El aporte de las mujeres en la construcción de Ciudad Bolívar

El aporte de las mujeres en la construcción de Ciudad Bolívar

Conversamos con tres mujeres que construyen cultural y simbólicamente lo que es esta localidad a través de diferentes apuestas.
Jueves, 4 Noviembre, 2021 - 05:31

Por: María Claudia Dávila

En medio de una huerta de hortalizas que ellas mismas siembran para poder comer, alimentar a sus hijos y tener ingresos adicionales, las mujeres de la vereda La Quiba, de Ciudad Bolívar, se reúnen cada tanto para romper la cotidianidad y hablar sobre sus proyectos. Así lo explica Sindy Julieth Rodríguez, quien desde hace más o menos ocho años entró a hacer parte de la Organización de Mujeres Quibanas y encontró en este espacio una oportunidad para tejer redes de apoyo con otras mujeres campesinas que como ella, sienten que el día a día, el cuidar a sus hijos, a los animales y hacerse cargo de las tareas del hogar, puede llegar a ser bastante absorbente. Así, junto a un grupo de ocho mujeres no solamente crea estrategias para tener más libertad económica, sino que también, juntas, reivindican sus derechos y desnaturalizan las violencias a las que se ven enfrentadas. 

“Una mujer campesina a veces está tan oprimida que no denuncia o no la dejan participar de espacios de liderazgo. Estos procesos de siembra y emprendimiento nos ayudan a tener estos espacios y a la vez generar más ingresos”, dice Sindy. 

Aprovechando que muchas de ellas también saben tejer, le han apostado a hacer productos y prendas, venderlas y transmitir ese conocimiento entre ellas para empoderarse. “También está el tema de la danza. Tenemos una agrupación que lleva más o menos 6 años de trayectoria. Es hacer algo que nos apasiona y mientras lo hacemos, rescatamos nuestra cultura campesina y nos conectamos con nuestras raíces y sangre. Esto también se lo enseñamos a nuestras hijas. De hecho, dentro del grupo hay dos niñas: una de once y otra de ocho”. 

Y es que en medio de condiciones de vida que a veces son difíciles, estos espacios son como un respiro y una manera de resistir a la realidad. Para Sindy uno de los temas más urgentes a resolver para las mujeres campesinas es el de la educación y que puedan acceder a más espacios de participación política. “Tengo 29 años y he hecho solo unos cursos técnicos. La mujer campesina está tan alejada de la zona urbana que tiene más dificultad para acceder a esto”, dice.  

Sin embargo, estos procesos pretenden también hacer pedagogía en torno a temas importantes como la erradicación de la violencia a las mujeres y un cuestionamiento al machismo. “Creo que todo esto es más poderoso con el ejemplo. Si veo que mi vecina se empodera, voy a querer hacer lo mismo. Así pasó con el grupo de danza: decíamos ‘si ella baila, ¿yo por qué no lo puedo hacer?’. Así pasa con el tema de la huerta, del emprendimiento y con la denuncia de temas machistas”, sentencia.  

Diana Castillo

Cuando habla de las luchas de las mujeres en Ciudad Bolivar, Diana, quien hace parte de la comunidad ancestral muisca, habla de la importancia del cuidado de la madre, es decir, de la tierra. Dice que como las mujeres estamos más conectadas a los ciclos de la luna y la naturaleza, podemos aportar una mirada distinta en la construcción de los territorios, una mirada más coherente y menos dañina. 

Ella que participa en el Colectivo Mayaelo que nace en la localidad cuando varios jóvenes acompañados de un profesor llamado Fernando Cuervo empiezan a recorrer el territorio para cuestionar las formas en las que se las ha impuesto ser jóvenes aquí y en otras periferias, dice que tiene una “gran preocupación sobre esas dinámicas que se dan contra la laguna y la montaña, porque hay una gran actividad de minería legal e ilegal en la localidad”. 

Foto cortesía Colectiva Mayaelo. 

En su momento, cuando ella entró al colectivo, había mayor participación de hombres y era confuso entender de qué manera podía aportar como mujer al proceso. “Ahí fui entendiendo que existen posturas distintas de ser mujer en los territorios porque aunque se nos han impuesto unas, podemos reformularlas”. 

Más tarde, también llegó al Museo de la Ciudad Autoconstruida que “potencia, visibiliza y analiza los procesos que se dan en las periferias específicamente en Ciudad Bolívar. Con este postulado de que este es un territorio particular, pero que nos permite entender muchas dinámicas de otras periferias del país, entendiendo que Ciudad Bolívar está habitada y construida por personas que han sido desplazadas de todo Colombia, podemos construir nuestra historia”, dice. 

Y explica que en estos procesos se habla de un feminismo comunitario que parte de la idea de entender que las mujeres han, y siguen, aportando a la construcción cultural, espiritual simbólica y física del territorio. Y agrega:  “en su momento también nuestras abuelas y mamás, hicieron parte de procesos organizativos del territorio. Aquí en la localidad hay un movimiento importante de madres comunitarias, de abuelas que generan procesos de economía solidaria y propia, desde las artesanías, el alimento, las ollas comunitarias. Todo esto, nos ha enseñado mucho como mujeres de la comunidad”. 

Por otro lado, desde el Museo, explica, van a haber siete casos, donde una de ellas justamente va a resaltar el papel y las luchas de las mujeres en el territorio. “Desde ahí se va a generar diálogo, que está liderando la compañera Liliana Parra que va a permitir resaltar todas esas luchas. Es muy interesante porque en el proceso hay mujeres jóvenes y adultas mayores que han hecho parte”. 

Todo esto además va a permitir aterrizar muchos conceptos, teorías y discursos que a veces se quedan en la academia. “Muchas veces esto no llega a las periferias, a los barrios y no es accesible, por ejemplo, para las señoras que todo el día están haciendo oficio en su casa y que deben responder a unos criterios que le enseñaron sobre cómo ser mujeres, esposas y mamás”. 

 

Karen Viviana Osorio Palacios

Para Karen, hablar de urgencias cuando se habla de comunidades negras en este país es muy complejo porque casi que todo es urgente. Esto, dice, cuando se cruza con la variable de género, termina siendo un reto aún más grande. Ser mujer y ser afro en Colombia tiene muchas complejidades.

Ella que es afrocolombiana, nacida en Bogotá y criada en el municipio de Andagoya en el departamento del Chocó, es licenciada en educación artística y escénica y está vinculada al Instituto de Patrimonio y Cultura, dice que el trabajo que viene realizando desde hace algunos años, desde varios espacios, consiste en fortalecer y formar espacios de participación y toma de decisiones con perspectiva de género y étnico. Y así mismo pretende visibilizar prácticas y saberes ancestrales afro para articular movimientos sociales en las comunidades. 

En Ciudad Bolívar, explica, la Red las Polonias que está liderada por Adiela Dagua, cuenta con 45 mujeres negras afrocolombianas del Pacifico y del Atlántico. “En la localidad también hay 15 mujeres dentro de los espacios de participación local. Es muy importante resaltar la participación de las comunidades negras, raizales y palenqueras que a partir del decreto 464 del 2019 se integra con 25 representantes o líderes consultivos y uno distrital. También está la red de jóvenes afro 15 chicos y chicas que se juntan con temas artísticos y sociales”. 

Para ella, estos colectivos y este trabajo comunitario es muy importante, pues el racismo sobre el cual se asienta el estado colombiano no permite si quiera que exista una educación con un enfoque étnico, ni que exista el derecho a la paz y a la convivencia, unas condiciones laborales dignas, más representatividad en espacios políticos y que el sistema de salud aún no contemple la medicina ancestral del pueblo negro. 

“La representatividad es fundamental, hay voces muy invisibilizadas porque tenemos una historia única y creemos que no hay otras verdades. Es clave visibilizar estas voces para que generen tensiones y hagan reflexionar”. 

Y explica, casi como a modo simbólico resumiendo lo que muchas minorías en este país tienen que enfrentar, que esto no es una cosa de unos pocos, sino de todas y todos porque la historia se construye en colectivo. 

De esta manera, apuestas como las de estos procesos comunitarios y como la del Museo de la Ciudad Autoconstruida en esta localidad son tan importantes para reivindicar no solo una forma para que “otras” u “otros” se narren a sí mismos, sino para que como sociedad podamos visibilizar esas voces oprimidas por tantos años y comencemos a reescribir una historia más completa.