Foto por Fundación Herencia Ambiental// Fotos dentro del texto: Parques Nacionales

Los retos de cuidar el Chiribiquete

En esta segunda parte de la entrevista, Carlos Castaño-Uribe habla de lo que nos enseña el Chiribiquete y de la importancia de divulgar con rigurosidad.
Miércoles, 16 Junio, 2021 - 09:26

Por: Juan Pablo Conto

El avistamiento ocurrió en 1986. El antropólogo y arqueólogo Carlos Castaño-Uribe era director de Parques Nacionales y se dirigía en una pequeña avioneta Cessna 206, junto con el piloto, hacia el Parque Nacional Amacayacu en el Amazonas. Una fuerte tormenta se plantó frente a ellos por lo que tuvieron que decidir si regresar o si desviarse y seguir por una ruta diferente. 

Fue ahí, al esquivar la tormenta, que apareció frente a los ojos de Castaño-Uribe la inmensidad del Chiribiquete. Supo de inmediato que se trataba de un lugar especial y aunque a su regreso no encontró mucho material al respecto, sintió la urgencia de apostar por su estricta conservación y buscar ahí las respuestas esenciales de nuestros orígenes. Una colección de murales con más de 75.000 pinturas rupestres en donde el jaguar es protagonista, todo en medio de un hábitat de riqueza biológica casi intacta, le han dado la razón. 

El Chiribiquete permaneció como un gran secreto hasta hace muy poco. Su vasta zona, hoy con más de 4 millones de hectáreas, se convierte en un reto imposible para los funcionarios de Parque Nacionales, quienes además corren el riesgo de ser amenazados ante los avasalladores intereses que se están cerniendo sobre este lugar (ver primer parte de esta entrevista). 

Precisamente son estos intereses los que hicieron que la estrategia de conservación tuviera que cambiar: ya no vale mantener este territorio en secreto puesto que el narcotráfico, la ganadería extensiva y la codicia por acaparar tierra ya lo tienen hoy en la mira. Por lo mismo, varios investigadores han buscado la manera de divulgar e intentar poner en la agenda y en la mente de los colombianos y del mundo lo que sucede en esta parte del país y la necesidad de tomar acciones radicales. Sin embargo, este afán de divulgación también puede convertirse en un arma de doble filo

A finales del año pasado, el periódico británico The Guardian publicó un artículo en el que promocionaba el documental Jungle Mystery: Lost Kingdoms of the Amazon, que sería transmitido por la cadena británica Channel 4. Con base en un documento de la revista científica Quaternary International, realizado en conjunto por investigadores colombianos y británicos, decía el texto en cuestión que se trataba de hallazgos exclusivos en una de las zonas más remotas de la serranía La Lindosa, en el departamento del Guaviare.

Fueron varios los aspectos de dicho artículo que causaron polémica, que además fue replicado por varios medios. Si bien en la investigación que citaron sí se incluían algunos hallazgos arqueológicos nuevos, daba la impresión que el texto hablaba en general de algo sin precedentes, cuando no lo es -algo aclarado por los mismo científicos citados por The Guardian. 

Pero para muchos el medio inglés también omitió años de investigación de científicos colombianos, el papel de la comunidad local, mezcló información de dos territorios, la Lindosa y el Chiribiquete, y dio la falsa idea de que cualquiera puede ir a estos lugares, atentando contra ese propósito de conservación que tiene desde un principio el interés por divulgar información. 

En esta segunda parte de la entrevista con Carlos Castaño-Uribe, rememoramos sus primeros descensos en este santuario, algunos elementos a los que han llegado las investigaciones, la política en la ciencia y la necesidad de ser lo más rigurosos posibles sobre la información que se publica. 

Carlos, quiero que nos remitamos al momento de ese primer descenso en el Chiribiquete, ¿qué significó para usted?

Cada vez que reflexiono y trato de ir para atrás en el tiempo a esas primeras aproximaciones al Chiribiquete, me doy más cuenta de lo que ha significado en términos de mi propia percepción y de mi interés por este lugar y su protección. 

No hay la menor duda de que es un sitio con una enorme cantidad de elementos únicos y excepcionales. Un lugar potente, pero al mismo tiempo vulnerable y frágil. Uno que tiene una magia fundamental, monumental, que claramente está relacionada con siglos de una tradición cultural que ha logrado mantenerla, protegerla a toda costa. 

¿Una tradición cultural de las comunidades que ahí habitan?

El hecho de que toda esa serranía y todos esos bosques periféricos se hayan mantenido en una condición relativamente adecuada no es porque haya estado alejada y a la buena de Dios. Quizás para nosotros sí, pero este lugar está en una condición tan excepcional gracias, especialmente, al entendimiento que sus habitantes ancestrales han tenido y al respeto con el que han tratado este lugar durante siglos

¿Exactamente qué papel se cree que juega o jugó el Chiribiquete?

Es el deseo de una tradición cultural. Los elementos que están allí aseguran una parte muy vital de las condiciones de la ancestralidad de estos pueblos, porque este lugar reviste una serie de particularidades que están asociadas con elementos de su cosmovisión, de su cosmogonía, de sus valores espirituales. Esto permite entenderlo como un gran centro de pensamiento espiritual

No me cabe la menor duda que este lugar se destacó desde siglos atrás por haber logrado mantener una fuerza que estuvo a cargo del chamanismo amazónico. Y que esa fuerza vital es la que ha permitido una serie de logros maravillosos, en la forma cómo se siente, cómo se vive, cómo se gestiona la relación más armoniosa entre el ser humano y la naturaleza desde la perspectiva de la selva pluvial. 

Cuando uno trata de entender de una manera más adecuada todo este sortilegio, se da cuenta que los elementos que están ahí expuestos tienen un fin, un propósito de mantener viva una tradición cultural que lleva siglos sobreviviendo en un grado de aislamiento.

¿Cómo preservar ese legado? 

Es evidente que en ese lugar hay algo que debe ser considerado desde una perspectiva muy diferente a la que cualquiera de nosotros pudiéramos tener desde la visión y los parámetros con los que funciona nuestra cultura y nuestra necesidad de desarrollo. El parámetro de ellos es totalmente diferente, es claramente funcional dentro de una lógica muy diferente a la nuestra y creo que eso es lo que hay que respetar a toda costa. 

¿Qué significa la presencia de estas comunidades y qué nos dicen de los orígenes en este territorio?

Las fechas tan antiguas que tenemos de arte ritual en ese lugar nos hacen pensar que estos pueblos ancestrales fueron los primeros pobladores de América. Además que están asociados con una época que es el final del pleistoceno, es decir, cuando llegaron a nuestro continente los primeros seres humanos. También hay registros en Brasil y Chile, con los cuales se está armando un rompecabezas del cual no teníamos idea hasta ahora. Siempre se pensó que la entrada a América se había hecho por el estrecho de Bering, al norte, pero estos registros indican que tal vez hubo otras rutas por el sur.

¿Cómo ha sido la relación con estos grupos indígenas?

Aún existen culturas indígenas marginales que viven en las inmediaciones de Chiribiquete y con los cuales no hemos tenido contacto por mucho tiempo. Estas tienen muchas afinidades con lo que se encuentra en Chiribiquete, en sus tradiciones. Ya conocían la existencia de este sitio.  

Al mismo tiempo sabemos que hay grupos no contactados, que no han interactuado con la civilización actual. No sabemos quiénes son, pero pensamos que son de dos tipos diferentes. Por un lado, los no contactados voluntariamente, es decir grupos que en algún momento tuvieron contacto con el mundo “civilizado” y el hombre blanco, o con otras tribus indígenas, y que fueron testigos de eventos que los llevaron a aislarse por miedo. Por ejemplo, en el Amazonas cuando ocurrió el boom del caucho a principios del siglo XX se generó un gran trauma en las poblaciones de estos territorios. Por otro lado, sabemos que hay varios pueblos nunca contactados dentro del parque, quizás unos cinco o seis diferentes. 

¿Cómo se dan esos aislamientos voluntarios? 

Desde mis primeros sobrevuelos, desde mis primeras aproximaciones, siempre me llamó la atención ciertas evidencias que demostraban la presencia de grupos indígenas que poco a poco fueron fortaleciendo su capacidad de aislamiento. En los primeros años que nosotros sobrevolamos el Chiribiquete, uno podía observar desde el aire algunas malocas muy distanciadas, muy metidas en la selva, pero cuando ya se hicieron frecuentes estos sobrevuelos las malocas desaparecieron. No porque la gente haya desaparecido, se esfumaron este tipo de construcciones para poder seguir en aislamiento. 

Es la interpretación a la que llego, después de toda la investigación que se ha hecho por parte de muchas personas, entre otras, como Roberto Campo, que en paz descanse. Él fue el primero en hablar de la existencia de estos pueblos no contactados. 

¿Cuál es su lectura frente al aislamiento de dichos grupos? 

Lo que uno tiene que explorar aquí es qué podemos ofrecer nosotros a estos pueblos que tienen todo el derecho a mantenerse así.

Por ejemplo, unos que nunca han tenido contacto con el hombre blanco, que sabemos que viven todavía en la selva, son los Nukak. Algunos de ellos aparecieron por voluntad propia en unas poblaciones del Guaviare en los años 80 y desde ese momento nos dimos cuenta que el Estado colombiano no está para nada preparado para asumir un contacto de este tipo. Queda claro por la forma como estos integrantes del pueblo Nukak se desarraigaron casi por completo de sus tradiciones ancestrales.

¿Cuáles son las amenazas a estas poblaciones que habitan en el Chiribiquete?

Son varias y difíciles de poder contrarrestar. La más grave es la deforestación, básicamente porque están asociados a capitales ilegales. Ya no se trata de un problema de colonización por parte de unos campesinos, esto obedece más bien a un intrincado sistema criminal, una mano oscura que quiere apropiarse de la tierra. En esto hay políticos implicados, quienes han financiado carreteras y proyectos de deforestación para justificar la apropiación de tierras. Son procesos que ya están en la Fiscalía.

¿Por la llegada de estos peligros cambian la estrategia de conservación del Chiribiquete?

Sí, pensar en mantener ese aislamiento de Chiribiquete, como hicimos al principio con los investigadores, se fue volviendo cada vez más irreal como estrategia para mantener lo que habían asegurado los indígenas durante tantas décadas. Incluso, para ellos mismos ya es difìcil. No es gratuito que esté todo ese tapete verde sin que nadie haya intervenido, ni siquiera los propios indígenas.

Hubo una polémica alrededor del artículo de The Guardian sobre unos hallazgos en la Serranía de la Lindosa, ¿qué conclusiones se pueden extraer de ese episodio para mejorar la divulgación en los medios? 

Claro, lo primero que hay que explicar es que se trata de dos sitios diferentes. El artículo original del medio londinense no fue claro y generó todo tipo de malas interpretaciones, que derivaron en que todo esto se revolviera. Sí, son dos lugares que están muy relacionados, por su puesto, desde el punto de vista arqueológico, pero la forma como se enfocó el artículo generó más inconvenientes que virtudes. Claramente una cosa es la serranía del Chiribiquete y otra cosa es la serranía de la Lindosa

El artículo se refería a la Lindosa...

Exacto. La Lindosa es un sitio que habíamos tenido en consideración desde hace muchas décadas por múltiples razones. Entre otras, tiene una serie de características desde lo geológico, morfológico, lo biológico y lo cultural muy similares al Chiribiquete. Son dos áreas donde se presentan una serie de atributos muy importantes, muy relevantes para Colombia y por supuesto en este momento para la Amazonía. 

El marco de fecha que tenemos para el Chiribiquete le aporta a la investigación que se ha estado haciendo en la Lindosa. Entre ambos demuestran que estamos frente a unos sitios muy importantes de poblamiento humano, posiblemente con una misma misión cultural y mucho más antiguos de lo que se había pensado de cara al poblamiento de la Amazonía continental, como ya mencionaba. Pero sí, dicho en forma muy concreta, esta publicidad que se dio, lamentablemente llevó a una serie de interpretaciones muy erradas y un mensaje muy inconveniente

¿Qué tipo de interpretaciones y qué mensaje?

Uno, claramente que el sitio había sido investigado desde hace mucho tiempo. Dos, que había sido investigado por muchos investigadores colombianos. Tres, da la impresión que el artículo sugiere que cualquiera que llegue ahí puede descubrir sitios arqueológicos por su propia cuenta, algo muy equivocado y muy errado, incluso, desde el punto de vista de respetar la integridad de estos lugares

El hecho de que la Lindosa pueda ser visitada, porque claramente difiere en una serie de características importantes de accesibilidad al estar muy cercana a un centro poblado como lo es San José de Guaviare, no quiere decir que cualquiera puede llegar allá a hacer lo que quiera. Hay una normatividad, unos procedimientos, para eso están los investigadores y la autoridad ambiental, que en este caso es el Instituto Colombiano de Antropología. 

¿Por qué cree que ocurren ese tipo de desconocimientos?

Así ha sido la ciencia siempre y este no es el primer caso. Hay que ver todo lo que le sucedió al investigador que descubrió en una cueva paleolítica la primera manifestación de arte rupestre en el mundo, la de Altamira, a finales del siglo antepasado. Él murió siendo muy rechazado por los investigadores, lo vilipendiaron, lo acusaron de mentiroso, de hereje y un largo etcétera.

Solo hasta cuando se fueron descubriendo las nuevas cuevas, no solo en España sino en Francia, en Alemania y en otros lugares, se empezó a entender que ya eran demasiadas evidencias como para pensar que lo otro se trataba de una herejía, como se asumió. 

La gente obviamente rechaza eso de plano, porque es como una condición propia de los investigadores: hasta que la cosa no esté absolutamente probada hasta la saciedad, con el beneplácito de hasta el último de los investigadores, no deja de haber una polémica o una controversia. Ha pasado siempre y seguirá pasando.

¿Hay otro tipo de motivos políticos que puedan llevar a esta resistencia?

Sí, hay tensiones geopolíticas o políticas detrás de esa resistencia a las transformaciones dentro de la Academia. Ha pasado dentro de la ciencia a lo largo de los años y ha sido la historia de la ciencia también.

Precisamente es lo que disciplinas como la historia y filosofía de la ciencia han estudiado...

Claro, es que la ciencia no es inmune y no es ajena a que se realiza, especialmente, con base en aquellos países que tienen una supremacía económica social y política. Esos paradigmas marcan una pauta desde donde se va construyendo la historia como ellos la interpretan y eso muchas veces excluye otras opiniones y otros contextos. Especialmente cuando los hallazgos surgen de otras realidades muy diferentes a las de ellos. 

Esto no es solamente lo que puede estar pasando con la investigación en Norteamérica V.S. Suramérica, sino que ha ocurrido siempre. Por los siglos de los siglos, desde que tenemos posibilidades de acercarnos al conocimiento a través de la ciencia, depende de quién la hace, para qué la hace y para qué le sirve. Termina generando la construcción de paradigmas que se van volviendo monolíticos en muchos aspectos y que, claramente, entran en conflicto con otras realidades. 

¿Cómo cambia esto la manera como vemos el pasado? 

Es un poco lo que nos pasó a todos los americanos con el caso del enfoque eurocentrista, que se empieza a dar desde la conquista hace 500 años cuando llegan estas grandes colonias y sus conquistadores. Se empieza a construir desde ahí y nosotros no somos ajenos a esa situación.

¿Qué mostraría esto exactamente?

Todas las teorías decían que el poblamiento en esta región amazónica había sido muy tardío. Que todas estas regiones tuvieron que esperar a que se desarrollara toda una movilización de comunidades que iban avanzando, tal vez inconscientemente, sobre la superficie de nuestro continente. Y que, quizás, uno de los últimos sitios en haberse poblado, a diferencia de las costas atlántica y pacífica, a diferencia del sistema de las grandes llanuras en los EEUU y de la serranía o las formaciones montañosas en Suramérica, fue la Amazonía. Siempre había estado un poco marginada. Se decía que esa vastedad de la selva había sido un impedimento para el poblamiento. 

Hoy nos damos cuenta que no es así que, al contrario de lo que se supone este territorio, estuvo más tempranamente poblado de lo que pensamos. Incluso, que dicho poblamiento fue generador de una gran cantidad de manifestaciones que contribuyeron a que en otras partes del continente tuviéramos desarrollos tan importantes como los que hoy conocemos. 

¿Hay pruebas de esto más allá del Chiribiquete de la Serranía de la Lindosa? 

Cuando uno indaga y cuando uno se pone a mirar juiciosamente el avance de la investigación, especialmente en Suramérica, se da cuenta que ya tenemos una gran cantidad de sitios en este continente que empiezan a mostrar, en su conjunto, que la presencia del ser humano es mucho más antigua de lo que habíamos presupuesto en este territorio. Y que probablemente, a mi juicio y como ya decía, difiere un poco de esas teorías de que exclusivamente el ser humano haya podido entrar por el estrecho de Bering, que es lo que nos han enseñado en la escuela durante todo este tiempo.

¿Qué ejemplos nos puede dar sobre lo anterior?  Usted mencionaba el caso de Brasil o de Chile

Uno debe ver los trabajos maravillosos que han venido haciéndose, por ejemplo, en Brasil, un país que ha desarrollado enormemente su capacidad investigativa en el campo de la arqueología y la antropología y que tiene mucho que ver con lo que se hace hoy en Colombia en la Amazonía. En Brasil, equipos de investigadores, liderados por ejemplo por Niède Guidon, una franco brasileña que ha estado trabajando muy intensamente desde los comienzos de los años 70, tuvo la oportunidad de abrir una puerta muy importante sobre esta realidad del poblamiento temprano de Sudamérica. 

Allá, en muchos sitios, como la Ecorregión del Cerrado o incluso en la propia Amazonía, era evidente que había fechas mucho más tempranas de lo que se hubiera podido imaginar, si se compara con la realidad de todo el marco cronológico que ya se ha venido desarrollando con mucha precisión, con mucho detalle, en Norteamérica. 

Ha sido un revolcón…  

Esa es la maravilla de la investigación y de la ciencia, que en la medida que se va avanzando en la generación de nueva información se va ampliando la capacidad de entender la profundidad de muchos aspectos, desarrollos y manifestaciones. Aquí no estamos acabando la investigación ni mucho menos, recién arranca.

Según esto, ¿qué papel debe jugar la academia colombiana de cara a este reto?

Lo importante es que ahora se vaya avanzando en la capacidad de investigación, que difiere mucho a la de todos esos países que tienen los recursos y las capacidades para avanzar rápidamente. Ojalá algún día podamos hacerlo con la misma facilidad, pero es difícil porque hacer investigación y hacer ciencia en nuestro país es mucho más complicado desde todo punto de vista: tenemos otros frentes, otras realidades, otras prioridades y el tema de la investigación y la ciencia es una variable muy marginal.

Ahí está la pregunta, ¿cómo podemos seguir avanzando en nuestros contextos de investigación? ¿Cómo mantener una línea de conocimiento en estos lugares que nos permita ir más rápido y seguir enriqueciendo todos estos aspectos que aparecen tan interesantes y tan oportunos? Seguir construyendo ese paradigma de realidad es fundamental para los colombianos.