Ilustración por Fabían Parrado.

Hip Hop de la Abya Yala: la fuerza del rap cantado en lenguas ancestrales

A lo largo de todo el continente se han gastado varios proyectos de hip hop indígena que luchan por sus culturas y por crear lazos entre todos los pueblos. 
Lunes, 6 Junio, 2022 - 02:50

Por: Juan Sebastián Barriga Ossa

Los samples tienen una magia interesante. Si lo pensamos bien, estos bits de sonido son más que fragmentos de una grabación que se usan para crear un nuevo beat rítmico. De alguna forma también son los ecos del pasado que vuelven a cobrar vida y toman una nueva dimensión, incluso a veces un nuevo significado, a través de la unión de sonidos o ritmos distintos, tal vez ajenos y muy distantes en latitudes, épocas y estructuras, pero que gracias a la infinita capacidad de la música, logran complementarse como una sola fuerza sónica.  

Independientemente de que sea la voz de una canción grabada hace 80 años o una producción hecha hace un par de días, estas grabaciones guardan la memoria de un momento, de una época, de un contexto. Y a través de esa magia del sample es posible lograr un diálogo multidimensional y multicultural. Este propone un encuentro y un intercambio de dos estructuras rítmicas y culturales que se juntan para crear un nuevo sonido que logra conjugar el pasado, el presente y el futuro. 

Esa siempre ha sido una de las apuestas del hip hop, escarbar en las raíces más profundas de la música en busca de inspiración para crear con los pies bien anclados en el presente. Es entender el entorno y el día a día desde cada aspecto posible: el real palpable que se vive a diario con cada inhalación y exhalación; y el contexto que nos construye como personas, atado al legado de nuestros ancestros y los triunfos y derrotas históricas que nos ligan con un territorio y sus dinámicas. 

Pero en ese descomunal pedazo de tierra anclado entre dos océanos que llamamos América, esa búsqueda puede ser un tanto compleja, a veces frustrante, difícil e incluso contradictoria, porque las raíces de todas las personas que hemos nacido cobijadas por este cielo son un entramado confuso, desordenado y borroso. Las cuales han sido enredadas, cortadas, despedazadas y retazadas durante siglos, luego de que en múltiples ocasiones, se han intentado silenciar las voces del pasado más remoto y profundo que guardan la memoria del inicio de la vida humana en esta tierra. 

Pero a pesar de las censuras, las prohibiciones, la discriminación y la persecución, esa memoria se ha mantenido viva en las tradiciones, historias y expresiones culturales de los más de los 800 pueblos indígenas que existen en todos los países de América o mejor dicho de la Abya Yala, que es la palabra más antigua conocida con el que se nombra este continente, cuyo significado es "tierra en plena madurez" o "tierra de sangre vital". La tradición oral y la música han sido herramientas de resistencia muy poderosas, las cuales a lo largo del siglo XXI han empezado a unirse a otras fuerzas sonoras para formar nuevos samples que juntan el conocimiento y legado ancestral, con las inquietudes y sonidos contemporáneos expresados a través del hip hop. 

El hip hop comenzó a desarrollarse en todo el continente entre de los 80 y principios de los 90, pero durante esos años era un movimiento underground que poco a poco iba juntándose con los pulsos urbanos, principalmente de las capitales, y la vida en las calles donde comenzaron a adaptarse las expresiones de los cuatro elementos principales de esta cultura: el mc, el dj, el break dance y el graffiti. 

Hacia los dosmiles, el rap se apoderó de la cultura pop. La llegada del Internet y el impacto que tuvo MTV hizo que miles de jóvenes desde el último rincón de Alaska, hasta la punta más fría de la Tierra de Fuego comenzaran a fascinarse por artistas como Eminem, Dr. Dre, 50 Cent y  demás nombres que encabezaban las listas de las radios comerciales.

Pronto, miles de jóvenes se animaron a hacer letras y a jugar con pistas bajadas de Internet, y en todo el continente empezó a tomar fuerza esta cultura, principalmente por dos razones. Por un lado, el reto de contar la realidad a través de rimas, como lo han hecho los juglares de todo el mundo a lo largo de la historia de la humanidad, hizo que muchas personas se sintieran identificadas al notar que sin importar el punto geográfico, había elementos contextuales y culturales que las unía. Y por otro, la simpleza de este arte generó una herramienta de expresión muy poderosa porque como opina el rapero totonaco Juan Sant, “para hacer rap no necesitas saber cantar, solo hablar con ritmo y con el tono que te da tu voz. A parte la misma cultura del hip hop te permite ser único”

Esbozando una enorme sonrisa, Juan habla desde el centro de  Ciudad de México, a donde llegó el 1 de enero del 2000 para trabajar y así ayudar a su familia. Nació en una comunidad totonaca ubicada al norte del estado de Puebla, en el seno de una familia campesina. Cuando llegó a la capital de México, era muy jóven, no hablaba mucho español y tuvo que enfrentarse a la compleja realidad de la calle. Cuenta que en su barrio había muchas pandillas que se autodenominaban “cholos” y más de una vez tuvo que enfrentarse a los golpes con sus miembros. 

Pero con el tiempo, las tensiones bajaron y como cuenta cuenta, las mismas personas que en un momento buscaron pleitos lo adoptaron. Así llegaron los primeros ritmos del rap a sus oídos y quedó fascinado cuando le regalaron un cassette que tenía la canción “Stan” de Eminem. Después fue descubriendo proyectos como Control Machete y se fue metiendo cada vez más en el mundo del rap. 

Al no saber bien español, constantemente era discriminado en sus trabajos, y notó que los cholos, al igual que los artistas afro, cantaban con mucho orgullo acerca de sus raíces, de su historia, de su cultura, del color de su piel y de sus barrios. Eso empezó a mover una fuerza creativa en él que se consolidó cuando vió la película 8 Mile (2002). “Me sentí identificado porque él (Eminem) quería pertenecer a una cultura a la que era ajeno y yo quería pertenecer a una sociedad que me excluía y dije: ‘puedo escribir como él, también tengo esa rabia de ser rechazado’, y así es como empieza a nacer eso en mi y me di cuenta que uno puede poner sus ideas en un papel”, cuenta. 

Juan comenzó a improvisar en las esquinas de su barrio y la idea de incluir la lengua totonaca nació primero como una forma de distinguirse de los otros raperos y luego como una búsqueda más profunda que lo ayudó a reconectarse con su comunidad, con la que perdió el vínculo cuando se fue a la capital. Hoy tiene tres álbumes en las plataformas digitales: El ego de un indio (2013-2014), Rap Tutunakú (2019) y Chanana’ Sembrador (2022); y también se ha convertido en un ejemplo y una inspiración dentro de su comunidad. 

Al otro extremo de México, en la Península de Yucatán, Pat Boy cuenta que vivió un proceso que tiene algunas similitudes con el de Juan Sant. Sentado bajo la sombra de un kiosco ubicado en la comunidad de Quintana Roo, este rapero maya narra que conoció el hip hop más o menos en el año 2005, cuando estaba en bachillerato gracias a su hermano que se había ido a la ciudad a estudiar y trajo música de artistas como Vico C. 

Cuenta que lo que le llamó la atención fue: “el ritmo, cómo suena y como que te llama más la intención, la agresividad de cómo se canta. No es como el pop, o como otros géneros. Como joven uno quiere decir ‘aquí estoy’, imponerse; por eso llama la atención el rap”. Sus primeras letras las hizo en español con su hermano y la música empezó como un juego para pasar el tiempo, que luego se fue poniendo más serio. 

Inspirado por un cantante de reggae llamado Santos Santiago, quien canta en maya, empezó a rimar en su lengua materna y sin proponérselo generó un impacto en su comunidad. Al principio era algo raro, incluso lo tildaron de loco, pero con el lanzamiento de una canción llamada “Sangre Maya”, comenzó a sonar con fuerza, sobre todo en los jóvenes de su comunidad. 

Pat dice que para consolidar su proyecto tuvo que hacer dos procesos pedagógicos personales. Por una lado, estudiar y entender bien las estructuras musicales del rap y, por el otro, adentrarse en las raíces de su cultura. “Gracias a la música comencé a conocer más y hablar más con la gente de mi pueblo, con mi mamá y mi abuela”, cuenta. 

No solo empezó a sonar en México, sino que también se presentó frente a la comunidad maya que reside en California. El trabajo de Pat Boy ha motivado a otros jóvenes a rapear y actualmente maneja un colectivo llamado ADN Maya que aparte de ser una casa productora y estudio que está en construcción, también es un semillero con el que dicta talleres y apoya proyectos musicales. Afirma que en el colectivo hay más o menos 12 artistas, pero en toda la península hay entre 30 y 40 raperos mayas. 

En México viven 68 pueblos ancestrales, cada uno con su propia lengua y en muchas de estas comunidades han crecido proyectos de hip hop como: la rapera zapoteca Mare Advertencia Lírika; la poeta y cantante socaaix Sara Monroy; el grupo Matchuk Bemela, que canta en lengua yoreme y une los ritmos e instrumentos tradicionales con las rimas; Una Isu quien es de Oaxaca; entre otros proyectos, que no solo pertenecen a un circuito de rap indígena sino que forman parte de la industria del hip hop mexicano. 

A lo largo de toda la Abya Yala, los pueblos ancestrales encabezan distintas luchas. Algunas dependen de los contextos de los países donde habitan y otras son una unión que va más allá de las fronteras. Por ejemplo, la lucha por la defensa de los territorios amenazados por la deforestación, la explotación de recursos, los monocultivos y el despojo; el reconocimiento de sus tradiciones, historia y autonomía; y la defensa del medio ambiente, son comunes denominadores en todo el contendiente. 

Pero hay una lucha bastante compleja que comparten la mayoría de los pueblos ancestrales que está relacionada con la lengua. Debido a distintos motivos como la prohibición, la falta de un sistema etnoeducativo y prejuicios ligados al racismo y al pensamiento colonialista, las nuevas generaciones no están aprendiendo los idiomas ancestrales de sus comunidades. El pensamiento de que hablar una lengua ancestral no es útil para conseguir trabajo ni ser productivo ha puesto en riesgo la tradición oral de los pueblos originarios desde Canadá hasta la Patagonia. 

Pero el rap ha ayudado a difundir la lengua y ha motivado a los jóvenes a aprenderla con mayor consciencia. Ese fue el caso de Sumay, Mc del grupo ecuatoriano Los Nin, quien cuenta que cuando empezó a rapear, comenzó a entender a profundidad y hablar con fluidez el quichua, porque antes de eso solo lo entendía y ahora incluso ha escrito libros de poesía en esta lengua. 

Conectados desde las ciudades de Otavalo y Cotacachi, ubicadas en las montañas de la provincia de Imbabura en Ecuador, Sumay y Daniel, las voces de este proyecto, cuentan que Los Nin nació en el 2005 cuando Sumay junto con su hermano Túpac empezaron a hacer rimas y pistas en su casa. La influencia de la radio comercial y de unos primos que vivían en Estados Unidos y les pasaban música, se juntaron con la vida diaria. Ellos provienen de una familia de músicos, así que desde niños estuvieron en contacto con los ritmos tradicionales de su provincia, eso sumado a festividades como el Inti Raymi y el gusto por el rap, hizo que de forma orgánica se fuera construyendo este proyecto al que se fueron sumando distintos elementos y finalmente se consolidó en 2008. 

Si bien a principios de los dosmiles en Imbabura ya había una penetración del hip hop, Los Nin fue el primer proyecto que se dio a conocer y trajo una propuesta que unió los instrumentos y sonidos tradicionales con el rap. Ellos cuentan que esta fue una unión natural de influencias e inquietudes, que no tenía un mayor propósito más que el de crear, que se convirtió en algo tan grande que ayudó a abrir un camino que hoy otros proyectos como: Inmortal Kultura, Runa Rap, Chekeraw, han continuado, pero como explica Daniel, “No es lo mismo hacer rap en el 2008 que en el 2022”

Si bien Los Nin fue muy bien recibido en ciudades como Quito, la capital de Ecuador, en su comunidad fueron criticados y cuestionados. En esa época, en lo comercial dominaba el gangsta rap, por lo que había un prejuicio grande sobre el hip hop y para muchas personas, la apuesta de este grupo era “dañar la cultura”. 

Pero Los Nin, como ellos mismos dicen, trabajaron a la brava para sacar este pulso orgánico adelante, principalmente porque la cultura es algo vivo, que muta, se transforma, se inquieta, se cuestiona y evoluciona. Como opina Daniel: “no existe una cultura estática. No puedes encontrar en la historia una cultura pura, intocable y que haya sido la misma siempre. Solo en los ideales políticos de ciertas personas existe esta idea de la pureza, pero en la realidad eso no existe”.

Limitar a cualquier cultura, bien sea la del hip hop o la quichua, a una sola cosa es un error que muchas veces se comete y es problemático porque anula la riqueza y la creación que envuelve cualquier expresión cultural. Muchas veces los pensamientos académicos, los prejuicios colonialistas y algunos intereses políticos tienden a esquematizar las culturas y limitarlas a una serie de símbolos y expresiones, que sin bien son vitales al momento de construir una tradición, una cosmovisión y una identidad, no son camisas de fuerza. 

Esta es una de las inquietudes acerca de las cuales Los Nin ha estado reflexionando recientemente. La constitución del Ecuador divide a los pueblos indígenas en naciones interculturales que a su vez albergan varios pueblos. Esto ha sido positivo al momento de mejorar las condiciones de vida de muchas comunidades y generar mayor visibilidad y participación política, pero según Daniel, también ha sido aprovechado para que algunos sectores construyan un discurso nacionalista de superioridad y también ha creado varios dogmas. Pero como ambos Mcs recalcan, el hip hop busca cuestionar y señalar desde el arte las contradicciones de la sociedad

Es justo el conflicto lo que hace que se muevan las cosas, sino no existe un enfrentamiento es todo estático, todo quieto. En mi opinión esa es una falencia”, comenta Daniel quien agrega: “Hay una especie de recelo, cuando tienes que criticar tu propia cultura, en este caso desde el quichua, o criticar ciertos aspectos, formas e incluso conocimientos de tu cultura, es bastante fuerte porque si tu lo dices hasta te pueden expulsar de tu cultura, te dicen que no eras un indigena verdadero”

Y dentro de este cuestionamiento está el estudiar, indagar y analizar los pensamientos filosóficos, sociales y políticos de los pueblos ancestrales, porque como bien recalca Daniel, es ilógico pensar que hay un solo pensamiento. “Si analizamos cualquier cultura del mundo, nos vamos a dar cuenta que en la historia de la cultura existen varias corrientes de pensamiento filosóficas. Por ejemplo la griega, no es la filosofía griega sino las corrientes filosóficas de la cultura griega, que son variadas e incluso opuestas. De la misma manera creo que deberíamos pensar en la filosofía andina, descubrir, investigar, datear desde las ciencias sociales. Nosotros como jóvenes, como aficionados al pensamiento, podemos intentar descubrir estas corrientes filosóficas. Estoy seguro que en el Tahuantinsuyo no existía una sola corriente filosófica, eso es un fenómeno natural de cualquier cultura sería anormal que existiera una sola filosofía”

Por eso, es importante recalcar la idea de la cultura viva, sobre todo con la globalización y la hiperconectividad que nos permite los encuentros y los intercambios, sin que esto signifique una pérdida de las raíces, incluso puede derivar en  tomar más conciencia de estas. Como explica Pat Boy, “mucha gente dice que los mayas ya murieron pero siempre les decimos: ‘no  andamos con playeras, celular, carros pero seguimos teniendo la sangre maya en nuestras venas’”.

Tanto Pat Boy, como Juan Sant y Los Nin han hecho un proceso de estudiar y profundizar en sus culturas para, a través de eso, crear nuevos diálogos y formas de comunicación a través de la música. En Canadá, un grupo también ha hecho algo similar, aunque no tanto desde el rap sino desde el beat making. The Halluci Nation nació en 2007 en la ciudad de Ottawa bajo el nombre de A Tribe Called Red, y empezó a mezclar la música electrónica con los cantos y percusiones tradicionales de los pueblos que conforman lo que se denomina como The First Nations (la primeras naciones), que congrega a todos los pueblos originarios de Estados Unidos y Canadá.

Actualmente, The Halluci Nation está conformado por Ehren "Bear Witness" Thomas, que pertenece al pueblo Cayuga, y por Tim "2oolman" Hill, quien pertenece al pueblo mohicano. Ellos cuentan que este proyecto comenzó luego de la disolución de un espacio que era el epicentro de la cultura de fiesta de Ottawa y ante el vacío, ellos comenzaron a hacer fiestas, que también tenían la intención de unir a su comunidad. Durante un presentación en un festival, junto a ellos iba a participar un grupo de danza powwow, palabra con la que se denomina un encuentro de baile de varios días amenizado por música oral y percutiva, que durante la década de los 70 tomó popularidad en estos dos países luego que se levantaran varias de las prohibiciones que censuraban la cultura de las First Nations.    

Ese día el grupo decidió unir la música powwow con un beat y coincidió con  que todo se reprodujo en 140 bpm, lo cual fue un éxito entre el público que reaccionó muy bien a la mezcla. The Halluci Nation explica que esto fue un momento de eureka que los motivó a seguir explorando esta mezcla. “El powwow es dance music y cuando piensas en la cultura de los festivales, es el mismo objetivo: pasar música que te mantenga bailando todo el fin de semana, las dos cosas se unieron de forma muy natural”, narra Bear Witness.

Con el tiempo, esto fue tomando una nueva intención porque notaron que las personas de su comunidad empezaron a apropiarse de la música y a decirles que estaban creando un espacio muy necesario para ellos. En Norteamérica, tras la colonización, los pueblos originarios fueron puestos en reservas. 2oolman nació, creció y actualmente reside en una de estas y cuenta que al igual en el resto del continente: en la reservas a la gente se la llevó a las escuelas para desprender sus costumbres porque nada de eso sirve desde un punto de vista colonial, no puedes conseguir un trabajo y esos efectos residuales afectaron toda la comunidad”

El electric powwow, como el grupo bautizó su música, empezó a impactar a muchas personas de la comunidad que encontraron una herramienta para fortalecer su identidad. “Estamos haciendo conexión con los jóvenes y despertando un interés en nuestra cultura”, comenta 2oolman. Algo similar le pasó a Juan Sant en su pueblo, donde ahora se usa su música para dar clases de lengua totonaca.   

Pero el impacto de estas expresiones está llegando más allá de las comunidades de sus exponentes y está volviéndose una apuesta política que abarca muchos frentes. Bear Witness hace énfasis en la toma de los espacios y alzar la voz que se ha logrado con el electric powwow. Le estamos hablando a las personas indígenas de todo el mundo, para que reconozcan de una vez que esto es apropiarse de lo que uno es y tomar ese espacio. Hemos tocado en Coachella, donde ves las banderas de los pueblos de las First Nations y la gente se toma el espacio de una forma en la que por lo general los indígenas no lo hacen”

Como parte de la reflexión agrega:pero vemos que nuestra popularidad no solo crece en nuestra comunidad y eso se ha vuelto en crear un experiencia en común y eso funciona en cualquier país que ha vivido la represión colonial. Tratar de tener estas conversaciones alrededor de la cultura indígena versus la cultura colonial es muy difícil porque existe esta mentira colonial de que cuando empiezas a hablar de los derechos y luchas de las comunidades indígenas, atacas el núcleo de las creencias de las personas”

Y concluye : “se ha vuelto en crear una experiencia en común entre nosotros y los colonizadores en la que se dice: ‘puedes venir y experimentar un poco de mi cultura y podemos bailar juntos y dejar esa noción colonial por un momento’. Estamos creando una experiencia conjunta, estamos creando un espacio desde el cual podemos empezar a tener esta conversación respecto a cómo podemos empezar a sanar y reparar.

Otro de los grandes objetivos de The Halluci Nation es crear puentes a través del arte para unir a las personas de todas las culturas. En sus álbumes han colaborado con artistas como el rapero Blackbear y Lido Pimienta y estas conexiones que ellos plantean también se han dado en distintos países desde el lado mestizo, donde algunas personas se han acercado a las músicas indígenas en busca de inspiración desde hace varias décadas. 

Un ejemplo de esto es Quilapayun e Inti Illimani en Chile; o Génesis y La Columna de Fuego en Colombia. En los últimos quince años también se han creado otros proyectos con estas aproximaciones como Nicola Cruz y Quixosis en Ecuador, Chancha Vía Circuito y Tremor en Argentina, Dengue Dengue Dengue en Perú, Pascuala Ilabaca en Chile, entre otros. Pero también hay quienes se han adentrado de forma muy profunda en las comunidades, para ser más que observadores participantes, sino de verdad ser miembros activos. 

Ese es el caso de La Mafia Andina y Jotaika Bops. El primero es el proyecto de Taki Amaru, quien conectada desde su casa en Ia zona rural de Cotacachi, cuenta que nació en Bogotá y hasta los 14 años se crió como una mestiza normal de la ciudad, pero en el 2008 su familia se mudó a Quito y apenas llegó a los Andes sintió que algo se movió en su cuerpo. Casi de inmediato comenzó a adentrarse en la cultura quichua y empezó una búsqueda identitaria en la que aprendió el idioma, adoptó varias costumbres como la vestimenta y finalmente cambió su nombre y se fue a vivir a una comunidad con su hija. 

Taki aprendió la importancia de sembrar, no solo para la autonomía alimenticia, sino también para la parte espiritual, aprendió acerca de la cocina hecha a bases de granos como el frijol y el maíz, de medicina tradicional y la cosmovisión de los runas que en español significa: “el ser que acciona con fuerza y sabiduría”. 

En este proceso también conoció el hip hop, el cual le llamó la atención porque tal como ella lo dice, le hizo sentir “que era un escape y una posibilidad de comunicar”, explica. A ella siempre le ha gustado la música y escribir, y en Cotacachi empezó a juntarse con personas que hacían hip hop e improvisaban y un día se animó a cantar en un evento. Ese fue el génesis de La Mafia Andina, proyecto con el cual ha lanzado un disco titulado Pukapacha (2020), el cual fue un resultado del camino que empezó a recordar a los 14 años cuando llegó al Ecuador. La Mafia Andina es un pulso orgánico creado a partir de un largo proceso de construcción, deconstrucción y mucho aprendizaje, que sin bien es cuestionado por algunas personas, ha generado una unión entre Taki y su comunidad. 

Jotaika Bops también es bogotano, desde pequeño se interesó por el hip hop. Esta pasión se juntó con un instinto curioso que lo ha acompañado toda la vida y que lo motivó a investigar qué más había aparte de la música. Así encontró a la Zulu Nation y el quinto elemento del hip hop, que está relacionado con el conocimiento y que entre sus postulados está la búsqueda de la raíz. 

Esto lo hizo preguntarse a nivel de Latinoamérica dónde están nuestras raíces y nuestro legado. A través del trabajo con distintos colectivos empezó a dar talleres y hacer esta exploración que lo llevó a aprender sobre la lengua muisca. “Empezamos una búsqueda en común hacia el pasado. De reconocer nuestros pueblos ancestrales y los pueblos que aún habitan el territorio porque no se trata solo de hablar del conocimiento ancestral como algo que ya pasó, sino como algo que todavía existe, comenta. 

En este camino entabló contacto con los Cabildos Muiscas de Bogotá, o mejor dicho Bacatá, y arrancó un proceso muy espiritual, colectivo y personal de adentrarse en la cultura para lograr un intercambio mediado por el hip hop. “No me veía como un investigador que quería sacar información, sino que personalmente sentía la necesidad de vincularme con la comunidad muisca”, cuenta Jotaika Bops, quien le mostró el hip hop a las personas del cabildo y entabló diálogos, principalmente con los abuelos y abuelas muiscas. 

Este andar dio como resultado un álbum llamado Siwa (2017), construido en círculos de palabra y de forma colaborativa, siguiendo un curso natural de aprendizaje mutuo que se tradujo en las 20 canciones del disco y que abordan la visiones y realidades de la comunidad muisca. 

Los procesos de La Mafia Andina y Jotaika Bops tienen en común que luego de pasar por una etapa muy radical en la que buscaron desprenderse de sus raíces occidentales, ahora hacen una reflexión igual de profunda sobre sus orígenes como mestizos y lo que esto significa. 

La mayoría de los latinos nos identificamos como mestizos, pero esta palabra es muy compleja porque muchas veces la parte blanca colonial, nubla, incluso anula, a lo indígena. En realidad ser mestizo es ser una mimesis de un europeo, opina Taki. “Al final estás respondiendo a la misma hegemonía porque un mestizo como hemos crecido nosotros es una persona que celebra lo que se celebra un blanco. Si realmente hubiese un mestizaje tendría que haber la misma fuerza de los dos lados. Así como se celebra el 24 de diciembre, se debería tener la misma conciencia de los ciclos agrícolas y los solsticios”, agrega. 

Por su parte Jotaika Bops comenta que: “a la mayoría de los mestizos no les interesa lo indigena y entra un tema de racismo, un tema de negar esa parte de la historia y a mí me costó mucho entenderlo porque al principio decía: ‘sí soy mestizo y estoy recuperando las costumbres ancestrales’, pero después empiezo a conocer otras voces, que generalmente vienen desde lugares racializados, y no es lo mismo cuando empiezas a escuchar minorías sobre estos temas dices: ‘quizás yo también estoy haciendo parte de este juego y no me doy cuenta’”.

Él cuenta que estas reflexiones le hicieron cuestionarse la forma en la que entendía su identidad y a la vez que esto le produjo una crisis, también le ayudó a entender más de sí mismo. “No es mi lugar ocupar los espacios desde otros cuerpos y es mi responsabilidad asumirlo desde el cuerpo que tengo. Desde ahí empecé a tener una relación con mi mestizaje de forma diferente donde no lo romántizo, pero no lo satanizo porque yo existo y eso me genera un reto, explica.

Por su parte Taki opina que: “como las culturas no están muertas no hay una forma exacta de cómo se tiene que ser, siempre van a haber transformaciones”, y agrega que: “las mamitas ven una salida, porque me dicen: ‘de mis nietas  ninguna quiere hablar el idioma’. Vengo de otro contexto y lo veo todo desde otra vuelta y sienten un aporte. No hay una sola forma de ser indigina ni de ser mestizo, es romper con esas ideas también”.

Y concluye diciendo: “por eso la música es muy chévere, porque en la música se siente este mestizaje real. Por eso amamos la música porque ahí se crea ese lenguaje”.

Justamente ese lenguaje reflexivo, creativo, curioso y cuestionador es algo que truena en todo el continente. En Colombia está Linaje Originarios, hecho por Brayan y Dairon Tascón dos hermanos embera, de Valparaíso Antioquia; y en la minga indígena encabezado por 15 pueblos indígenas de Colombia que estuvo siete meses en el Parque Nacional, se crearon varios procesos de rap, que incluso se presentaron en la sala de conciertos Latino Power, para recaudar fondos. 

En Perú hay artistas que rapean en quechua como Pawila, Renata Flores, Jotak Rapsodia, Liberato Kani o Wihtner FaGo, quien viene del pueblo shipibo-konibo-xetebo de la amazonía peruana. En Bolivia hay exponentes de rap aymara como la rapera Alwa o Abraham Bojórquez, quien es una leyenda del género no solo por ser el pionero sino porque murió muy joven, a los 27 años, tras ser atropellado.

En Chile están los raperos mapuches como Luanko, Jaas Newen, el grupo Wechekeche Ni Trawun o Millaray Jara. En Centroamérica hay exponentes como Balam Ajpu de Guatemala o Kuna Revolution de Panamá. En Estados Unidos hay artístas como Supaman o Bobby Sanchez, peruano estadounidense que rapea en quechua y se define como no binario. 

Prácticamente en todos los rincones del planeta vamos a encontrar a alguien haciendo hip hop: esta cultura se ha adaptado a múltiples realidades porque habla un lenguaje común y porque ha sido capaz de crear una conexión muy profunda entre mentes de todo el planeta. Y en la Abya Yala se ha convertido en una voz de resistencia, una herramienta pedagógica e identitaria y una forma de expresión que busca romper prejuicios y tejer lazos para unir todas la voces diversas de este continente en un solo beat.