La alimentación: un acto político en tiempos de coronavirus

Si los campesinos son nuestros héroes ¿cómo los estamos ayudando?
Martes, 5 Mayo, 2020 - 06:09

Por: Nadia Orozco Moncada

“Reinventarse requiere de tiempo. Es empezar de cero, es como si el negocio se hubiera muerto y ahora tienes que mirar dónde poner tu producto para no perderlo”, dice Isabel sobre el proceso por el que ha tenido que pasar desde que la crisis por el coronavirus empezó a golpear la distribución de los productos que cosecha en Boyacá, específicamente en la zona del Alto Ricaurte, entre Sutamarchán y Villa de Leyva. Al menos el 98 % de sus clientes cerraron, quedando toneladas de tomates abarrotadas. Como Isabel, cientos de pequeños productores, agricultores,  campesinos y restaurantes, han tenido que maniobrar una situación súbita, que por momentos parece salirse de las manos, aún cuando las soluciones podrían estar en manos de los consumidores.

La cuarentena se puso sobre la mesa como una solución para mitigar los efectos del coronavirus. Nos vimos sentenciados a entablar relaciones que parecían haberse perdido entre el caos diario, por ejemplo la que teníamos con la comida. La consecución de los alimentos y la preparación de los mismos se convirtió, en este último mes y medio, en la columna vertebral del día a día y en el centro de las conversaciones y las preocupaciones; por ende las reflexiones sobre este tema se hacen urgentes. 

La observación que ha resurgido sobre el origen de los alimentos, bien sea por una cuestión relacionada por el miedo al virus y la necesidad de conocer su procedencia o por una decisión más dadivosa de ayudar a las personas que están trabajando la tierra en el campo, deriva inevitablemente en una concientización de los hábitos alimenticios, que reiteran nuestra importancia como consumidores en esa cadena. Entender cómo las pequeñas decisiones que tomamos con respecto a nuestras comidas tienen grandes efectos para los campesinos, convierten a la alimentación en un acto político.  

Estamos acostumbrados a repetir frases de cajón que se quedan cortas ante la acción como “Los campesinos son nuestros héroes”, y de ser así: ¿estamos siendo justos con los llamados héroes? ¿esos actos heroicos tienen el valor que merecen? ¿será el coronavirus un punto de quiebre para replantear esa relación con el campo y quienes lo trabajan? ¿o pondremos nuestra fe sobre los enlatados? 

Hablamos con diferentes actores de esta cadena para escuchar sus opiniones sobre el tema.

Isabel Orozco Espinel
Siembra Esperanza
Boyacá

Siembra Esperanza es una finca que se encarga de producir tomate chonto y variedad de tomates pequeños como uvalina, mix de colores (cherrys pequeños de colores). Sus cultivos se encuentran ubicados en Boyacá en la zona del Alto Ricaurte, entre Sutamarchán y Villa de Leyva. Si bien sus fincas no son las más grandes, han logrado tecnificarse y antes de la crisis operaban trayendo los productos de la finca y distribuyendolos en el mercado institucional (restaurantes, colegios, hoteles). Con la crisis cerraron el 98 % de sus clientes y hoy por hoy se encuentran en uno de los momentos más difíciles.

Al acceder a los créditos que ofrece el gobierno se encontraron con negativas debido al poco tiempo que llevan constituidos como empresa y tampoco cumplían con el monto de ventas anuales que exigían. Entonces, y de cara a la crisis, han tenido que volcar todos sus esfuerzos en conseguir clientes que se interesen en los productos. Para Isabel, como productora pequeña, hay varios puntos para reflexionar: 

“Que la gente se concientice de comer más saludable, así el producto pueda tener un costo mayor, hay tener en cuenta que el valor agregado es que estás comiendo saludable y no te estás intoxicando. Que la gente sepa que, al comprar en grandes superficies y plazas, a los únicos que benefician es a los intermediarios y no al agricultor, al que está allá metido en invernaderos. La idea es que se apoye la agricultura directa, los pequeños agricultores, las pequeñas empresas y que se tome conciencia de una sana alimentación y poder ampliar este nicho de mercado en casas”.
 

Juliana Zarate
Plataforma MUCHO
Bogotá

“Mucho” es una plataforma que  funciona como puente entre pequeños productores que protegen la biodiversidad y consumidores, enfocándose en productos nativos, semillas rescatadas y no perecederas de zonas como Putumayo, el Pacífico, Guaviare o Guainía. Lugares que cuentan con una despensa muy extensa y que son zonas de conflicto, ex conflicto y de pobreza. Desde antes que comenzara la cuarentena empezaron a mover “el mercado solidario”, una iniciativa que pretende que las donaciones se realicen con productos del campo.

“Es clave que la comida que comemos todos los días represente que estos campesinos son héroes, porque si se compra garbanzo importado y pasta hecha en fabrica, puedes decir que los campesinos son los héroes pero realmente no estás contribuyendo a  que la cadena se dinamice”, explica Juliana. Para ella, la utopía es que se reconozca el valor del trabajo del campo y la distopía es que todos terminemos comiendo enlatados y productos no perecederos hechos en fábricas. “Ojalá se dé una balanza entre la utopía y la distopía; pero por el susto, los protocolos, la facilidad de pedir al supermercado de siempre y la cantidad de mercados donados, tal vez  todos sigamos en el consumo de azúcar, pan, pasta, salsa de tomate y enlatados, que es lo que comen los colombianos”, dice Juliana.  

Además del Mercado Solidario, ya reactivaron sus mercados: “Nos aliamos con otros productores, nosotros no estábamos trayendo fruver, entonces nos asociamos con otras empresas que se dedican a esto, para poder crear un mercado más grande. Estamos llevando una o dos veces a la semana mercados a cada casa en una ruta; tenemos despensa, fruver, huevos y quesos. Hacemos listas para que la gente escoja y por el lado de los restaurantes empezamos a utilizar sus espacios como centros de proceso para rescatar alimentos. Estamos creando para cada lugar un plan de contingencia. Por ejemplo, la pesca está parada porque no hay tránsito aéreo, o las federaciones están quietas, pero estamos trabajando en reactivarlo con lanchas y demás, creando los protocolos porque no podemos dejar que la desigualdad incremente, la labor debe seguir”.
 

Alejandro Gutierrez 
Restaurante Salvo Patria 
Bogotá

Salvo Patria nació como un café en la localidad de Chapinero, hoy en día es uno de los restaurantes más representativos de la zona. Desde el 2013 le dieron un enfoque local a la consecución de los ingredientes, como primera medida para acercarse al consumo consciente. Otra decisión fue trabajar solo con pescado de temporada a través de una organización que se llama Fondo Acción, con comunidades pesqueras del Pacífico donde se han hecho capacitaciones y acompañamientos, mejorando la compra para ellos. En el 2019 dieron un salto importante en ese proceso y fue hacer una carta que no fuera fija, sino que cambiara constantemente, con el fin de trabajar con productos de temporada, apoyar a las comunidades productoras que están en lugares remotos de Bogotá y hacer un mejor aprovechamiento de los alimentos para generar menor desperdicio. 

Para Alejandro hay varias lecciones que deja la crisis con respecto a la alimentación: “Primero se le está obligando a la gente a cocinar en los hogares, el no hacerlo afectaba mucho la cadena y tenía un impacto negativo con los productores locales, porque ese desconocimiento del alimento se traslada hacia el productor y lo afecta directamente. Tener esa reflexión sobre el alimento es tremendamente importante, yo tengo la esperanza de que tenga repercusiones sobre los productores locales. Ahora, también es totalmente comprensible, y eventualmente tendremos que llegar allá, que se genere un hábito complejo con el tema de los domicilios. Es muy incierto qué va pasar, pero vamos a ver cómo estas dinámicas llegar a fortalecer esa cadena”, analiza Alejandro. 

Alejandro cree en un un balance social en términos de qué y cómo lo consumimos: “Me encantaría ver familias de estrato seis acudiendo a las plazas de mercado o que se pudiesen fortalecer los mercados campesinos en los barrios; que pasa mucho en Europa donde cada barrio tiene un día a la semana su mercado en la calle. Esa sería una salida increíble a esto y bien utópica. Hay algo que me parece interesante y es que se está desmontando un poco el esnobismo en los restaurantes y la alta cocina, y por ese lado se humaniza y reconoce el restaurante como un lugar que le genera un bienestar y un confort a las personas desde una posición más primaria. Veo que también hay una salida interesante sobre cómo reinventarnos”, concluye. 

Salvo Patria inauguró en días recientes un espacio en su restaurante donde venden los diversos ingredientes producidos en nuestra tierra. 


Adolfo Botero 
El bodeguero del campo
Bucaramanga 

El bodeguero del campo es una centro de pensamiento y una empresa ubicada en Bucaramanga, nació hace tres años con el objetivo de acercar el campo y la ciudad. Adolfo Botero, uno de sus fundadores, tiene la certeza que los problemas de Colombia son a partir de la tierra y la solución viene a partir del trabajo con el sector rural.

Al hablar sobre cómo crear una pedagogía con el consumidor para que este entienda la importancia de apoyar al campo, él cree que una de las ventajas de Colombia radica en que tiene una memoria rural muy viva: “Tenemos que jalar de ahí para empezar la pedagogía de valorar esa gastronomía tradicional y sabores propios. Esas comunidades han tejido migraciones hacia la ciudad, hay que valorar las plazas de mercado, dar garantías para que vendan directamente los campesinos, entender las cosechas para que las demandas cambien y no haya desperdicios. Yo creo que la pedagogía se hace volviendo a entender los ciclos de la tierra, conectando con los productores y los comerciantes” explica Adolfo. 

Sobre la importancia de acercar el campo y la ciudad apunta que es necesario sanear la economía local, que los campesinos tengan ingresos y la gente coma barato y diverso. “Aunque haya una relativa calma, tiene que estar la fuerza campesina ofreciéndonos calidad de vida en las casas, poniéndonos a hacer un sancocho de gallina criolla. No tiene que ser constante, pero cada tanto tener esa posibilidad. Encontrar formas de logística populares y masivas con control fitosanitario, a través de transmisión de redes sociales, conectando redes locales, barriales y veredales para que se lleven productos a horas específicos, días específicos, con reglas específicas, con reglas de ensamble donde usted no puede devolver, degustar o tocar los productos”.

“En este país nos hace falta reconocer que somos campesinos y nos toca valernos de estos circuitos cortos, si le dejamos todo a abastos y los supermercados estamos eliminando los procesos que han hecho los campesinos a pulso. Es importante que se siga valorando y pagando bien al campesino, que tenga su posibilidad de comercio”, concluye.


Natalia Peris
La Trocha
Bogotá

Hace tres años surgió La Trocha como una empresa social de comercialización de productos orgánicos y artesanales, de pequeños productores locales. Trabajan como una tienda de barrio situado en el barrio La Macarena, que también funciona como un espacio pedagógico donde se reflexiona sobre temas que tienen que ver con salud, alimentación, autogestión o el reconocimiento del valor de las plantas. Desde el simulacro decidieron cerrar sus puertas y empezar a trabajar a través de domicilios, manteniendo esa estrecha relación también con las personas del barrio. 

Para Natalia se hace necesario empezar a hablar de la soberanía alimentaria, de dejar de depender de lo que viene de fuera y empezar a reconocer lo que tenemos y producimos aquí y de entender el rol de los campesinos y agricultores: “Nuestro papel como consumidores es buscar los espacios que garanticen que con nuestra compra estamos apoyando nuestro campo. Tenemos que entender el poder de nosotros como consumidores. Es una decisión tan importante como votar, con nuestro dinero estamos votando el tipo de transformación en la sociedad que queremos construir. La comida tiene que volver al centro de nuestra economía familiar”. 

"La reflexión no debe ser sobre por qué es tan cara la comida orgánica y agroecológica, sino por qué es tan barata la comida de las grandes superficies,  quién está perdiendo y quién ganando. ¿Por qué un kilo de manzanas que viene desde Chile o desde lejos nos sale más barato que comprar unas manzanas producidas en Boyacá o en Sumapaz?. Ahí nos toca poner sobre la balanza a qué le queremos apostar en este futuro. Es momento para sentarnos como colectivo y comunidad y volver a reflexionar sobre qué estamos haciendo mal y cómo podemos manejarlo”, agrega Natalia.