Imagen de Juan Ignacio junto a su madre

Masculinidad, paternidad y crisis identitaria: una conversación con Juan Ignacio Pereyra

Conversamos con Pereyra, periodista argentino, padre de Lorenzo, esposo de Irene Caselli y creador de ‘Recalculando’, una newsletter en la que habla sobre la paternidad y la masculinidad.
Viernes, 7 Octubre, 2022 - 11:48

Por: María Claudia Dávila

Después de trabajar más de 20 años, ser  independiente económicamente desde muy jóven y tener la libertad de llamarse periodista freelance, todo cambió para Nacho cuando nació Lorenzo. Era 2019 y para ese entonces, junto a su esposa Irene, también periodista, ambos ya habían viajado como nómadas por Latinoamérica y Europa, después de conocerse en Chile en una beca cuando ella vivía en Quito y él en Buenos Aires. 

Pero ese pequeño bebé que nacería en la región italiana de Umbría lo cambiaría todo, cuando paralelamente, a los siete meses de Lorenzo, a Irene le ofrecieron un muy buen puesto de trabajo de tiempo completo. 

Sin meditarlo mucho y embarcándose en un nuevo viaje, desconociendo lo que se iba a encontrar, Nacho asumió los cuidados de Lorenzo. Desde ahí ha atravesado algunas crisis personales e identitarias y muchas preguntas incómodas sobre la noción de la masculinidad y la paternidad. Aquí hablamos con él sobre el tema que explora en su newsletter Recalculando

¿Cómo llegas a este tema? Supongo que fue un acercamiento desde lo personal y no tanto desde lo teórico, sino desde que empiezas a ser papá… 

Básicamente desde el colegio empiezo a laburar y empiezo a hacer periodismo a los 20 años como independiente. Después empiezo a trabajar en Buenos Aires para un diario de la Patagonia, en el que estuve 14 años. En paralelo trabajo también para DPA, una agencia de noticias internacional.

Con Ire nos conocemos en noviembre del 2012. Después de un año, ella se viene a vivir a Buenos Aires, nos casamos, y después, en 2016, nos vamos a viajar como nómades y con esta idea de viajar antes de tener hijos porque si los tenemos antes nos va a costar despegar y desanclar de acá.

En el 2018 quedamos embarazados. Ella está trabajando en inglés y le va un poco mejor porque el mercado anglo paga más. Cuando nace Lorenzo estamos los dos como freelance y a los 7 meses de Lorenzo a ella le ofrecen un puesto full time y es una súper oportunidad. 

La única manera es que yo deje lo que estoy haciendo en ese momento. Dejo de trabajar y me dedico a cuidar a Lorenzo. Me parece lógico, no fue algo muy meditado. Yo llevaba muchos años trabajando, nunca había hecho un sabático y nunca había dependido económicamente de nadie, después me iba a dar cuenta que se convertiría en un peso para mí. 

Lo que me empieza a pasar a partir de los siete meses de Lorenzo es que me empiezo sentir bien incómodo en diferentes situaciones como ir a playground y ser el único varón que está ahí o ir a cambiarle los pañales y que al final el cambiador solo esté en el baño de mujeres.

Empezamos a viajar mucho por el trabajo de ella por Europa y me sorprende que en ciudades como Ginebra, Lausanne, Amsterdam y Toulouse, súper desarrolladas, era lo mismo... sacando a Estocolmo de la lista. Allá sí veía más presencia de varones en un playground, pero aún así los veía en la tarde y no en la mañana. Esto muestra que estructuralmente hay algo y tiene que ver con la distribución del trabajo según el sexo y el genéro.

Esto empieza a ser incómodo con amigos que me preguntan "¿qué andas haciendo?" y yo los miro sin saber qué responder, sabiendo que podría decir “no estoy haciendo nada”, porque es lo más fácil, pero también es mentira y es incómodo. Estaba 24 horas con Lorenzo.

Y es que después de viajar, conocer una ciudad nueva, tirarme a leer en un café, de repente tenía que estar pendiente de dónde lo iba a cambiar, qué quería comer, por qué lloraba. Si lloraba entender si tenía fiebre, si estaba enfermo y como padre primerizo, solo, sin una red de contención o familia alrededor, era complejo. 

Un amigo entonces me dice, "¿por qué no escribes sobre esto?". Empiezo a escribir y recuerdo muchas historias, como cuando le cuento un poco la frustración a unos amigos y me dicen “no te vengas a hacer acá”, “no seas un carajo”, “sos un mantenido y te quejas”. Todo con chistes.

Les pregunto, “¿alguno de ustedes estuvo más de un día o al menos un día entero con sus hijos en sus primeros dos años de vida?”. Y no, ninguno lo había hecho. Todos eran varones entre 40, casi 50 años y eran padres súper sensibles y con esta idea de estar más presentes… pero presentes a las 7 de la tarde, cuando vuelven del trabajo y los fines de semana. 

Claro, no están dentro del estereotipo del macho de hace 20 años que es inaceptable también… aunque depende de las realidades, pero bueno, en una clase media como la nuestra, universitaria y bastante impactada por los feminismos no es tan fácil, sobre todo en generaciones más jóvenes.

Hay algo que mencionas bastante en tus textos sobre la productividad que es uno de los grandes nodos de la desigualdad de género en parejas heterosexuales y el hecho de decidir que alguno de los dos va a tener que sucumbir de producir para dedicarse al cuidado, que es también una de las grandes preguntas de los feminismos y lo que mantiene a flote a todo el sistema, ¿cómo te encuentras con esto a nivel personal?

Bueno, me recontra pesó y me fui dando cuenta con el tiempo. Luego, surge la pregunta de quién soy yo si no estoy trabajando. 

Es un proceso personal e identitario de quién paso a ser ahora si no tengo las anécdotas del periodismo para contar lo que antes contaba. Si no tengo que contar sobre el Mundial de Fútbol, la muerte de Chávez, los Juegos Olímpicos, los Panamericanos y un montón de coberturas que he hecho y que son prestigiosas a nivel laboral y que le interesan a los demás. 

Después cuando quise empezar a volver a trabajar, este año, básicamente me encuentro con que han pasado dos años y medio en los que hice muy poco, entonces estoy un poco perdido, pero tratando de no hacer por hacer. Lo que veo es que estar tan metido en el sistema productivo sin parar, me desconecta un poco de dónde están mis deseos. No quiero simplemente decir que sí a todos los freelance porque ya lo he hecho y el ritmo es brutal.

Por eso quise convertir algo personal en algo más universal. Con esta newsletter la idea no es victimizarme, sino usar todas estas anécdotas y vivencias a favor de un proceso colectivo. No soy el único varón que le pasa. Lo importante es tratar de ahí ver qué cosas podemos laburar, cambiar u observar. Es cierto que el cambio es colectivo, pero yo creo que el individual también es necesario.

Cuando decías que era incómodo para ti hablar con tus amigos hombres sobre el cuidado de Lorenzo, mientras ellos hablaban de temas laborales o de fútbol, en general masculinizados, lo que demuestra esto es que como sociedad tenemos un desprecio hacia esas labores que históricamente han asumido las mujeres. ¿Cómo crees que estas reflexiones sobre las nuevas masculinidades y estos roles más activos de los hombres dentro de las tareas de cuidado pueden ayudar a cambiar esa noción de que esto es algo secundario? 

Varias cosas… sí, las labores de cuidado son feminizadas, menospreciadas y subestimadas, pero necesarias, y bueno, ese es el patriarcado que también se ve reflejado en el reparto de tareas y de trabajo según el sexo y género.

La otra cosa es que hay que romper paradigmas. El tema de las “nuevas masculinidades” es algo con lo cual se debe tener cuidado, en el sentido de las adjetivaciones, lo cual lleva implícito, con lo de “nuevas” que son mejores que las anteriores. En realidad no ha habido tantos cambios en general, ni en el reparto de las cargas horarias, ni en la brecha salarial.

Las mujeres dedican muchas más horas a los cuidados. Si vemos las cifras de feminicidio, aunque no las tenga tan claras, no hay un descenso del mismo prácticamente en ningún lado. Entonces hay solo un cambio cosmético superficial. 

Uno de los profesores que tenemos [en el Diplomado en Masculinidades y Cambio Social de la facultad de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA)] se llama Daniel Jones, un sociólogo que habla de estas supuestas “nuevas masculinidades” y cómo encima esto se convierte en una asunción de esas nuevas tareas, donde los hombres terminan tomándose una foto con el hijo en Instagram en la plaza a las 6:30 de la tarde, para que todos digan “wow, qué bueno este papá”. 

O cuando está cambiando dos pañales, pero no limpia nunca el baño, no lleva el calendario de las vacunas, no sabe quiénes son los compañeros del colegio de jardín del nene, no organiza nunca la compra de regalos e ignora todas las tareas invisibles que son las menos prestigiosas y que generan menos reconocimiento. 

Los varones seguimos sin hacerlas en general y un concepto interesante de lo que es la masculinidad hegemónica es que justamente se caracteriza por ser invisible, es aceptada, pero tiene un consenso natural.

La masculinidad hegemónica no es el macho alfa violento que pega tres gritos y que dice “vete a la cocina”. La masculinidad hegemónica es casi como el gatopardo o como el hecho de cambiar todo para que nada cambie y tiene muchas estrategias para seguir ocupando el lugar de poder que tiene. 

No sé, si buscas las 10 personas más ricas, siguen siendo hombres. La mayoría de las posiciones de poder político o incluso simbólico siguen siendo ocupadas por varones, aunque algunas mujeres las están ocupando ahora. 

La cuestión también es si las mujeres en estos espacios logran dejar de reproducir el patriarcado o hasta qué punto tienen el espacio para hacerlo. Es como cuando en una empresa hay una mujer y los otros 10 son varones. Yo conozco historias de mujeres que me dicen “estoy en una reunión y me siguen mirando el culo” o “me siguen haciendo chistes sexistas”. Son tipas de 40 años en medio de lobos. 

Pero bueno tratando de no ser tan negativo, ¿qué papel podríamos ocupar los hombres? El término que usa Jones, es “hombres sensibilizados con el feminismo”. Se refiere a los varones que de alguna manera vemos la causa y nos parece que hay algo para hacer. Nos vamos a equivocar un montón, pero conseguir involucrarnos debería ser algo proactivo. 

No es preguntarle a tu pareja “¿qué cocinamos hoy?”, es “yo cocino esto”. Es no esperar la lista del supermercado, sino hacerla. Me parece clave también leer la teoría de los feminismos, con todos los problemas que tienen los feminismos, para ver un montón de herramientas que hay para los varones.

El primer paso de esto es de pérdida, es como la matemática. Si la semana tiene 15 horas libres para la pareja, de las cuales 10 las he tomado yo y 5 mi pareja, bueno, básicamente voy a perder dos horas y media. Esas dos horas y media que perdí, pueden ser un partido de fútbol, un asado y la otra parte va a ganar dos horas y media. Lo estoy haciendo matemático, esquemático y muy lineal.

Pero… es difícil, porque, ¿quién quiere ir a limpiar el baño? Ninguno de los dos. 

Creo que si hay algo que tenemos que hacer los varones que estamos interesados en que haya un reparto más equitativo a nivel sociedad, es incomodarnos, involucrarnos, leer, estudiar, preguntar… que no es lo mismo que ser un vago. No se trata de que te hagan la tarea, como a un niño. Hay que ponerse y hay que aprender; hay que buscar lugares donde puedes aprender.

¿Cuál es tu perspectiva de esos cambios que a nivel de política pública o a nivel colectivo deberían llevarse a cabo, para que eso sea una realidad social accesible?

El primero que se me viene a la cabeza es un problema en toda América Latina, y en Estados Unidos es una vergüenza, y son las licencias familiares. El modelo sería Suecia donde son 13 meses repartidos, que tiene que tomar el varón o si no los pierde, aunque cuando lo implementaron, lo tomaban más las mujeres. Entonces tuvo que hacerse un trabajo pedagógico en los varones. 

En Argentina la licencia por paternidad son dos días para el padre. Si nace el viernes a la tarde, vas a la oficina el lunes y tu mujer sigue internada con una cesárea.

Lo otro desde la educación es fundamental. Desde Argentina está la ESI, la Educación Sexual Integral y después la ley Micaela que son los programas de formación para todos los empleados del Estado para inculcar la perspectiva de género en todos los estamentos del mismo. 

Es lentísimo el cambio, pero bueno, va de los dos lados: política pública y educación para todos, para sacudir el patriarcado y que se puedan ver algunos cambios. 

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