Imagen cortesía de Páramo

Festival Estéreo Picnic 2023: una foto de nuestras contradicciones

Después de cuatro días en los que la música fue la protagonista y también vivimos una experiencia distinta en un mundo casi ideal, pero contradictorio, aquí van algunas reflexiones sobre nuestra cultura.
Miércoles, 29 Marzo, 2023 - 12:05

Por: María Claudia Dávila

Luego de estar inmersa en lo que fue el Festival Estéreo Picnic 2023 y de sentir en primera persona algunas de las contradicciones ocurridas en uno de los espacios más progresistas en la capital de nuestro país, una frase de una persona en redes sociales me quedó dando vueltas. Frente a la pregunta de qué era lo bueno y lo malo del festival, un hombre decía: “lo bueno: un evento nacional para estar orgullosos. Lo malo: que no tuve plata para ir”. 

La oración me quedó dando vueltas a pesar de reconocer lo poderosa que fue la juntanza entre personas que aman bailar, cantar y por cuatro días, entregarse a un ritual y una catarsis colectiva donde lo esencial se siente muy cerca gracias al talento y el carisma de muchos artistas que saben ser puente para todo eso. 

La sencillez de su premisa apuntaba a algo que ya venía sintiendo en esta y otras ediciones del festival y dibujaba con precisión esas paradojas que más que hablar de un espacio cultural, creo que hablan de nuestra cultura y sociedad. En la frase se evidenciaba de forma muy explícita lo mucho que podemos llegar a aspirar como sociedad un espacio como este, así nuestros bolsillos no aguanten el totazo desenfrenado del consumo de unas boletas carísimas, al igual que el de una comida y un transporte que no dan tregua. 

Pero más allá del tema del costo que simplemente obedece a unas dinámicas del mercado que cada quien decide si quiere asumir o no, quizá todo este tema de desear con ansiedad estar en el Estéreo Picnic no solo ocurre porque este promete ser un espacio en el que la música es la protagonista, sino porque aquí se vende más que nada una experiencia cool donde se celebran las diferencias en un mundo que por regla general es excluyente, clasista, racista, machista y homofóbico desde su base. 

Y aunque es hermoso que de entrada esa propuesta por la inclusión sea tan explícita y sea una de las apuestas más relevantes del espacio y que es reforzada con banderas LGBTIQ, baños para todes, consignas que celebran la diferencia y pintas que desafían la noción de lo común y corriente, lo cierto es que el festival es un escenario perfecto para analizar esas contradicciones que aún nos habitan como sociedad. 

Queremos ser una sociedad abierta, progresista e inclusiva, pero aún quedan muchos vestigios de conservadurismo y de violencia en nosotros. Aún nos hace falta mucho camino por recorrer para construir ese mundo distinto que soñamos y sobre todo, para deconstruir ese otro mundo oscuro, casi siempre arraigado desde el inconsciente de nuestra psique, que en el fondo nos daña. 

Todo esto se puede explicar con hechos muy puntuales que ocurrieron durante esta edición. Mientras varios eslóganes que celebraban la diversidad sexual se imponían en el espacio como un spot digno de ser instagrameado, paralelamente un hombre le pedía matrimonio a otro en medio de la presentación de Elsa y Elmar y muy cerca, unos policías ejercían prácticas homofóbicas en el espacio.  

 

También, mientras en los espacios se promovía una idea de que todas, todos y todes eramos bienvenides al FEP y había un baño para personas no binarias, muchos de los encargados de la logística dividían a los asistentes en filas de “hombres” y “mujeres” en los baños y en la entrada para la requisa. 

Entonces ahí se veía emerger, casi como una foto, la paradoja social que todavía habitamos: queremos, sí, ser una sociedad abierta, pero aún falta mucho para que lo seamos. Y eso necesariamente debe pasar por un ejercicio de pedagogía, de empatía y de que nos podamos sentar a hablar más sobre esas acciones de violencia simbólica que aún ejercemos como sociedad, esos puntos que aún podemos mejorar.   

También escuché quejas y comentarios de personas que se resistían a aceptar a un nuevo público que viene acogiendo el festival: uno más rapero, uno más de calle que quiso ver a artistas como Wu Tang-Clan. Fueron quejas que tácitamente guardan un clasismo profundo y que ponen la mirada en cómo está vestida la gente y a su vez defienden un status quo o una idiosincrasia que puede tomar muchas formas. En este caso, la de la premisa que defiende que la única forma posible de ser en el FEP es llevando un look festivalero e implícitamente caro o hiper producido. Y aquí me gustaría aclarar que no me molesta en lo más mínimo ese look del que hablo, eso sería caer en lo mismo, pero cuando esto se convierte en una excusa o una bandera para juzgar desde los prejuicios, sí me hace ruido. 

Lo mismo me pasó luego de leer un testimonio en redes sociales que hacía alusión al acceso a personas con movilidad reducida. Pocos días antes del festival, una mujer llamada Margarita hizo una publicación en donde explicaba que quería ir al festival, así que le hizo una serie de preguntas a los organizadores que entre otras cosas incluían cuestiones relacionadas a si había o no parqueadero priorizado para personas con movilidad reducida o si habían baños accesibles. 

La respuesta del festival a la primera pregunta fue: “No Margarita, debido a las condiciones geográficas y climáticas del festival no es posible asegurarte accesibilidad desde el parqueadero del festival”. Luego en la segunda, remitieron a la mujer al mapa del festival que solo mostraba un baño de este tipo y lo llamaban “zona de discapacitados”, un término supremamente ofensivo y que muestra que aún somos profundamente capacitistas como sociedad. 

Y es que más allá del lenguaje, la respuesta del festival no dio paso a ninguna reflexión y tampoco dejó ver ninguna intención de mejorar la experiencia para las personas con movilidad reducida, sino que se limitó implícitamente a decir ‘así son las cosas acá’. 

Y sí, puede que ningún festival sea perfecto y que todos los esfuerzos por ser más inclusivos deberían ser celebrados, pero creo que la pregunta de cómo seguir haciendo de esta experiencia algo más inclusivo sigue siendo válida para crear ese mundo distinto con el que tanto nos inspiró el festival… y ojalá así pueda ser no solo de parte de los organizadores, sino de los asistentes que aún tenemos muchas prácticas violentas y contradictorias que cuestionarnos y que deconstruir desde la base.