Foto de Alexander Popov, vía Unsplash.

Es momento de actuar: no es normal morir en fiestas

Tras el fallecimiento de una persona en el festival Red Room 2, nos parece urgente empezar a cambiar las condiciones de los eventos culturales en el país. 
Miércoles, 6 Julio, 2022 - 04:48

Por: Juan Sebastián Barriga Ossa

En la madrugada del 3 de julio, Ricardo José Rojas un joven venezolano de 26 años radicado en Bogotá hace 5 años, falleció durante un evento de música electrónica llamado Red Room 2 realizado a las afueras de la capital. Según el testimonio de Elena Acosta, amiga de Rojas, él expresó que se sentía mal, sudaba en exceso y balbuceaba al hablar. Entre el calor y el poco oxígeno se puso cada vez más tensa la situación hasta que finalmente Rojas colapsó y falleció antes de que los paramédicos o la policía pudieran intervenir. 

Según el testimonio, el personal de seguridad no actuó de forma oportuna ni acertada. Acosta asegura que no se aplicaron primeros auxilios, que solo les ofrecieron un poco de agua y un Bom bom bum y que el mismo staff le dijo que no había personal médico en la fiesta. 

Por su parte, en un comunicado publicado por los organizadores del evento, no se hace ninguna alusión a la muerte de Rojas, pero se afirma que sí se contaba con todas las condiciones entre esas personal médico, “más agua de la suficiente para tomar” y una organización con personal capacitado.

Sin embargo, en testimonios recopilados por Échele Cabeza y en publicaciones de distintos usuarios en redes sociales, varias personas contradicen el comunicado de la organización y le dan la razón a Elena. Según los asistentes, durante el evento hubo hacinamiento, poca ventilación, mala logística, en los baños no había agua en los grifos y por momentos tampoco se podía conseguir agua en la barra. Además, la Secretaria de Gobierno de Bogotá, reveló que el evento no contaba con los permisos del Sistema Único de Gestión de Aglomeraciones (SUGA). 

Mientras se adelantan las investigaciones para aclarar lo ocurrido es importante recordar que esta es la segunda vez en lo que va del 2022 que se registra una muerte en un evento de este tipo. En mayo una mujer falleció luego de asister al Baum Festival y es lamentable que esto suceda para que nos hagamos preguntas como ¿cuándo vamos a hacer algo para mejorar las condiciones de los eventos? y ¿por qué aún cuando ya existen recomendaciones para tener fiestas seguras de organizaciones como Échele Cabeza, siguen ocurriendo estos casos?

Hacinamiento, calor, mala ventilación, acceso restringido al agua, mala organización, personal de logística mal preparado y hostil, lugares que no cumplen las condiciones, sobrecupo y un público irresponsable con su consumo no son palabras nuevas. Es lo que se vive cada fin de semana en las fiestas de Bogotá. 

Pareciera que estuviéramos esperando a que suceda una tragedia como la de República Cromañón en Argentina en donde en 2004 fallecieron 194 personas o como la que ocurrió en 2013 en Santa María Brasil donde en un discoteca murieron 245 personas tras un incendio para tomar acciones reales. 

Porque si bien es muy lindo el discurso de crear espacios seguros y se reconocen, aplauden, difunden y apoyan los esfuerzos que distintos parches están haciendo para conseguir estas condiciones básicas, todavía falta mucho para lograrlo. Sobre todo responsabilidad y compromiso de todas las partes involucradas en la fiesta. 

En este etapa post cuarentena, porque la pandemia sigue, de reactivación y reencuentro es normal sentir la euforia y las ansias de volver a las pistas no solo por la diversión y el buen rato, sino por la necesidad económica que la noche envuelve, pero al parecer en este deseo de recuperar la normalidad los cuidados están importando poco y la fiesta se nos está saliendo de las manos. 

Pareciera como si a los promotores no les importara en lo más mínimo la vida de las personas, sino las ganancias. El sobrecupo y el alto costo del agua en algunos locales y eventos es una constante que se ha vuelto costumbre. Al parecer los organizadores han olvidado que tienen que generar las condiciones adecuadas para que la gente esté segura en los eventos y lo mínimo es el acceso al agua, lo cual no solo ayuda a hacer más seguras las fiestas sino que es un derecho humano básico. 

Pero el público también tiene que ser consciente y cuidadoso. Por ejemplo en el caso de Baum Fest 2022, la organización dispuso todas las medidas necesarias para asegurar la seguridad de sus asistentes. Personal médico, una zona de descanso, área de análisis de sustancias, por primera vez un mínimo vital de agua gratuita y una logística capacitada para atender cualquier emergencia. Aún así, se perdió una vida. Por eso es vital que la gente cambie su relación con el consumo de sustancias psicoactivas. Esto significa ser responsable, moderado y consciente de qué se está consumiendo y cómo se está consumiendo. Una fiesta puede ser perfecta, pero ante una decisión mal tomada o mal informada el riesgo es muy alto. 

Además, es importante entender que la seguridad en las fiestas no solo depende del consumo, sino de varios factores de los que hay que ser conscientes al momento de ir a un evento. Es vital aprender a activar protocolos de seguridad como: puntos de encuentro, conductor asignado, cuidado conjunto entre el parche, salir acompañados, mantener la comunicación, informarse sobre las sustancias, mantenerse hidratado, aprender primeros auxilios y si la fiesta no cumple las condiciones, salir del lugar y hacer el cuestionamiento a la organización, así eso implique perder una boleta.    

Es urgente que se establezca un compromiso de los gobiernos y administraciones para crear espacios seguros. Es cuestión de salir cualquier fin de semana para notar que hay una falta clara de salas de conciertos y lugares de fiestas. Muchos son casas, bares pequeños o espacios autogestionados que hacen lo que pueden para ofrecer una agenda cultural y que más allá de un interés económico buscan impulsar las escenas con los pocos recursos que tienen y aún así, en algunos casos, intentan aplicar la mayor cantidad de protocolos de seguridad posibles. Pero sí se nota una orfandad ya que buena parte de la gestión cultural joven que se hace en el país, es autogestionada y creada a partir de esfuerzos individuales y colectivos motivados por la construcción de una industria horizontal y equitativa. 

El problema es que cuando este tipo de cosas pasan, lo más fácil es pedir más permisos, más trámites, más trabas, lo que se traduce en más represión, cuando lo que se debe empezar a pedir es mejor infraestructura y mayor compromiso con el desarrollo de la vida nocturna por parte de los organizadores de las fiestas. 

Fiestas clandestinas y underground siempre va a haber, de hecho es muy importante para el desarrollo cultural que éstas existan, pero eso no significa que tienen que ser peligrosas, mal organizadas e indolentes con el público. A lo largo de los años se han registrado varios casos de trabajo conjunto y comunitario enfocado en garantizar espacios seguros, un ejemplo es Bogotrax donde tanto organizadores como público siempre están atentos al cuidado del espacio, o lugares como Videoclub donde se han generado varios protocolos de seguridad sobre todo relacionados con acoso sexual y discrimanción. 

Sin duda, este es el momento en que todo el ecosistema de la noche realmente se podría unir para evaluar las condiciones en las que se está trabajando y crear soluciones conjuntas, porque no podemos permitir que la muerte de los jóvenes en las fiestas se vuelva un paisaje.