se jactan diciendo que esto es con propósito, que es regenerativa, que es una minería verde. A ver, empecemos con que la minería verde no existe. Si tu arrancas un recurso que es no renovable no va a volver a nacer.
Hay una cosa que siempre me gusta mencionar: los indígenas dicen que los minerales son como los huesos de la tierra. Las zonas más verdes del país, las más fértiles, donde hay más vida, son aquellas donde hay más minerales en el subsuelo. Y es básicamente porque los minerales le aportan unos nutrientes al suelo que lo hacen más fértil. De ahí viene el nombre Verde como el Oro, tiene doble sentido, pues básicamente el oro es verde, el oro es el que permite que la tierra sea verde.
Además de los conflictos ambientales también están los conflictos sociales que pueden llegar con la minería, ¿qué nos puede decir de eso?
Socialmente vienen poblaciones migrantes, lo que ocurre cuando hay un boom económico: atrae un monton de extranjeros, una forma de vida en la que llegan muchos hombres solos a trabajar por temporadas largas, se rompe la familia, la ausencia del hogar empieza a mezclarse con alcohol, viene la prostitución, etc. Se rompe el tejido social de ese lugar y se da un desplazamiento económico: llega una plata de afuera pero resulta que las personas que estaban ahí, que vivían de lo que se producía en esa tierra, ya no pueden trabajar y llegan otros que tienen más plata que empiezan a encarecer el lugar. Y es que hay que tener en cuenta que la sociedad del Suroeste antioqueño es una sociedad muy religiosa, familiar, donde las tradiciones importan.
Desde la narrativa oficial siempre se ha hecho una tajante diferencia entre la minería legal y la ilegal, que en el documental se plantea de forma diferente, ¿cómo interpreta esta división?
Después de que abres un hueco se viene la minería ilegal. O sea, tú dejas ese hueco abierto, que es lo que pasa siempre y después viene toda la gente a buscar las pepitas que quedaron ahí. Se llama ilegal a los que no tienen permiso del gobierno y no tienen su aval, pero es que estos tipos están diciendo tantas mentiras que uno se pregunta entonces dónde está lo legal y lo ilegal.
La discusión es muy retórica. La entrevista con AngloGold la grabamos en sus oficinas. No había una pregunta que les hiciéramos que la pudiéramos ganar y yo me ponía a pensar: si ponen en una audiencia pública a uno de estos biólogos de Medellín que trabajan para la compañía a contraargumentar con un campesino de Jericó o de Támesis no hay por donde ganar esa batalla retórica. No importa si en la realidad van a destruir una región entera. Te sacan un montón de términos que confunden a cualquier mortal.
Además del documental, ¿cómo unir a la gente e involucrarla alrededor de debates tan complejos como el de la minería?
Creo que las redes sociales nos ayudaron muchísimo y se volvieron nuestra amplificación. Nosotros creímos desde el principio que nuestros principales aliados iban a ser los medios hegemónicos y tradicionales, pero queríamos dinamitar desde la base, desde el voz a voz en la calle. Por eso tuvimos una intervención en espacio público en la galería Santafé, pusimos un mural en la fachada, intervenimos varios lugares, repartimos fanzines, hicimos toda esta estrategia de comunicación guerrilla, si se puede decir así. Básicamente queríamos generar esa tensión en la gente, que se volviera un tema de discusión, abrir nuevas audiencias, nuevas preguntas.
El arte no cambia las cosas de un día a otro, pero si empieza a cambiar la forma como vemos el mundo, empieza a construir nuevas estructuras para verlo. Creemos por esto en esa democracia del acceso a la información, queremos seguir alimentando todo el tiempo con cosas y crear esa red. Yo sí creo en la inteligencia colectiva.
¿Hay proyecciones programadas a futuro?
Por ahora no tenemos nuevas proyecciones programadas. Queremos de repente hacerlo en universidades. Estuvimos en la cinemateca de Bogotá, estuvimos en el Museo de arte Moderno de Medellín, en la cinemateca de Medellín y queremos seguir abriendo espacios presenciales, pero ahora mismo no va a estar disponible. Estamos todo el tiempo comunicando por nuestras redes sociales qué es lo que estamos haciendo y dónde lo vamos a mostrar.
¿Algo que quiera agregar que quizá se nos esté escapando?
Hay que seguir muy pendientes de lo que está pasando en este proceso, sobre todo en un país donde suceden tantas cosas todos los días y donde todo el tiempo estamos cambiando de noticia. Obviamente los documentales tienen unos picos y luego entran en un valle en el que hay que seguir remando con más constancia para que no se hunda. Ojalá en ese valle se sumen más personas y no se vuelva un documental sobre un tema que ocurrió o no ocurrió. Ojalá se sumen más personas interesadas en proteger nuestros ecosistemas, en proteger nuestros andes tropicales y en proteger nuestra biodiversidad. Ojalá Colombia tuviera esa bandera y no la bandera de la minería.