Giuseppe Caputo: sobre la espera, la maternidad y el deseo

Hablamos con el escritor barranquillero Giussepe Caputo sobre su más reciente novela.
Jueves, 8 Octubre, 2020 - 09:46

Por: Nadia Orozco Moncada

 

“Mi madre fue el sol y el sol fue mi madre.
Y entonces fue como si arriba, en el cielo, mi madre llorara;
como si abajo, en la cama, el sol me diera calor.
Desde ese día, llamo al sol madre sol, o estrella madre.”

“Estrella Madre” (2020) es el nuevo libro del escritor barranquillero Giussepe Caputo. En ella, un niño que es hombre, un hombre que es niño, espera el regreso de su madre, quien un día, y después de mucho desearlo, resolvió irse. Esa espera está atravesada por los recuerdos y los estados de ánimo de este protagonista sin nombre, que se mueven entre el amor o la tristeza, la hermandad con sus vecinos, las canciones, la telenovelas, las deudas y los relatos ajenos que, al final, le hablan sobre su propia historia. 

Pero hay algo más que esa espera y es la maternidad, interpretada desde una necesidad de prolongar los roles, no solo de la madre, también del hijo, desde un plano que pasa de lo nostálgico a lo obsesivo y que, como consecuencia, compromete el “yo” del protagonista y el “querer ser” de la madre.

Esta relación de dos personajes sin nombre, puede arrastrar al lector hacia reflexiones sobre el deber ser de una madre, el apego de los hijos a esa figura convertida en deidad y, al final de cuentas, sobre el amor diáfano que necesita ser transformado para ser preservado. 

Después de “Un mundo huérfano”, esta se presenta como la segunda novela del autor. Hablamos con él. 
 

Empecemos hablando del proceso de construir  “Estrella Madre” 

Este manuscrito final que terminó en la publicación de “Estrella Madre” ha tenido un proceso de escritura muy largo. Yo lo inicié hace poco más de diez años, y con esa primera versión, que tenía unas 70 páginas, apliqué a la maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. Era una versión de esta historia bastante distinta, estaba enteramente en segunda persona y el protagonista, el hijo, le hablaba a todas las personas que hacían parte de su entorno inmediato incluyendo la madre; sin embargo, avanzada la lectura, quedaba ambiguo y muy poroso si la madre estaba presencialmente con él o no. 

Todo ese manuscrito quedó, pero cuando inicié las clases en la Universidad de Nueva York, sentí que ese personaje verborreico, esa segunda persona, era una técnica que yo había usado para no usar tanto el lenguaje. Como es un personaje que habla y habla y habla, me permitía escribir mucho y no pensar en la escritura. Ya con esta maestría empecé a relacionarme de otra manera con el lenguaje y la escritura, sobre todo a pensar mejor las palabras; entonces ya escribí una segunda versión, con un lenguaje poético y onírico, y también en esta versión estaba la idea de la madre borrosa, y la dejé. Luego escribí “Un mundo huérfano” que salió publicada. La mostré sobre todo porque sentí que entre lo que yo había querido hacer y lo que quedó, la distancia no era tan grande, y me sentí más seguro.

Luego de todo este tiempo, escribí esta versión que salió de “Estrella madre”. Fueron dos años de escritura de este manuscrito, ha sido trabajado muchas veces y lo que sí ha estado presente siempre ha sido esa madre borrosa o esa madre que es omnipresente en su ausencia.


Hay una necesidad constante de llamar a las cosas, un juego con el lenguaje recurrente en el que todo es nombrado de diferentes formas...

Este libro está en clave de cuento de hadas. La primera imagen, y lo que yo quise hacer, fue una inversión de esta imagen que hemos visto tantas veces: la de una mujer en una torre esperando a un hombre. En esta ocasión, es un hombre en una torre esperando a una mujer, que es la madre. Estamos en el terreno de las historias fundacionales -el mito, el cuento de hadas- y yo me relaciono con esas historias como formas de introducir el mundo. Como lector, cuando las leía de niño, esas lecturas me introducían al mundo, a lo que es capaz de hacer la gente para bien o para mal. 

Lo que él hace con el lenguaje es introducir el mundo y dice “es una chancleta, mi amiga la llama sandalia; es el vidrio a veces lo llamo ventana”. Así el lector crea la división entre lo que es para la gente y lo que es para él. Para él un vidrio es lo que lo separa del cielo, para otra persona es una ventana; para una persona podría ser el sol, para él es su madre; para alguien podría ser la luna, para él es él mismo. Ese acto de nombrar, es una forma de asir el mundo

 

Esperar es una constante en “Estrella Madre” y la espera se ve reflejada, por ejemplo, en el desenlace de las novelas, en una fila, en una llamada telefónica, en el gasto del dinero.  ¿Cómo se entiende el relato desde ahí? 

Yo haría una distinción entre cuenta regresiva y espera, en el protagonista la sensación del tiempo aparece de estas dos maneras. Lo que diferencia es que la cuenta regresiva, por larga que sea, da una sensación de que se sabe cuándo va a terminar; por ejemplo, si estás en una fila y es muy larga uno se mentaliza y sabe que puede calcular el tiempo. En la espera no se sabe cuándo va a terminar, podría ser en un segundo o en cien años, y el no saber te inmoviliza, no solo físicamente sino psíquicamente.

La cuenta regresiva hace que el tiempo se sienta destructivo. Ahí pienso en las novelas de Fernando Vallejo, siempre está la sensación de que la muerte va a llegar, que todo es una ruina, todo se acaba. Aquí esa cuenta regresiva o ese tiempo destructivo es inseparable del dinero. Como este personaje está esperando a su madre, ha dejado de trabajar; está vendiendo sus cosas para poder quedarse inmovilizado sin hacer nada más que esperar. La espera es una pasión para él, está dedicado a esperar. Pero cuando la plata se va terminando eso también da la sensación de cuenta regresiva y, lo decía en otra conversación, en el mundo tal y como está, donde las necesidades básicas están supeditadas al dinero, si tú no tienes plata, pues la vida se vuelve un intento de sobrevivir, ya no se vuelve vivir, eso vuelve la vida una cuenta regresiva.

En la cuarentena lo sentimos, la espera es un tiempo suspendido, congelado, un tiempo en suspenso, a la expectativa, donde uno todo el tiempo se pregunta “¿Será que ya va a acabar esto? ¿Será que salió la vacuna?”. Uno está expectante, pero también congelado. Los días se parecen, se sienten repetidos, la espera es eso: un gran largo día. Por ejemplo, lo que trató hacer el Gobierno con todas las medidas de cada 15 días fue convertir la espera en cuentas regresivas. Cuarentena 15 días, pero cuando estaba llegando el día 13 otra vez anunciaban que serían 15 días más. Eso da una seguridad, saber que por más que sean 15 días hay una luz al final, pero si te dicen “quién sabe hasta cuándo”, la gente se enloquece.

 

¿Cómo se puede interpretar ese constante deseo de ir, que atraviesa a la mayoría de los personajes?

Lo curioso es que justamente las personas que viven en esa ciudad imaginada, están con la idea de que en cualquier lugar se está mejor. Sin embargo, por las noticias  y por otros testimonios que vemos avanzada la novela, también hay gente que ha llegado a la ciudad pensando que va a estar mejor. Está la sensación de que en todos lados hay problemas radicales y estructurales y que la gente en todas partes está desesperada.

 

Hablemos de la construcción de comunidad en el libro...

Me parece importante la construcción de comunidad, que por más delirante que sea, es una comunidad y permite un cuidado y resistencia ante toda esa precariedad. Los vecinos, madrecita, Luz Bella, estos personajes se juntan y de alguna forma se hacen la vida mejor. Por eso es importante la obra que está en eterna construcción al frente de ellos; si bien en una primera instancia y lectura parece un sinónimo de la ineficiencia eterna, de este no poder avanzar en nada y de nuestros países como una metáfora de obra negra eterna, sí creo que esa obra también representa lo que puede llegar a ser. 

Hay un libro que me encanta que se llama “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino, ahí hablan de una ciudad que está en eterna construcción, un viajero les pregunta por qué no han avanzado y alguien responde “para así postergar su destrucción”. Entonces esa obra más que una ineficiencia también es una esperanza y por eso todos los personajes tienen una espera individual: Luz Bella espera su telenovela, la madre irse, el hijo a la madre, madrecita su parto delirante, los de al lado la muerte, Próspero espera que le paguen el arriendo, todos esperan algo. Sin embargo, la obra los une o los hermana en una espera colectiva y finalmente en un mundo posible o en algo distinto a lo que están viviendo. Es como la contraposición a todo eso de “tenemos que irnos”, hay una esperanza hay algo que se puede hacer ahí.

 

¿De la espera, como le pasa al personaje principal, se compone toda nuestra vida? 

Sí, y pienso que hay que entenderla de la mejor forma posible, porque cuando uno espera se están gestando cosas, en ese tiempo de aparente inmovilidad se está gestando una transformación, que es también el proceso del protagonista. Después de todo en el estatismo hay una transformación, pero se necesita tiempo.

 

¿Cómo fue la construcción de esa ciudad donde pasa “Estrella Madre”, donde se da esa espera, donde unos llegan y otros se van?

Para mí, tanto en la ciudad en “Un mundo huérfano” -que también es una ciudad imaginada- y esta ciudad de “Estrella Madre” son híbridos de las dos ciudades más importantes de mi vida que son Barranquilla y Bogotá, en donde he vivido más tiempo. La de “Un mundo huérfano” es más evidentemente caribeña por la presencia del mar, la de “Estrella madre”, puede ser más andina por la presencia de las montañas.

Para mí ambas ciudades son un híbrido caribeño y andino. Esta ciudad particular, puede ser evidentemente inspirada en Bogotá, sobre todo por la presencia de una cordillera y lo caribeño está en esa porosidad de los interiores y exteriores, en las conversaciones permanententes que la gente tiene de la casa a la calle, de la obra a la calle, conversaciones a gritos entre los vecinos. Eso es algo que yo extraño mucho de Barranquilla, que uno de ventana a ventana tiene conversaciones:  “¿oye allá tienen luz? ¿No? Ah bueno”.

Todo eso fue mi experiencia creciendo, siempre se comentaba a gritos la telenovela, y la telenovela no solo era la historia en sí, sino toda esa experiencia colectiva alrededor de esta: los comentarios que la gente le hacía al televisor tipo “¡Pendeja! Pero para qué sigues con él. Déjalo”. Todas esas cosas me encantan porque hay algo estrafalario que disfruto mucho y deja ver la pasión profunda que despiertan ciertas historias en las personas.

 

En “Estrella Madre” pululan las reflexiones acerca de la maternidad. Como lectora me encontré juzgando a la madre, pero a medida que avanzaba, entendí su posición de alejarse de su hijo. ¿Cuál es tu visión?

Esa es la gran pregunta de la novela y, como está narrada desde el punto de vista del hijo, uno siempre ve a la mamá como mamá. En un artículo de El Tiempo hablaban de la palabra abandono, pero yo no siento que ella lo haya abandonado, ellos se despidieron y ella se fue cuando él ya era mayor, no lo dejó de niño. Lo que pasa es que hay una edad ambigua, de la manera en que cuando un niño era un niño hombre porque asumía las responsabilidades que eran de la mamá, y ahora es un hombre niño.

La telenovela como con las historias que él escucha, por ejemplo, cuando va a pagar el teléfono que escucha el monólogo de un hombre que tiene una relación con su mamá, son espejos que le permiten a él repensar su propia historia. Hay un capítulo muy importante que se llama “Tu madre tiene un nombre”, y en este hay un episodio de la telenovela en el que una niña se pierde y los protagonistas le dicen “Nosotros te ayudamos a buscarla, ¿cómo se llama tu mamá?” y la niña les responde: “Se llama mamá”. Eso le está hablando al personaje, diciéndole: tu mamá no se llama así, tu mamá es una persona con muchos deseos que pasan más allá de ti. 

Hay una transformación en la percepción que el mismo lector tiene sobre la historia, porque el hijo se permite en un momento decir “Yo he dicho algunas mentiras, tal día no fue mi mamá la que hizo esto sino yo”, y él también se muestra como una persona que ha sido egoísta. Tenían un vínculo o un apego feroz, como diría Vivian Gornick, y ahí queda eso problematizado.

 

La madre tiene la cara de Dios para el protagonista, es una deidad, su vida se inmoviliza por ese deseo que es casi un culto. ¿Al final ese problema tiene que ver con esa idolatría no pedida? 

Sí, y  ahí está el problema justamente, la mamá nunca ha querido ser santificada. Él trata de ponerla en este lugar sagrado que es algo muy latinoamericano y colombiano, “la mamita sagrada”, y a ella no le interesa eso. Pensé de alguna forma en el mito de Pigmalión, un escultor que se enamora de su estatua, y la pone en este lugar de tal admiración que la estatua se termina hartando y lo mata. Hay una gran libertad en decir “No soy Dios, esto me pone en un lugar imposible a mí, no me trates así”. La transformación del hijo es despedirse de la mamá como Dios y entenderla como alguien de carne y hueso.

 

¿Es posible hablar de la problematización de la maternidad como la columna vertebral de “Estrella Madre''? 

Más que sobre la maternidad, pienso que el gran problema del hijo es que sigue pensando como hijo, ya de adulto. Y eso pasa en “Un mundo huérfano”, todos los personajes tienen nombres, excepto el padre y el hijo. Lo mismo pasa acá, todos tienen nombres menos la madre y el hijo. Él es incapaz de decir el nombre porque él está atrapado en su lugar y en su rol de hijo. Hay personajes como Luz Bella que lo intentan sacar de ese lugar y por eso es tan importante el final, porque se trata de trascender la casa de la infancia, la casa primera, pensar otras vidas y otras casas posibles.

 

¿Hay algo del complejo de Edipo en esa relación madre e hijo?

Totalmente, la primera imagen que hablamos al principio, la del cuento de hadas, el hombre encerrado en una torre, una inversión de la mujer encerrada en una torre en espera del príncipe azul, que si bien es una imagen que se ha trabajado mucho en todo el Siglo XX para salirse de esa idea, es una fantasía que pervive. Pero la idea del príncipe azul está en el terreno del amor cortés y romántico y la inversión de eso, la del hombre esperando que la mujer lo salve, así la mujer sea la mamá, ubica esa relación en el terreno del amor romántico.

Hay un capítulo que se llama “Abrazo en piedra”, en el que ellos están abrazándose mucho y una persona llega y les pasa la mirada por los lugares por donde se están abrazando y de alguna forma los hace sentir incómodos. La mamá se separa porque esa mirada los ubica en el terreno del incesto posible o de un contacto que no es del todo apropiado entre una mamá y un hijo, o del papá y el hijo en el caso de “Un mundo huérfano”. 

 

¿Cuál es el lugar que tiene la sexualidad y las fantasías en la narración? 

Ese capítulo es importante porque es la primera vez que la mamá le dice “ya estás grande” y es cuando él se empieza a encerrar, le salen pelos en las axilas. Esa es una nueva forma de separación, si la mamá le está diciendo que ya no es un niño, él ya tiene que dejar de construirse de esa manera.

Por el otro lado, es la llegada del deseo sexual y en un momento él dice “el deseo de esos hombres nubla el mío y cuando esos hombres se aman yo dejo de pensar en mi madre”. Sin embargo, la madre siempre está como una sombra. Cuando él dice que “el sol está en la luna y la luna está provocando sombras, y esa sombra de esos obreros cae en mi, también es la sombra de mi madre”, la madre está acechante en esos momentos de deseo sexual. 

Los obreros son importantes porque en esos momentos de amor y sexo que tienen, ellos pasan de ser cuerpos asalariados y disciplinados por horarios, por el trabajo laboral y físico, y en ese momento de la noche se vuelven cuerpos románticos que derrochan amor. Ya ellos están bajo otro código que es el del amor y están juntos por la necesidad de amar en ese mismo lugar donde se mueven.

 

¿Cómo vives la publicación de esta, tu segunda obra?

La verdad es una gran alegría. Ha sido un proceso tan largo, Annie Ernaux dice en el libro “No he salido de mi noche” que escribir sobre la madre implica -a la fuerza- enfrentarse al problema de la escritura. Yo no sabría responder particuladamente por qué escribir sobre la madre es enfrentarse al problema de la escritura, pero sí podría decir intuitivamente,  por el proceso tan largo -que ha tenido tres versiones distintas a lo largo de 10 años-, que sí creo que esa sentencia es cierta. Creo lo que dicen algunas personas, que uno siempre está escribiendo el mismo libro desde diferentes lugares, pero sí ha sido una alegría ver ese proceso tan largo culminado en una edición. La portada me encantó tanto, y quedé tan contento con la edición en sí misma, es una portada sencilla y colorida que se refiere al pescadito, el milagro que trata de hacerle el hijo a la madre.