Fotos de: Parque Nacionales de Colombia

Ganado a cambio de biodiversidad: la amenaza que enfrenta el Chiribiquete

Entrevistamos al antropólogo Carlos Castaño-Uribe para hacer un diagnóstico de la situación y entender la urgencia de defender este territorio.
Martes, 1 Junio, 2021 - 01:18

Por: Juan Pablo Conto

“Hace siglos, grupos de cazadores y recolectores irrumpieron en la vasta selva tropical amazónica. Allá, en las cabeceras de lo que se llamaría río Apaporis, hallaron el sitio que estimuló sus sentidos para convencerlos de que, en los intrincados escarpes rocosos de unos maravillosos tapuyes, se encontraba el espacio sagrado que aseguraba la continuidad de su sueño espiritual, un sueño íntimamente asociado a la emblemática figura del jaguar, hijo del Sol y conductor solitario del equilibrio y la armonía universal, conocedor de su cosmogonía”. 

Así arranca el segundo capítulo de Chiribiquete: la maloka cósmica de los hombres jaguar (2019). El libro, escrito por el antropólogo y arqueólogo Carlos Castaño-Uribe, es el resultado de la investigación más completa que se haya hecho sobre esta Serranía, ubicada entre los departamentos de Guaviare y Caquetá y que cuenta en sus 4’268.095 hectáreas con uno de los tesoros naturales y de ancestralidad cultural más valiosos del planeta. 

Fue declarada Parque Nacional de Colombia en 1989 y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2018. Y aunque todavía queda mucho por investigar, se sabe que el Chiribiquete alberga alrededor del 30% de los ecosistemas y la flora de la Amazonia colombiana, contando con miles de especies, decenas de ellas endémicas y varias amenazadas.

Recientemente, la Organización no Gubernamental, Environmental Investigation Agency (EIA), con oficinas en Londres y Washington y que investiga y hace campaña contra los delitos y abusos ambientales, publicó en 2021 el informe Carne contaminada: cómo las cadenas de suministro de ganado están destruyendo la amazonía colombiana. La investigación demuestra cómo el producto que se consume en Bogotá y otras grandes ciudades colombianas trae un rastro invisible de deforestación ilegal

A lo largo del documento se detalla cómo supermercados, como Grupo Éxito o Colsubsidio, están siendo incapaces de hacer una debida diligencia en sus procesos de compra de carne. Esto deriva en la financiación de proveedores que se abastecen de ganado criado ilegalmente en bosques protegidos, alimentando un sistema marcado por la corrupción, la extorsión, el blanqueo de ganado y la deforestación.  

La investigación se llevó a cabo en la zona norte del Parque Natural Nacional Serranía del Chiribiquete (PNN Chiribiquete) y en puntos del Parque Natural Nacional Serranía de La Macarena (PNN La Macarena), además de algunas zonas adyacentes de la Reserva Forestal de la Amazonía. El panorama es absolutamente desolador: en los lugares investigados se perdieron 21.596 hectáreas de bosque entre 2016 y 2020, equivalente a unas 43 mil canchas de fútbol, mientras que el hato ganadero creció más de siete veces en el Parque Nacional La Macarena y más de tres en el extremo norte del PNN Chiribiquete. 

Hay que tener en cuenta que la investigación solo cubrió una fracción de la Amazonía, por lo que arroja pistas de un problema sistémico a una escala mucho mayor. Varios medios de comunicación hicieron eco a estos hallazgos, pues se trata de una problemática que no solo plantea un panorama cuando menos difícil de cara al futuro, sino que deja interrogantes profundos sobre la manera cómo se coloniza el territorio, se acapara tierra y se reproducen estructuras que convierten a Colombia en uno de los países con mayor concentración de tierra y con unas oscuras dinámicas detrás de esta. 

En Radiónica hablamos con Carlos Castaño-Uribe, antropólogo de la Universidad de los Andes con doctorado en Antropología Americana de la Universidad Complutense de Madrid. Fue director del Sistema de Parques Nacionales Naturales por más de una década, cargo que ocupaba cuando, en 1986, avistó por primera vez el Chiribiquete. También ha sido director del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM). Estuvo en la Secretaría de Medio Ambiente de Bogotá y fue viceministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

Sus aportes a la política pública ambiental en Colombia y Latinoamérica han sido enormes, por lo que ha sido condecorado con la Medalla al Mérito Drago de Oro durante el Congreso Mundial del Medio Ambiente en 1989, también le concedieron el premio internacional Parks Merit de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y, en 1993, el premio Fred M. Packard, uno de los galardones mundiales más importantes en materia de ecología. Fue él quien estuvo al frente de la declaratoria del Chiribiquete como Patrimonio de la Humanidad. 

En esta primera parte de la entrevista (ver aquí la segunda parte), hablamos sobre uno de los temas más urgentes y que se conecta con la problemática que plantea el informe en cuestión: la conservación de la Serranía del Chiribiquete. De la mano de Castaño-Uribe, identificamos cuáles son los riesgos, las dinámicas y la necesidad de dar un giro radical frente a lo que está ocurriendo hoy en día en este territorio. 

¿Cuál es el panorama actual de cara a la conservación de la Serranía del Chiribiquete?

Estamos ante una situación muy preocupante. No cabe la menor duda que los procesos de transformación de la región amazónica han avanzado en una forma exponencial en la historia de nuestro país, por no mencionar solo las realidades que están sucediendo en este momento. Pero es evidente que hoy tenemos una velocidad avasallante de destrucción, como nunca antes se había visto.

Hablo desde la perspectiva de alguien que le ha tocado ver esto desde la política pública, desde la gestión de los proyectos del Estado, por el rol que tuve en la conservación del patrimonio biodiverso y amazónico. Y es evidente que estamos frente a unos motores -que si bien no son diferentes porque han sido los mismos durante mucho tiempo- que tienen una velocidad aún más grande de lo que antes se había podido observar.

No debemos olvidar que la Amazonía, desde la perspectiva centralista, siempre fue vista como la última frontera. No revestía mayor interés más allá de la apropiación y la explotación de recursos naturales a gran escala, sea madera, pesca o de cosas que marcaron un hito en esta historia como el caucho. Y aún así, ninguno de esos momentos ha sido tan perverso como el que tiene lugar ahora

¿En qué sentido ahora es más perverso?

De alguna manera, antes se trataba de entrar y explotar intensivamente cierto producto, que eventualmente se acababa, por lo que el boom llegaba a su fin y la gente se iba. Quedaba así la selva misma encargándose de restaurarse con unas poblaciones que se han mantenido ahí con cierto equilibrio con los recursos existentes. 

Sin embargo, ahora la modalidad es mucho más preocupante, es más avasalladora, porque está siendo generada por grandes cadenas de ilegalidad que están pretendiendo usurpar de una forma muy contundente la propiedad de la tierra, financiandose además con capitales totalmente ilegales

En este sentido, ¿cómo están afectando las distintas formas de colonización? 

Por supuesto que hay también lo de siempre: pequeños grupos de campesinos que quieren buscar una solución a su vida, pero es que se unen demasiadas variables de ilegalidad en estos territorios. Cuando no es el deseo de usurpar los recursos propios del territorio de forma ilegal, nos encontramos con el tema del narcotráfico también, que empieza a auspiciar de una manera mucho más rápida y contundente estos procesos. 

Al final está el deseo innegable de estos financiadores, el último propósito: apropiarse de los baldíos de la nación

¿Cómo se da esa apropiación?

No nos duele lo suficiente o no alcanzamos a entender la dimensión de lo que está en juego. Es evidente que estamos observando un patrón muy regular: avanzar con unos frentes de pequeños colonos y campesinos que van en la punta de esa tendencia transformadora, tratando de sobreponerse a sus requerimientos y necesidades, pero con una financiación por detrás que los alienta a ir cada vez más rápido, a endeudarse más.

Esos capitales logran el propósito de que los campesinos deforesten, destruyan y le vendan rápido al financiador. Este, obviamente por una suma muy baja, termina apropiándose de territorios que después va uniendo, generando lo que hemos observado en los últimos 40 años desde Villavicencio hacia el sur.

¿Qué se está trabajando en esa tierra que se usurpa? 

Es una realidad cada vez más contundente. Primero, la tala y deforestación, o incluso incendios forestales, después puede llegar la coca en un principio, pero al final siempre llega la ganadería extensiva. La Serranía de la Macarena ya fue prácticamente destruida, siguió a San José del Guaviare y a Miraflores. Hoy estamos rodeando todo el corazón selvático de la Amazonía colombiana desde el Guaviare y desde el Caquetá a unas velocidades enormes. Estamos cambiando toda nuestra biodiversidad y nuestra selva por cultivos de pasto para alimentar vacas. Esa es la lógica. O incluso, la lógica es aún más perversa, porque estás vacas lo único que están garantizando es la permanencia de unos deseos de posesión y apropiación de tierra que se están metiendo en Reservas Forestales, en Parques Nacionales, en los resguardos indígenas. 

¿Y cómo se ha reaccionado desde las instituciones frente a esta problemática?

Lo que uno tiene que preguntar es, ¿qué quiere la política pública con estas áreas? Porque no podemos dar discursos que no sean coherentes. Si lo que queremos es proteger adecuadamente la Amazonía, pues tenemos que actuar en concordancia y rápidamente desvirtuar todas estas prácticas que están dando una señal muy inconveniente. Si lo que queremos es salvar este territorio, que tiene además unos habitantes ancestrales metidos en la mitad de estos motores de transformación tan avasalladores, soportando además una situación de conflicto armado y de ilegalidad, hay que también entender que no es solo un tema de biodiversidad

Hay que garantizar la seguridad de las poblaciones indígenas que han vivido toda su vida ahí y a quienes no estamos ayudando mucho para que se mantengan en medio este territorio que les pertenece ancestralmente y que es esencial para su supervivencia.

Pero desde la política pública, ¿tenemos las herramientas y la capacidad para poder manejar esta situación? ¿Qué consecuencias trae  no poder contrarrestar esta amenaza? 

Nos falta mucho por avanzar en Colombia para poder precisar cómo debe ser el adecuado ordenamiento de nuestro país en las diferentes regiones. Uno esperaría que un país que tenía hasta hace unos pocos años el 50% de su superficie boscosa, pudiera mantener ese indicador, que además nos dio mucho prestigio durante mucho tiempo. Tener el 50% de su territorio en bosque era una de las cartas más interesantes a futuro para Colombia por su biodiversidad y también muy particularmente por ese respeto a la gran diversidad multiétnica del país, que está asentada especialmente en estos territorios con una vocación netamente forestal. 

Si eso no se mantiene así vamos a tener problemas a futuro muy fuertes, no sólo en estos lugares, sino en el resto de la geografía nacional. Y lo que es más preocupante, también en otras áreas por fuera de nuestras fronteras que están dependiendo, entre otras cosas, de que nosotros logremos mantener este penthouse de biodiversidad en el que vivimos. Uno que es un gran fabricante de recurso hídrico por el sitio específico donde estamos ubicados. 

¿Qué otros ecosistemas se verían amenazados debido a estas transformaciones? 

Está el ejemplo de los famosos páramos, sobre los cuales tanto se habla, y menos mal, en Colombia. El país ostenta hoy la mayor cantidad de este gran bioma enclavado especialmente en nuestras formaciones andinas y son los más húmedos del planeta. Pero no nos damos cuenta que esa condición particular de nuestro país depende no sólo de la integridad de los sistemas boscosos de los Andes, sino también, y muy particularmente, de los amazónicos. 

Si todos estos recursos se siguen deteriorando, el impacto más serio no sólo va hacer con la selva amazónica, que deberíamos proteger a toda costa por sí misma, sino que entra a jugar determinante la seguridad nacional. A mí no me cabe la menor duda que, lo que está ocurriendo en la Amazonía, va a tener una serie de repercusiones enormes para nuestra propia supervivencia. Todos los regímenes se van a modificar desde el punto de vista climático e hidrometeorológico de una forma muy contundente. El país no ha logrado ver esta situación tan apremiante. 

¿Cómo están afectando estos cambios el presente? 

Ya estamos empezando a ver estos cambios, nuestros recursos hídricos han empezado a escasear desde hace rato. El cambio climático es una realidad, está demostrado científicamente desde todos los criterios y parámetros que se han corrido en Colombia para evidenciar su efecto desde hace unos 30 años. Hay que empezar a hacerle ver a la gente, a las autoridades, a las instituciones que todos estamos dependiendo cada vez más de lo que pueda ocurrir en la amazonía.

¿Ha mejorado en algo la conciencia frente a estos riesgos?

Me doy cuenta que no hay una conciencia de esto. Tu y yo llevamos hablando media hora. En esta media hora se han destruido 14 hectáreas de bosques amazónicos. Es una cosa que no tiene precedentes y yo creo que hay que hacer algo muy contundente: presionar a las instituciones, porque estamos peleando contra un problema mucho más serio de lo que pensamos. Tenemos que quitarnos esa marginalidad con la que vemos la amazonía, sus poblaciones y sus recursos. Esa es la cura para los grandes servicios ambientales que siguen manteniendo a Colombia en pie. 

Cuando uno ve las estadísticas de la deforestación y de la destrucción de los últimos cinco años es claro que nos estamos perdiendo la única carta asegurada que teníamos para garantizar estas condiciones de servicios ambientales para nuestro país e incluso para otros países. Si uno tiene la oportunidad de sobrevolar este continente se da cuenta que Colombia es un país muy privilegiado. Esa aridez que uno observa en el resto de partes del continente, nosotros no la tenemos, por unas condiciones muy particulares que están en juego en este momento. Sobre todo por el tema hídrico y la biodiversidad, que es el gran capital que podría aportar Colombia en el futuro

El acuerdo de La Habana tiene elementos claves para controlar la manera como se da la colonización y dirimir los riesgos ambientales y de concentración de tierra. Las falencias en su cumplimiento, ¿pueden estar contribuyendo en casos como el del Chiribiquete?  

Es evidente que en lo que ha derivado el posconflicto ha sido inconveniente. El Acuerdo de la Habana en sí mismo es lo más loable y más adecuado en el deseo de lograr la paz. Pero también deberíamos tener muchísima más claridad de que este esfuerzo estaba dando en unas condiciones que se veían muy interesantes, incluso en contraste con otros acuerdos de paz, para poder mejorar las condiciones de una población que desde todo punto de vista vive en unas condiciones muy paupérrimas, muy marginales y sin ningún tipo de acceso a la tierra. La respuesta del Estado, sumado a los índices de violencia crónica de hoy del país y de inseguridad, nos señala que estamos yendo por un camino muy inconveniente; de la mano además de una destrucción sumamente alarmante y progresiva de lo poco que nos quedaba de soporte de capital natural y climático en el país.

¿Cómo acercarnos al conocimientos de quienes ancestralmente han habitado este territorio y que, finalmente, lo han logrado conservar? 

Aquí entra a colación el tema de la ética de la conservación. Finalmente nosotros no logramos ajustarnos a estos parámetros tan especiales de ese modelo de desarrollo que los habitantes ancestrales del Chiribiquete necesitan y procuran; que no es otro, sino el de mantener el conocimiento de sus pueblos intacto dentro de una cobertura selvática en buen estado. Para ellos, deteriorar un río, una orilla, un bosque es deteriorar su propia personalidad mítica y ancestral de la cual dependen.

Con todo el daño que estamos infringiendo los estamos arrinconando y constriñendo cada vez más su capacidad de mantener el equilibrio de esta región. El Chiribiquete es un centro de pensamiento ancestral de una gran cantidad de pueblos indígenas. Son siglos y siglos de historia que están allí resguardados a través de estos sitios sagrados, con estos lenguajes pictóricos, que son tan importantes como la lengua escrita. Lo que pasa es que ellos no escribieron sino que pintaron, pintaron su realidad. Es un lenguaje simbólico que relata su historia, sus mitos ancestrales

¿Están ahí las posibles respuestas para afrontar este presente?

Este patrimonio que también nos pertenece, del cual hacemos parte, es el único que nos puede dar un referente a futuro para lograr un acercamiento más adecuado a esta realidad colombiana, a nuestra propia identidad. Y es que es ahí donde está el punto más frágil de toda nuestra realidad como colombianos: no hemos sabido construir nuestro país con un polo a tierra suficientemente adecuado y este se convierte hoy en día en un referente.

¿Tenemos en este momento las herramientas para generar ese diálogo con estas visiones como debe ser?

 No, no, no, no, no, no. Estamos lejísimos de entender el sentido y el propósito de la palabra respeto. Estamos a años luz, pero hay que empezar por algún lado. Y aquí, en este caso, es de emergencia porque, en la medida que no entendamos esto, un sitio como el Chiribiquete puede desaparecer en cinco años. Sería lamentable. Con él se iría nuestra única posibilidad coherente de aterrizar nuestra realidad con este sentido de la historia, que no tenemos suficientemente abordado, que no hemos querido considerar.

A Colombia le falta mucho por atar y no lo va a poder resolver si estamos diariamente tratando de estampar una realidad con modelos que no nos corresponden, que no nos pertenecen, que son muy ajenos. Lo que ya mencionaba: es posible que estemos arrasando con la Amazonía y con estos sistemas, que son nuestra única posibilidad a futuro, para seguir ampliando una frontera de pasto para vacas. Eso no puede ser a costa de una pérdida tan mayúscula. 

Para nuestras comunidades, para nuestra realidad, para nuestros sueños como país, si no nos pellizcamos rápido, esto se nos va a salir de manos y de control totalmente. Hay que aproximarse a la ética de la conservación