Editoriales indpendientes - Foto: cortesía de Carlos Ospina

Editoriales independientes: el bastión de las nuevas voces de la literatura

Hablamos con el escritor Carlos Ospina, co-fundador de la editorial Zaíno, sobre el terreno que han ido ganando las editoriales independientes en esta industria y lo que significa apostar por ella.
Miércoles, 10 Agosto, 2022 - 12:22

Por: Juan Pablo Conto

Algo está sucediendo en el universo de las editoriales independientes en Colombia. Desde hace unos años, estas han ido ganando un espacio en la mente de los lectores y en los espacios físicos de las ferias, hasta convertirse en catálogos obligados para quienes quieran disfrutar de nuevas voces, narrativas, estéticas. Rey Naranjo, Jardín, Nómada, La Jaula, La Silueta, Cardumen, El Peregrino, son algunos nombres que cualquiera que haya tenido un roce con este mundo ha escuchado. 

La pandemia afectó también a la industria editorial. Según la Cámara Colombiana del Libro, las ventas netas de libros en Colombia, que venían presentando un crecimiento notable hasta 2019, tuvieron, en 2020, un fuerte descenso. La reducción fue de un 16,6%, cifra sin antecedentes en el sector editorial colombiano.  

Para 2021 se presentó un ligero aumento de 2,9%, lo que empezó a mostrar algunos indicios de recuperación, aunque aún no comparables con la caída registrada en el año anterior. El total de ventas netas del sector editorial durante 2021 ascendió a 685.584 millones. Y es de destacar que los libros digitales representaron el 12,3% del total.

También según cifras de la Cámara Colombiana del Libro, en promedio un colombiano lee 2,7 libros al año. Y si bien hace 20 años este porcentaje no alcanzaba a sumar un dígito y nos vamos acercando a países como México, estamos lejos de otras naciones como Argentina o Chile que llega a los cinco ejemplares anuales. 

Con estas cifras de venta y de lectores como marco, quisimos hablar con Carlos Ospina, escritor y fundador de Zaíno, una nueva editorial colombiana que ya publicó sus primeros libros: Niño rata de Daniel Bravo, Un cielo de juguete de Sofía Carrère y El ciempiés bicéfalo de Carlos Ferráez. Con él quisimos, además de conocer y dar a conocer el proyecto, acercarnos a la industria editorial independiente desde adentro y a la importancia de la lectura a conciencia. 


¿Qué fotografía me puede dar del negocio editorial en este momento?

Podríamos dividir el mundo editorial en dos: por un lado está la industria editorial, con marcas como Penguin Random House o Planeta, donde hay una suerte de oligopolio, y por el otro está la industria editorial independiente, que es diferente en cada país. En algunos como España o México es grandísima. También en Argentina hay algo ya consolidado.

Digamos que un escalón más abajo está Colombia, donde la iniciativa independiente viene hace varios años remando contra corriente, en el silencio y muchas veces en el desconocimiento. Jodiendo hasta lograr resultados importantes como lo ha hecho Rey Naranjo, Jardín, Nómada, La Jaula, entre otras. Un ejemplo de este avance es la Feria Internacional del Libro de Bogotá, donde uno ve cómo el pabellón de independientes ha ido creciendo año tras año. Ahí uno dice, “algo está pasando”. Y ahí entra nuestra historia, alimentada por las ganas de publicar y de meternos en el negocio. Creemos firmemente que eso que viene sucediendo es solo un anuncio de algo más grande que va a pasar en el futuro. 

¿Cómo se da ese diálogo entre las diferentes editoriales independientes?

No creo que sea una industria donde haya que competir con otras editoriales. De hecho, nosotros hacemos parte del Colectivo Huracán, una agrupación de editoriales colombianas. En términos prácticos esa alianza se aterriza en las ferias y en un interés de que se vendan los libros de todo el colectivo. 

En términos menos tangibles es que nos vamos impulsando. Uno va viendo lo que están haciendo las demás editoriales en términos de diseño, diagramación, uso de papel y uno va indagando. Al final se generan unas redes de trabajo importantes

¿Cuál es la apuesta de Zaíno?   

Sabemos a dónde apuntar. Hay una apuesta por voces nuevas, por proponer autores jóvenes y, en ese sentido, las maestrías de escritura creativa y de creación literaria son una gran fuente de talento. Además porque se trata de textos que ya han sido trabajado dos, tres o hasta cuatro años, por lo que entramos a fortalecer y valorar un trabajo ya previo.

Después viene un trabajo de un año más con nosotros. Ahí llegan escritores como Sofía Carrère, Carlos Ferráez o Daniel Bravo, que salen de la maestría en Creación literaria en Barcelona. Son estudios que, como decía, están cambiando la forma en que las editoriales pueden encontrar escritores nuevos.

Ahora, esto no significa que la tarea sea fácil, es una apuesta más difícil desde muchos puntos de vista. Es encontrar algo nuevo, publicar algo nuevo y vender algo nuevo, en un mundo donde se suele comprar lo seguro. 


¿Y hay una curaduría específica con respecto a lo que reciben y publican?

Si hay una búsqueda estética. Va a sonar un poco extraño, pero realmente no nos importa el tipo de manuscrito que se hace, si es ficción, no ficción, poesía, novela, cuentos o lo más experimental que usted se pueda imaginar, básicamente importa es que le gusta al comité editorial.

Nosotros nos sentamos a discutir sobre los manuscritos preseleccionados. Nos interesa qué se está contando y cómo se está contando, nos importa mucho el uso del lenguaje. Es difícil ese equilibrio, pero es que al final queremos que el lector sienta en ese encuentro con las páginas una satisfacción porque lo entretiene, lo confronta, lo pone a pensar. 

¿Cómo dialogan con las expectativas de un escritor?

Implica mucho trabajo en lo que uno puede ofrecer como editorial y en esa búsqueda de lectores. Lo que ha pasado con Daniel y su libro Niño Rata es muy chévere, porque logramos sacar ese primer tiraje de libros y tuvimos que hacer una segunda edición, cuando recién se lanzó el 17 de junio en Medellín. Ni siquiera hemos hecho lanzamiento en Bogotá. 

Es una demanda que hay que ir ganando con el trabajo en conjunto. Claro que el escritor va creando sus lectores, pero también hay quienes ya se acercan a la industria editorial independiente por lo que estas han construido y confían en los catálogos, más allá de que ya conozcan al autor o la autora.

Decía que en ciertos países esa industria editorial independiente está más consolidada, ¿qué referentes tiene? 

Primero quiero decir que en este momento hay una situación jodida por el costo del papel, es un desafío muy grande. Hubo una publicación relativamente reciente en Twitter de una editorial independiente grande mexicana en la que le preguntaba a sus seguidores que, en vista de que varios aliados habían tenido que cerrar, se preguntaban si seguir o no.

Ahora, respondiendo a su pregunta, hay una editorial que a mí me gusta mucho de España, de Barcelona, que es Blackie Books. Y me gusta porque ha logrado crear una comunidad, incluso en medio de la pandemia, y ahora se está expandiendo a Latinoamérica. Quiere transformar los libros escritos en español de España para ser publicados en Latinoamérica, es decir una traducción de español a español. Me parece tremendo como ejercicio intelectual, como forma de crear una comunidad  y de mostrar puertas que se pueden abrir.

Nosotros queremos una atmósfera donde lectores, autores y editores se estén relacionando continuamente. Nuestro principal activo no es el libro, nuestro principal activo son los autores y lograr esa cercanía es la clave. De hacerlo, ya hay mucho terreno ganado, pues en la industria grande muchos autores o están muertos o son de otros países o son ya figuras públicas muy lejanas. Ahí nosotros podemos ofrecer algo.


¿Qué papel juega actualmente esta idea del libro objeto dentro de la industria editorial independiente?

Es eso, creo que no hay otra forma de concebirlo. Uno está comprando una pieza de arte, no un manuscrito impreso y encuadernado. Las editoriales independientes tienen, por su tamaño, la facilidad de poder pensar esos pequeños detalles. Son los que también terminan haciendo la diferencia y le dicen al lector: “puede que usted no conozca este autor, puede que no conozca esta literatura o qué no le interese en principio, pero mire este libro, su arte, la tipografía, el papel”.

Colombia no se caracteriza por ser un país muy lector, ¿les compete como editorial trabajar en pedagogías que busquen revertir este panorama?

Han subido un poco con el tiempo, pero sí, hemos tratado de construir un par de proyectos alrededor de ese fin. Hubo uno en las casas de la cultura y otro de forma independiente en talleres y clubes de lectura, aunque sí creo que tiene que ir de la mano del sector público. 

Esto ya es una apreciación supremamente personal y puede que esté equivocado, pero uno no se está acercando a la lectura en el colegio, incluso a veces termina alejándose. Desde lo público y con un esfuerzo colectivo podemos cautivar a la gente.  

¿Cómo estamos de política pública en este sentido?

No sé si se ha logrado tener una política pública contundente que fomente el hábito de lectura, que invite a los ciudadanos a pensar a partir de esa lectura. Y creo que tiene que ver con terminar de entender lo que puede ser esta herramienta para nosotros como ciudadanos, lo que un libro puede entregar. Quizá hay falta de presupuesto y las becas no logran del todo encaminarse a este propósito y en ocasiones no se les termina de hacer seguimiento. 


¿Está muy centralizada la industria editorial en Colombia?

Me gustaría pensar que hay mucho más y que no lo conocemos, pero creo que las editoriales en general sí están muy centralizadas en Bogotá, Medellín, algo en la costa o algo en Cali –que es por donde entran cosas del Pacífico. 

Ahora, por el lado de la creación literaria, que es el primer paso antes de que sucedan las editoriales, sí hay una descentralización de las narrativas y los relatos importante, sobre todo en las editoriales independientes. Algo que luego se podría ver reflejado en la ampliación de mercado de las grandes editoriales.  Hoy en día, como escritor bogotano, hombre, tengo que pelear más para lograr atención dentro de este circuito y eso está perfecto.

Una pregunta quizá extraña para usted, ¿por qué es tan importante leer? 

Creo que, de hecho, es la pregunta más importante y tiene que ver con la comprensión de lectura. Leer con conciencia le enseña a uno a pensar también y eso es algo que nos hace falta como sociedad. Logra que el individuo piense por sí mismo, construya  ideas y llegue a conclusiones propias y no moldes preconstruidos establecidos por alguien más. Invita al ciudadano a ser crítico consigo mismo y con la sociedad. Y hay que mirarlo sin condescendencia, sabiendo de todas las barreras que enfrentamos como país, todos los seres humanos tenemos la capacidad de pensar. Leer a conciencia nos vuelve humanos pensantes y ciudadanos activos.