Carolina Oliveros junto a músicas de Bulla en el Barrio en el documental Catapum | Radiónica

El bullerengue, la herencia de un canto que resiste y se multiplica

El bullerengue es un baile cantao de las comunidades afro de Bolívar, Córdoba y Sucre que durante mucho tiempo ha acompañado a las comunidades negras de gran parte del Caribe colombiano.
Miércoles, 24 Abril, 2024 - 03:06

Por: Adriana Diaz Alfaro

Al hablar de bullerengue podemos recordar a las maestras memorables de este baile cantao, entre las que figuran Petrona Martínez, Ceferina Banquez, Martina Camargo, Etelvina Maldonado o Pabla Flórez, pues como lo menciona el investigador Enrique Muñoz “el bullerengue es un canto femenino que nació de las represiones contra los esclavos. A las mujeres solo se les permitía hacer música sin la presencia de hombres, tal vez, esto permitió crear una forma musical netamente femenina”.

Presenciar –y hacer parte- de una rueda de bullerengue es una experiencia multisensorial. Es este un espacio seguro, espontáneo y de participación en el que casi siempre las voces femeninas se imponen sobre los instrumentos percutivos y las palmas que siguen el curso rítmico. Con el tiempo, las voces masculinas, como la de Magín Díaz o Emilsen Pacheco se integraron a la interpretación del bullerengue.  

Una historia de resistencia 

Cronistas e historias orales registran que la práctica bullerenguera surgió en las zonas aledañas al Canal del Dique, cerca de Cartagena, en los poblados constituidos por negros que huían de la esclavitud, principalmente en la zona de Barú. El bullerengue se habría difundido entonces hacia los territorios de Córdoba, Sucre y posteriormente hasta Urabá a través de migraciones.

En la versión propuesta por Guillermo Valencia sobre el origen de esta manifestación cultural en Bolívar (canto-ritmo-baile), se vincula con las fiestas de San Pedro y San Juan del 24 y 29 de junio cuando “Las cantadoras de San Cayetano, Malagana y Palenque previamente acordado el lugar y la hora conformaban lo que se conoce como cofradía que no era más que la reunión de muchas cantadoras para amenizar las fiestas patronales de los diferentes pueblos. Iban por calles y plazas, patios y caminos, batiendo palmas e improvisando versos. Eran más de tres días bajo el embrujo de los tambores y los cantos de las bullerengueras”

A lo largo de los años, las migraciones han sido vitales para el desarrollo y adaptación de la musicalidad e interpretación de esta manifestación cultural. 

El origen del bullerengue nos remonta a una historia de resistencia y de celebración de la unión entre los negros libertos de la región Caribe. Por eso se ha constituido como una práctica o manifestación cultural que integra no solo la música y la danza, sino la parafernalia que, como expone Guillermo Valencia, se explica así: “la organología del bullerengue son dos tambores (monomembranófonos), el tambor alegre (que lleva la voz principal) y el llamador (que marca el tiempo). Hay diferencias menores como que en algunas partes las cantadoras baten palmas y en otra región reemplazan las palmas por tablas. El vestuario es el mismo en toda la región: pollerones largos y floridos con blusas y mangas embuchadas con rizos y sin rizos. En el cuello se llevaba un pañolón (en algunas partes se le llamaba golilla) y el peinado era adornado con flores de bonche rojas o blancas. Nunca faltaban los largos collares de bolas blancas y aretes de abalorios”. 

Los cantaores de la nueva era

El bullerengue se ha trasladado a las ciudades. Es normal en localidades como Barrio Debajo de Barranquilla, escuchar el repique de los tambores y la voz de los cantadores que responden al tiempo que marcan con sus palmas el ritmo de la música y ser partícipes de una rueda de bullerengue. 

Considerado de manera general como un encuentro social para crear y gozar de la música y el baile, esta práctica festiva cuya intencionalidad se focaliza en la efectividad sobre los propios ejecutantes; pero donde también se cumplen códigos o convenciones sociales que organizan y limitan la práctica, y dan significado a las experiencias, lo cual le confiere carácter ritual, además de la estética, el bullerengue es una representación participativa de la cultura popular colombiana.

Conversamos con uno de los cantadores de la agrupación de bullerengue Tonada, Mathieu Ruz, quien manifestó que “este momento es crucial para el bullerengue, no porque el bullerengue esté en riesgo, sino porque hay que aprovechar el interés despertado por los jóvenes adultos hacia este género. Hemos perdido matronas que vivían el bullerengue, pero fueron ellas quienes hicieron trascender la música permeando a las ciudades que no eran de tradición bullerenguera. Ahora es nuestro turno de seguir difundiendo esta herencia que nos ha sido dada”.

Y en esta propagación del 'contagio' por experimentar el bullerengue, entre cantadores e intérpretes citadinos nos encontramos con Carolina Oliveros, vocalista y compositora de la agrupación Combo Chimbita cuyo estudio por la música tradicional, en especial del bullerengue ha significado “un profundo reconocimiento de su raíz para salir a explorar desde otros géneros musicales”.

Por su parte, Luis Miguel Caraballo Estremor, líder de Bullenrap "es la posibilidad que tenemos como hijos de este territorio para plasmar las vivencias, las realidades y la memoria de nuestros pueblos a través del arte"  

En este mismo sentido, la socióloga y artista Lina Marcela Silva Ramírez describe que "las agrupaciones de reciente conformación que responden a saberes académicos también son bienvenidos en los festivales, pero se realiza una diferenciación contundente en sus sonoridades, ya que la población nativa reconoce en ellos las ‘voces formadas’ que los integran. En este orden de ideas, la manifestación ha ido ‘alimentándose’ de las expresiones sonoras que los músicos tradicionales denominan como ‘académicas’ y que corresponden a las interpretaciones más formales de los aires que en ocasiones también son asimiladas con expresiones como ‘cachacas’, ‘del interior’".

Sumergirse en el ritmo encantador, mágico y enteramente espiritual del bullerengue es asimilar la unión entre los tamboreros que marcan claves misteriosas para que las cantadoras y cantadores lancen versos que, además, se responden con coros y palmas en una tradición que une a los pueblos bullerengueros del Caribe y parte de Urabá.

Al respecto el investigador y promotor artístico Francisco Álvarez indica que “en el bullerengue están implícitos y confluyen diversos aspectos que hacen parte de la identidad cultural de muchas comunidades asentadas en el Caribe colombiano que mantienen viva la tradición bullerenguera y la hacen visible en muchas de las actividades cotidianas del diario vivir. Esto trae consigo el entrelazamiento de fuertes lazos humanos que fortalecen el tejido social de dichas comunidades como una forma de mantener y garantizar para las nuevas generaciones el conocimiento y disfrute de los valores que les corresponden como descendientes de ancestros afro”.

Es precisamente por eso que en el bullerengue se tejen los lazos que integran la ruralidad afrocaribeña con la representación de la danza misma, incluso en espacios como festivales y eventos masivos de las fiestas de la región Caribe.