Los jóvenes en las movilizaciones: un grito visceral por la educación

Conversamos con el filósofo, Oscar Guardiola-Rivera sobre las movilizaciones estudiantiles, el acceso a la educación y el Paro Nacional.
Martes, 25 Mayo, 2021 - 11:19

Por: María Claudia Dávila

Miles de jóvenes han sido las y los protagonistas de este Paro Nacional que hoy sigue vivo y mutando en las calles después de casi un mes de haber comenzado. Su fuerza personal y colectiva sumada a la de otros miles de ciudadanos, por ejemplo, ya ha hecho que a este punto se hayan caído la reforma tributaria y la de la salud. Pero el hastío sigue siendo evidente y ha estado atravesado por tanta indignación frente a una forma de gobernar que históricamente no ha sabido escuchar a la gente, que hoy la ebullición de emociones que se siente sigue siendo visceral. 

Las y los manifestantes, en su mayoría jóvenes, entre muchas otras peticiones básicas que hacen como el acceso a la vivienda, al agua y a condiciones dignas de vida, siguen exigiendo una que no solo les afecta a ellos, sino incluso a las generaciones por venir: el acceso a la educación.

De acuerdo a un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en Colombia, solo el 42% de la población de 25 a 64 años accede como mínimo a la educación media superior. El hartazgo y la “digna rabia” de la gente joven, como se lee en varias de las pancartas que hoy acompañan a la multitud en las calles, radica justamente en que este derecho que por definición debería ser democrático, sigue sin serlo.

La presencia de los “NiNis” en el paro, quienes ni estudian ni trabajan, no porque falta de voluntad o por ser “unos vagos”, sino por falta de acceso a oportunidades, también es muestra de ese clamor ciudadano. De acuerdo a Iván Jaramillo, investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario “ha habido un crecimiento exponencial de la participación y presencia de NiNis en estas marchas, frente a las de noviembre de 2019. Por ejemplo, es más clara la participación demandando oportunidades de empleo y educación, y el descontento es mucho mayor”. 

Por estos motivos y con la pretensión de seguir ahondando en el papel de las y los jóvenes en el paro conversamos con Oscar Guardiola-Rivera, profesor de Birkbeck College de la Universidad de Londres de filosofía política, estudios latinoamericanos y política y derecho internacional. Quisimos entender a fondo su papel en las movilizaciones sociales, el papel de la educación en un país como el nuestro, los avances y retrocesos en materia de acceso a la educación y lo que queda por venir. 

Empecemos por lo básico: ¿cuál cree que es la importancia de la educación en un país atravesado por la guerra y la desigualdad como Colombia? 

Es central. Es una de las demandas y uno de los deseos que han expresado diversos movimientos sociales en la protesta. En particular me parece bien importante reconocer el movimiento de Puerto Resistencia, fundado en 2019 en el paro interrumpido por la pandemia y que se reactiva en abril de este año. Su deseo central es la educación universal y gratuita. Hablar de educación gratuita no es lo mismo que decir que nos regalen la educación. Ninguno de nuestros deseos que también son derechos nos están siendo regalados, sino que se financian con el dinero que todos pagamos. 

La educación es un bien común por definición. El problema en Colombia es que este bien común por definición no está siendo tratado ni distribuido como lo que es. En ese sentido, se trata de una demanda central a las aspiraciones de los diversos movimiento sociales: que la educación sea lo que por definición debe ser, un bien común. Lo que quiere decir que todos y todas tengamos acceso a ella, sin ninguna distinción, en particular de clase y estrato. 

Uno de los videos más recientes que me han impactado mucho es el de una madre en el Portal de Américas que entablaba un diálogo con su hijo y con un miembro del Esmad. Lo que salta a la vista de manera inmediata es la claridad de esta madre frente a sus deseos políticos, que no son solo los suyos, individuales, sino los de la comunidad de la que ella sabe que hace parte. 

Ese es otro sentido de la educación: que no pasa necesariamente por la institución, de la escuela, los colegios o la universidad, sino que es educación en el sentido más amplio: el intelecto en general. Ese intelecto general que a veces llaman para bien o para mal, ‘cultura popular’. Hay que acabar con esa idea de la alta cultura, una división que va contra la idea misma de la “cultura”, en el mejor sentido de la palabra. 

La cultura popular tiene que ver con cultivar la tierra, el cuerpo, la mente. ¿Quién sabe mejor que cultivar la tierra y el cuerpo que una mujer, una madre o una indigena? Ese es el otro sentido de la educación que estamos recuperando gracias a las acciones de quienes están en las calles en las protestas. Somos nosotros, los que hemos trabajado toda la vida en el sector educativo, los que estamos aprendiendo. Para mi eso es un sentido realmente maravilloso. 

Creo que lo mejor que podemos hacer como ciudadanos, es escuchar y aprender. No es la primera vez que me pasa, una vez, en la Universidad Javeriana tuve la oportunidad de conocer al primer estudiante indígena que entraba a la facultad de Ciencias Jurídicas —imagínese tener que decir esto, en sus 400 años de historia— y él terminó enseñándome  a mí, su supuesto maestro, lo que yo había olvidado, mi propia biografía, mi propia historia. Ese es el intelecto general que estamos reinventando y que no es para nada contrario del pensamiento científico.

¿Cuáles han sido los avances de las y los estudiantes más relevantes en la historia reciente del país y de América Latina? ¿Qué papel han jugado las movilizaciones y protestas estudiantiles en este sentido?

Para empezar por la segunda parte de la pregunta, habría que decir que en general, ninguno de los derechos que hoy están contemplados en la constitución  y las posibilidades que hoy tenemos nos han sido dadas, sino que han sido el fruto de la tenacidad de movimientos sociales, uno de ellos, el movimiento estudiantil. El movimiento estudiantil puede nombrarse en singular, en el sentido en que se trata de un proceso y algo que se mueve. El estudiante es un sediento de saber y que ama el saber y él que compone al movimiento estudiantil. También puede ser nombrado en plural, ya que puede referirse a diversos momentos de la historia de ese movimiento y de la historia más amplia de Colombia. 

Hay muchos momentos importantes, pero rescatemos solo tres. El primero, en el contexto latinoamericano, es el que viene desde Argentina, desde Córdoba. ‘El Cordobazo', ese momento que permite hacer visible la emergencia de la juventud y de los estudiantes como actores políticos concretos. Y por supuesto, después, el que se inaugura en el 68 global, no el de mayo en París,  sino por ejemplo, en el Tlatelolco en Ciudad de México. En esos momentos ese estudiantado que había emergido no solo como actor político, sino como conciencia política, ejerciendo su papel de conciencia, es esa voz que le dice a la conciencia que lo que ya está y también lo que puede ser. 

Un tercer momento, importante también para el contexto colombiano, es aquel del cual fui protagonista a comienzos de los años 90. Ese momento es clave porque el movimiento estudiantil que había emergido como actor político y como conciencia, se inventa un proceso, lo lleva a cabo y lo realiza y al hacerlo se hace visionario. El visionario no es tanto el que ve el futuro, sino el que se hace una idea de lo que debe ser, tenga una distancia  corta con lo que es. Al hacerlo lleva esa idea, esa imagen estética a la práctica y la realiza. 

¿En ese mismo contexto, resaltaría algún retroceso del sector educativo en Colombia, teniendo en cuenta esa relación entre la movilización social y la obtención de los derechos?

Quizá la mejor manera de dar una respuesta corta, sería decir que el deseo de educación sigue estando en exceso de las formas dadas, es decir de las instituciones educativas. Estas, sabemos bien, son accesibles a muy pocos y no solo esto, sino que se opera en ellas, una lógica muy parecida a la de los museos, donde se protege a ciertas cosas que están riesgo. Hay una suerte de policía del pensamiento que siempre ha estado ahí, en el sector educativo, para decirnos que no pensar, cómo actuar. 

La policía del pensamiento fue una figura clave para la formación del movimiento estudiantil del 91. Los que terminamos llegando al movimiento experimentamos de forma muy directa cuando nos decían qué pensar y cómo actuar. Esta policía del pensamiento no está para nada desconectada, sino que justamente es la misma que termina masacrando, aniquilando y desapareciendo. Esa falla dentro del sector educativo, que he llamado policía del pensamiento o Esmad del pensamiento, está conectada de manera simbólica y es la misma que termina operando aniquilando u oprimiendo a los que se atreven o nos atrevemos a hablar. Es la razón por la cual estoy hablando desde una ciudad lejana a mi país de origen. 

Hay unas estructuras de pensamiento y un discurso desde el gobierno que puede reproducir estos argumentos de, por ejemplo, cómo debería ser una protesta y las formas “legítimas” de la manifestación, pero también la misma sociedad civil reproduce este discurso. ¿Cómo cree que esa “policía del pensamiento”  se perpetúa con estos argumentos que satanizan excesivamente las formas de la movilización? 

Esta policía del pensamiento puede ser comparada con una suerte de virus, como el Covid-19 quizás. Como todo virus, se replica y al replicarse nos obliga al aprisionamiento.  Eso lo observa cualquiera que entre al sector educativo. Desde el mismo espacio, en la construcción, las escuelas se parecen a los hospitales, a las cárceles.

Cuando te educan encerrado, no al aire libre, no al sur de Colombia, no en el Amazonas, sino en un sector muy específico de una gran ciudad, ahí confinado, empiezas a sentir esa experiencia que constriñe y destruye tu subjetividad. Salir a la calle por eso es salir de uno mismo y  transformarse a uno mismo.

Es así cómo operan los movimientos, desde dentro hacia afuera. La educación corriente nos dice: “describa la casa y repítalo”. Solo nos dice “describa”, “refleje”. No importa si se trata de ciencias duras o de artes. No nos dice: “imagine lo que no hay”. Más bien nos dice “si se atreve a imaginar lo que no hay, simplemente hágalo en el tono de la fantasía y de la novela, pero no se atreva a volver desde la imaginación a la realidad para intentar cambiarla”. 

Es un problema porque ya separamos la naturaleza de la ciudad, la ciudad letrada de las vorágines. Es por eso que el ciudadano de cierto estrato nunca pasa de la Avenida Primero de Mayo hacia el sur, es por eso que el estudiante de una ciudad grande o intermedia de cierto estrato nunca jamás ha ido al sur de Colombia y es por eso que grandes masas de la ciudadanía sólo han visto la guera y la masacre por televisión. Esto causa que de cierta medida sintamos una cierta seguridad de contemplar esos horrores a la distancia, desde la posición del espectador. Por su puesto solo desde ahí puede ocurrir el juicio: “Ay, qué violentos son. ¿Por qué no pueden protestar de otra manera?”. 

Recuerdo una vez cuando estábamos organizando con varios estudiantes, la Marcha del Silencio, antes de la Séptima Papeleta. Alguien dijo: “deberíamos hacer una protesta en donde caminamos por los andenes, de manera que no vayamos a interrumpir el tráfico”. Muy bien intencionada, por supuesto. Pero si haces la protesta de esa manera, la protesta no cumple su objeto porque le permites a esa persona que contempla el conflicto desde la falsa seguridad, desde la burbuja de su televisor, para luego pasar a la burbuja de su automóvil y desde ahí, de la burbuja de la casa a la de la oficina, pasando por la vida como si no pasara por ella, pues en esa burbuja vas a mantener la división entre esos dos sectores de la población colombiana, que viniendo del mismo espacio, parece que vinieran de dos planetas completamente diferentes. 

Uno lo puede ver en organizaciones de ciudades latinoamericanas como Bogotá, Río de Janeiro, donde las demarcaciones espaciales están absolutamente claras, ahora que hablamos de estratos y nunca se entremezclan. No se supone que la gente de estratos 1 y 3 sale a la calle de los estratos 4 y 6. Y si pasa, estos últimos empiezan a temer por sus vidas y sus bienes y al hacerlo, no solamente aceptan sino que desean la mano dura de a quién ha elegido y la justifican, por su puesto. Eso explica las diversas reacciones a este paro. 

En el marco del Paro Nacional, ¿cómo describiría la importancia de las y los jóvenes que han salido a la calle incluso poniendo en riesgo su vida e integridad para lograr cambios sustanciales? ¿qué es lo más urgente que desde allí se pide? 

Me pareció sumamente innovador el pliego que presentó Puerto Resistencia. También, la forma cómo lo presentaron, se parecen a los de la época de la independencia, pero circula por redes sociales. Es una suerte de corto circuito. Es bello, bueno y verdadero entre esas dos trayectorias históricas: una del pasado y otra del futuro. Es una suerte de memoria que viene del futuro, es muy paradójico. Por eso mismo es muy interesante. Casi todas ellas, tienen que ver con la educación. 

La primera de ellas es por supuesto, desescalar las violencias, por parte del Estado. Solamente si tú vives en un espacio más libre de coerción, puedes pensar y educarte. Esa primera petición atraviesa todo y ha sido uno de los grandes problemas de Colombia. La violencia nos impide pensar, ser, trascender, transformarnos.

La segunda petición es educación universal y educación gratuita. Es una petición que resuena por todo el mundo. Es una petición que viene desde el 2006 y se repite en el 2008, por parte de las niñas de escuela en Chile y ya vamos en constituyente. La respuesta que le daban a esas niñas, es la misma que le dan a todos los estudiantes: no hay dinero. Pero la petición es clara: que la educación sea accesible para todas y todos, sin distinción de clase, de raza, porque estas dos cosas van juntas. Y de nuevo: gratuita. No regalada, no somos mantenidos como dicen algunos aquí en Colombia, sino al contrario. Nosotros pagamos impuestos. 

En vez de que gasten nuestros impuestos en tanquetas y en querer matarnos, deberían gastarlo en educación. Es absolutamente razonable, quien pretenda desconocer ese deseo, miente y no solo miente y nos hiere, sino que adiciona un insulto al creernos tontos como para no saber que por supuesto, el mantener a la gente sin cierto nivel de educación, también garantiza el que no tengan a la mano, las armas suficientes como para poder gobernarse a sí mismos. Eso es algo que saben muy bien quiénes nos gobiernan. Lo sé porque he caminado por esos pasillos de poder muchas veces y sé bien cómo piensan y cómo nos engañan. 

¿Cómo analiza y lee la decisión del Presidente Duque de que las y los estudiantes de estratos 1, 2 y 3 tengan matrícula cero en el segundo semestre de 2021? 

No soy el primero en decirlo. Lo que revela esa concesión es la enorme capacidad de mentir y engañar que tienen quienes dicen gobernarnos. Unas horas antes de que el presidente hiciera esa afirmación, su jefe, como le dicen algunos, hizo un video que ha circulado en un trino, donde dijo que el país estaba quebrado, que no había dinero para esas cosas. 

Por supuesto, lo primero que esto causa en la gente es una suerte de momento de revelación. No porque no supiéramos, sino que lo confirma. Lo segundo que hay que decir es que eso es bienvenido: por supuesto, hay que dar esas matrículas gratuitas. Si es que en verdad es eso lo que nos están diciendo. Tenemos una historia larga en la que nos hacen promesas de día y luego, nos mandan a reprimir a vagazos en la noche. Entonces desconfiar, como mucha gente lo hace, de la promesa no es sorprendente.

Lo tercero que hay que decir es que esto apenas es un comienzo y puede verse como una suerte de bandita o curita y dado que el ‘subpresidente’, como dicen, se presta también para la caricatura, parece que representara esta caricatura en donde la represa está a punto de romperse y se va a salir por muchos lados y el coyote intenta tapar las grietas con cada dedo hasta que se le acaban los dedos y la presa se rompe. Eso suena a eso. Quienes nos gobiernan siembran migajas de pan y partido de fútbol, ya que no hay circo. De esa manera, tratan de apaciguar, no porque esa sea su idea, sino porque alguien más mueve los hilos. 

Pareciera que quienes nos gobiernan solo pueden hacerlo desde una suerte de pensamiento de defensa. Todo es una reacción. No hay acción política, sólo reacción. El carácter reactivo de una promesa política es complicado. Por su puesto la palabra reaccionario proviene de lo reactivo, en vez de significar tomar la iniciativa. El reconocimiento y la promesa deja de ser una promesa y se vuelve más bien una suerte de opción forzada, lo que por supuesto hace que no nos sea fácil creer en ella. 

A futuro, ¿qué queda por hacer?, ¿a nivel estructural que es lo más urgente que debemos hacer como sociedad para atender todos estos vacíos educativos que hay en un país como el nuestro? 

Lo más urgente es desescalar la violencia. El estado tiene que desmilitarizar la ciudad y las calles. Esto no es aceptable. Lo segundo es activar un mecanismo para que esto se convierta en un proceso. Esto va a tomar tiempo. Esto va a ser al contrario de la constituyente del 91: debe ser mucho más desde abajo hacia arriba. En ese sentido es buena la propuesta que han presentado los movimientos sociales, incluyendo a la JEP y Dejusticia, en el sentido de utilizar una serie de mecanismos que existen en las leyes de la constitución y son parte de nuestro acervo cultural e histórico. 

Por ejemplo, activar los cabildos abiertos, las asambleas ciudadanas y unirlas a una suerte de acompañamiento por parte de las instituciones internacionales porque dado el nivel de violencia del que ha mostrado ser capaz el Estado, es necesaria la mediación internacional para evitar que volvamos al viejo patrón de promesas en la mañana y represión por la noche. 

Pero también de que le devuelva la confianza al proceso. Parte del problema que ha hecho visible las protestas es que no existe confianza hacia las instituciones que deberían estar tomando estas decisiones. Imaginemos un proceso de cabildos abiertos en todos los municipios del país, un proceso de asambleas ciudadanas, mucha acción local que se pueda articular de manera pausada las diversas demandas que vendrán de sectores diferentes. Este es uno de los logros inmediatos de esto: ya no se habla de una suerte de personal abstracto, sino de mi pueblo. Es un pueblo vivo en el que yo estoy. 

Eso es algo importante y parte de una madurez política enorme. En ese sentido lo que se está pidiendo es también democracia local y que haya una devolución de competencias, incluyendo lo que tiene que ver con educación. Los procesos educativos comienzan en el espacio y el tiempo local y eso importa mucho para mantener las vidas de las comunidades.

Como por ejemplo las de nuestros hermanos indígenas y afrodescendientes. Cuando ellos hablan de educación no están hablando del mismo tipo de educación que se da en un colegio católico o protestante. De hecho está desmarcandose de esos modelos de educación. De la misma manera que lo empezamos a hacer nosotros, desde el movimiento estudiantil y luego ya reunidos y actuando en los espacios de pensamientos, empezamos a hablar de descolonizar la mente. 

Eso implica ese proceso que va a lo local y desde lo local sube y articula diversas demandas y las agrega. Una vez agregadas algunas pueden ser procesadas en las asambleas y en el congreso. También se requiere una articulación con la democracia global y con la Corte Interamericana y las Naciones Unidas. Lo que resulta muy importante para procesar una demanda que es vital hoy es la de la reforma profunda de la policía y las fuerzas armadas. Sin ese tipo de articulación, entre lo local y lo global no va a ser posible reformar las fuerzas del Estado. 

Si quienes concentran el uso de la fuerza no aceptan a quien es elegido, ya sabemos lo que pasa. Lo hemos visto en Latinoamérica más de una vez: lo vimos en Bolivia hace poco y lo estamos viendo en Brasil y por supuesto en Colombia. Ya circulan muchas imágenes y videos de gente que está diciendo que ya no basta con declarar conmoción interior, sino que hay que pasar a vías de hecho más fuertes. Eso me parece el proceso al que se debe apuntar. 

No es utópico, es realizable. Un ejemplo es el de la República de Irlanda, que a parte de una serie de asambleas ciudadanas, se oponen a una reforma muy profunda e histórica muy dificil: la despenalización y legalización del aborto. Lograron hacerlo. Otro ejemplo: Escocia, una de las naciones del Reino Unido, también con una serie de asambleas legislativas y encuentros de instituciones locales le dieron vida a un proceso político que sigue adelante y que pasa por la petición de independencia. Es algo que noté con mucha fuerza en Estados Unidos. Algo que me gusta mucho de este país es su viveza de la democracia en los niveles locales. Es algo que no se nota desde la perspectiva federal, pero en las localidades para bien y para mal hay mucha fuerza y mucho movimiento. 

Ese tipo de enfoque en lo local y luego en lo global, ese doble twist es el proceso que se nos viene. No va a ser fácil, va a requerir mucha tenacidad, que la protesta sea deferida e indefinible, es decir que haya que mantenerse en las calles, venga lo que venga, cuando sea necesario, pero también en otras ocasiones, hay que darle pausa porque por supuesto si se mantiene la protesta todo el tiempo nos vamos a sentir exhaustos. Es muy difícil.

Al mismo tiempo va a requerir que ese tipo de ciudadanía a la que me refería antes, quienes ven el proceso de la seguridad de su televisor, abra su mente y su corazón y se de cuenta que en últimas, sí hay un barco en el que estamos todos. 

Y que nadie va a quitarle sus dos apartamenticos. Esa es la otra cuestión que es difícil de entender. A veces quienes temen que se les vengan encima esos “comunistas”, lo hacen bajo la ilusión de que les van a quitar las pocas cosas que han logrado. En realidad no son clase alta. En Colombia hay muy poca clase alta. La riqueza está muy concentrada. En ese sentido, los grandes grupos económicos pueden tener ciertas cosas, pero hasta ellos se están dando cuenta que el país debe cambiar. Esas reuniones que están teniendo grupos de empresarios tienen ese sentido. 

El hecho es que la gente en la calle ejerce un tipo de presión que por supuesto va a hacer difícil el giro normal de los negocios y ese es el punto de la protesta. El punto de la protesta es que si se quiere la revolución, vamos a poder ampliarla y volver a ella. Se pone presión a quiénes se han venido beneficiando para que paguen las sumas de dinero con las cuales vamos a poder financiar la educación, la salud y los derechos básicos.