La historia colombiana contada a través de los tejidos

La historia colombiana contada a través de los tejidos

​Repasamos la importancia cultural que esta tradición tiene en los pueblos indígenas del Caribe colombiano.
Miércoles, 26 Mayo, 2021 - 11:47

Por: Adriana Díaz

El tejido es una tecnología ancestral que, aunque rara vez se asume de este modo, surgió por la necesidad que tenía la humanidad de protegerse del clima. Además, se usó, durante mucho tiempo como herramienta para enviar mensajes encriptados o llevar cuentas.

A través del tejido se transfieren saberes ancestrales indígenas desde las distintas etnias que tienen dentro de sus tradiciones el arte textil. Por medio del intercambio de experiencias desde un enfoque decolonial, se ovillan hilos invisibles entre los jóvenes y los mayores para tejer de manera conjunta, una reflexión frente a la situación actual de las comunidades indígenas y su interacción con las poblaciones urbanas y rurales que desconocen sus tradiciones.

A lo largo de todo el territorio nacional existen distintas comunidades que mantienen viva su memoria a través del tejido. Charalá, Santander, durante muchos años fue habitado por un pueblo indígena Guanes, quienes eran expertos en cultivar e hilar algodón para realizar tejidos a mano y posteriormente teñirlos con tintes derivados de frutas, verduras y árboles. Estos tejidos artesanales eran usados para realizar trueques comerciales con otros pueblos indígenas de la Costa Caribe. 

En Cucunubá, Valle de Ubaté habita una gran población de ovejas que pastan, animales que proporcionan la materia prima para que los artesanos de la región elaboren una gran variedad de prendas entre las que se destacan las típicas ruanas andinas, gorros tejidos con lana y coloridos abrigos. En el municipio de Nobsa, Boyacá, se encuentra la tradicional labor de la realización de tejidos con lana de oveja. Una tradición que surgió desde la época precolombina y que se ha convertido en uno de los referentes culturales más importantes de la región. 

El arte Misak, desde el Cauca, ha permitido una unión más fortalecida entre las mujeres de la comunidad. La artesana María Cecilia Tombe manifestó en una entrevista con Artesanías de Colombia que “desde la niñez, desde los ocho años aproximadamente, las mujeres misak aprendemos el oficio mirando el trabajo de nuestras madres y abuelas. Por eso, en la Asociación Arte Misak nos enfocamos en mantener vivos estos oficios artesanales que son no sólo el legado, sino la identidad de nuestro pueblo”

En la región del Caribe, en la Sierra Nevada de Santa Marta se encuentra una de las tantas tradiciones de tejidos de mochilas por parte de los Kogi, Sánha (Arsarios), Kankuama e Ika (Arhuacos), estas comunidades han preservado su técnica y uso de materiales a través del tiempo. Por lo general cada pieza es creada dependiendo de la comunidad, la casta, y el uso que se le vaya a dar. Algo en común que sí tienen es la importancia del pensamiento y la intención con la que se teje cada nudo. Exploramos algunas experiencias que hacen parte de la memoria que se hila de generación en generación a través del Caribe colombiano.   

Encierro hilvanando conocimiento desde la Guajira

Iris Aguilar es una maestra del tejido Wayuu, del clan Ipuana de la baja Guajira. Durante el tradicional período de encierro que las mujeres Wayuu están obligadas a vivir en su adolescencia, aprendió el arte que se expresa a través de coloridos hilos que cuentan las historias de cada familia Wayúu.  

El encierro es un momento de aprendizaje y reflexión en el que las niñas celebran su crecimiento a través de los conocimientos adquiridos por medio de sus abuelas o de las tías abuelas, y durante cinco años permanecen aisladas de su comunidad y cuyo único contacto se produce con las mujeres que imparten la enseñanza.  

“Después de esos cinco años donde la niña sale totalmente profesional del arte. Esto no es artesanía común y corriente, es una materia. Se trata de una enseñanza de día y noche, no se puede enseñar dos o tres a la vez, sino atender a una sola niña, pues requiere de mucha concentración, pues se trata de arte y álgebra al mismo tiempo. Por eso, en la casa, debe habilitarse un cuarto o un espacio con un telar y todos los implementos que se necesitan para su aprendizaje. Debe comenzar para hacer el hilo con el algodón, debe coger un huso para hacer el hilo y sacar tantos kilos de hilo para hacer lo que uno piensa hacer, lo que se llama una escuela de arte”, comenta Iris. 

La tejeduría es una manifestación artística que se hereda a través de las generaciones y por eso, las mujeres transmiten sus saberes que han desarrollado estilos particulares en cada familia, cuyos trabajos pueden reconocerse gracias a la técnica o la utilización de diseños característicos que nunca serán iguales entre sí.  

La maestra tejedora menciona que: la tradición del arte wayuu, es un diario vivir y algo que merece ser reconocido en todo el mundo. Cuando crecí y empecé a compartir mis conocimientos de la técnica con otras personas, tuve grandes discusiones con las mujeres de mi familia y con mi mamá, por supuesto. El oficio se guardaba con gran recelo, pero desde esa época y todavía hoy, estoy profundamente convencida de que uno se desaparece, la gente se acaba, los pueblos se transforman, pero el arte sigue. Por eso es tan importante compartir los conocimientos y la sabiduría”.  

Como explica  Charles Taylor en el libro El multiculturalismo y la política del reconocimiento (2003), “los valores que se identifican con las culturas locales están en la artesanía que es local por su propia naturaleza, realizada con materiales locales y para clientes locales". Del mismo modo lo valida Weildler Guerra Curvelo en su libro La Guajira Colombiana (2003) cuando hace referencia a la cultura Wayuu y afirma que “las herramientas técnicas y objetos tradicionales que hacen parte de cultura material y tecnología wayuu, en la actualidad se observan que son utilizadas a través del tiempo en la misma forma como fueron utilizadas por sus ancestros, no obstante, la influencia de los elementos de los arijunas actuales han producido algunos cambios en los conceptos y diseños que se han ido introduciendo en sus tejidos”

El colorido de San Jacinto 

La herencia cultural y artesanal de San Jacinto, Bolívar, son ancestrales, pues en tiempos remotos, este territorio fue habitado por aborígenes del reino Finzenú, uno de los “tres reinos precolombinos del pueblo Zenú”, quienes lograron reconocerse entre otras cosas por su rica y dedicada producción textil, esa que las mujeres han mantenido de generación en generación hasta convertirla en tradición de San Jacinto y de otros territorios como Morroa, Corozal y Sampués.

“En la casa de mi abuela, el patio, todo estaba cubierto de algodón. Casi todas las casas tenían el mismo sembradío. En la familia, ella comenzó con esto. A partir de ahí, las mujeres de la familia, incluso cinco generaciones después siguen tejiendo, aunque sean prácticas menos habituales. Ella tenía el huso, hilaba, teñía el hilo y como el pueblo está a la orilla de la carretera se comenzaron a vender las hamacas. El teñido del hilo se hacía con una técnica de origen indígena, conocida como ‘lampazo’, comenta Lady Alfaro, proveniente de San Jacinto, Bolívar. 

El libro Memoria de oficio: Tejeduría de la Hamaca San Jacinto, Bolívar (2016), explica que el lampazo era una de las características de la tejeduría de este territorio que consistía en: “teñir por partes la madeja de hilo a través de un sistema de amarres y nudos, para lograr contrastes de colores claro-oscuro, como el crudo y el azul añil, permitiendo más luminosidad y diversidad de diseño en las hamacas”

La tejeduría en San Jacinto, también estaba reservada para las mujeres pero en los últimos años, los hombres se han involucrado en algunas tareas del proceso de tejido. La creación de las hamacas sigue cuando el algodón está seco, la artesana separa y desenreda con cuidado las fibras del hilo, enmadejándolo en un devanador, herramienta de madera de cuatro brazos en la que se pueden clasificar los hilos con los que se elaborará la hamaca. “Cuando están seleccionadas las madejas, se comienza a preparar el telar, que es elaborado por los hombres. Y ya en el telar ajustado, la artesana echa las hilazas en las ‘trabas’ o varas redondas ubicadas en cada extremo de éste, para crear la urdimbre que da paso al inicio del tejido. Este proceso es conocido como ‘urdido o echado’, luego se entrelazan los hilos y se termina de tejer la hamaca”, detalla Memoria de oficio: Tejeduría de la Hamaca San Jacinto, Bolívar.

“Las hamacas se convirtieron en parte de la economía de San Jacinto, en el pueblo se tejen todo tipo de accesorios, bolsos y artesanías, pero lo más conocido nacional e internacionalmente son las hamacas de algodón”, añade Lady. 

La palma de iraca de Usiacurí 

La artesanía palma de iraca ha trascendido por generaciones. Los hijos de artesanas y artesanos aprenden a tejer viendo a sus padres hacerlo y con los años perfeccionan la técnica gracias a las enseñanzas. Actualmente este es el principal sustento de la mayoría de familias del municipio. 

En el Atlántico, los indígenas que ocupaban el territorio usiacureño utilizaban la palma de iraca para cubrir bejucos y hacer objetos de uso cotidiano. La palma de iraca no era muy importante y lo que se hacía con ella era un trabajo que muy poco se comercializaba fuera del municipio. “A comienzos del siglo XlX la población empieza a utilizar la palma de iraca para elaborar sombreros gracias a una familia ecuatoriana que llegó a Usiacurí y enseña la técnica. En el siglo XX, los artesanos de Usiacurí no solo tejían con Palma de Iraca. A Barranquilla llegó la palma de cuba desde la isla de Cuba, de allí fue llevada a Baranoa (municipio más cercano a Usiacurí), en donde se utilizó para elaborar sombreros en trenzado. Al ver el éxito de este producto, los artesanos de Baranoa comienzan trabajar con artesanos de Usiacurí para dar respuesta a la demanda y aprovechar la acogida del sombrero trenzado en el comercio. Con el tiempo los artesanos de Usiacurí innovaron con el sombrero enterizo en palma de cuba y seguía alternando sus artesanías con la palma de iraca”, comenta María José Pino Silvera, una joven que a través de su saber heredado ha puesto en marcha su propia firma de diseños tejidos de la población del Atlántico, productos que actualmente son reconocidos a nivel internacional. 

El tejido ha sido un elemento pacificador y de equilibrio de las fuerzas en la naturaleza y en el ser humano, además ayuda a mejorar los niveles de participación de las personas en el mundo y la sociedad, la acción de tejer invita a una diversa solución a la vida y transpone en tiempo y necesidades. Recientemente, al tejido como actividad cotidiana, también se le atribuyen propiedades de relajación y conexión con el interior.   

El consumismo actual ha encaminado a la sociedad hacia los excesos, en los que la producción ha tenido que modificarse para satisfacer la gran demanda mundial. Esto ha generado cambios en algunos procesos de producción que involucran prácticas manuales y de culturas ancestrales. Sin embargo, las comunidades colombianas vigorizan sus tradiciones y demuestran al mundo que las artes de la tejeduría tienen un valor mucho más poderoso y emocional que la producción en masa.