¿Cancelar Pepe Le Pew sirve de algo?

¿Cancelar Pepe Le Pew sirve de algo?

Un análisis acerca del fenómeno de la cultura de la cancelación, la banalización del debate y los riesgos que esto acarrea.
Martes, 23 Marzo, 2021 - 05:05

Por: Juan Sebastián Barriga Ossa

En Internet no existe nada privado. En el momento en que cualquier cosa nuestra llega a la red, se vuelve pública y desde el primer segundo millones de ojos empiezan, no sólo a observar, sino a juzgar lo que hacemos. Es como si una mega “policía” de la moral vigilara constantemente nuestro comportamiento y estuviera lista para castigar al instante. 

En las últimas semanas el término conocido como cultura de la cancelación, de nuevo ha generado bastante eco en el mundo digital y varias discusiones han girado en torno a sus alcances, tanto negativos como positivos. Por un lado, hay un incremento claro en los pedidos de censura y sin duda ha crecido la autocensura. Pero por otro, muchas personas víctimas de distintos abusos y discriminaciones, al ver que las instancias judiciales han fallado, han encontrado en esto una forma de desahogo e incluso una especie de justicia simbólica. Y si bien el debate ha menguado un poco, vale la pena reflexionar, porque es cuestión de tiempo para que vuelva y resuene. 

Esta última ola de discusiones en torno a la cancelación se desató a raíz de que en el New York Times, el columnista Charles M. Blow, en una línea escribió que el personaje de Warner Bros, Pepe Le Pew, hacia apología a la violación por la forma en la que hostigaba a la gata Penelope. El caso llamó mucho la atención y generó toda clase de reacciones. Desde miles de memes y comentarios en redes, hasta que Warner decidiera retirar a este personaje de la próxima película de Space Jam. 

La cultura de la cancelación no es algo nuevo. De hecho, esta existe desde la primera vez que alguien ordenó quemar libros. La diferencia es que actualmente gracias al Internet, el alcance de la cancelación es mayor y más inmediato. Basta con que alguien encuentre un post o una foto que no le agrade para que arme una avalancha. 

Aún así no deja de ser curioso que el caso de Pepe Le Pew hiciera tanto ruido, sobre todo porque se han hecho denuncias contra personas reales que, desde sus posiciones de poder, han lanzado claros discursos de odio, personas que han sido denunciadas e incluso enjuiciadas por acuso, maltrato y discriminación, y no ha pasado mayor cosa. 

Entonces vale la pena preguntarse: ¿por qué este zorrillo animado agitó tanto las aguas? La respuesta tal vez esté en que Pepe Le Pew engloba varios de los problemas que envuelven a la cultura de la cancelación. 

El maniqueísmo

La decisión de cancelar es algo que nunca debe tomarse a la ligera porque está rodeada de varias complejidades y variables que hay que tener en cuenta. Cada caso es distinto pero, al ver las reacciones contra Pepe Le Pew, pareciera como si este tipo de decisiones se tomarán usando solo el criterio de si algo es bueno o malo. Y esto es muy peligroso por varias razones: primero, quién exactamente decide que es lo correcto o lo incorrecto. Segundo, si no se toman en cuenta los contextos, se corre el riesgo de decidir de forma apresurada, malinterpretar o sesgar las cosas. Es muy fácil sacar de contexto una publicación, volverla una fake news y acabar con una vida.

Pero lo más preocupante es que se están poniendo en el mismo saco cuestiones intrascendentes junto a casos que han tenido consecuencia reales. Por ejemplo: no es lógico poner en un mismo nivel a un personaje animado creado hace 76 años bajo un contexto y una noción de moral muy distinta a la de hoy, con un director de cine, un periodista, un músico, un profesor o un político que ha usado su posición de privilegio y poder para cometer abusos y que, a pesar de ser denunciado por muchas personas, sigue su vida como si no hubiera pasado nada. 

Esto no solo genera un vacío en la discusión sino que abre una puerta muy negativa la cual es: 

La banalización del debate

Al tiempo que las discusiones se centran en ver o no ver una producción, los chistes y memes proliferan y mientras tanto, las personas que de verdad han sufrido abusos por parte de figuras reconocidas del mundo de la cultura, siguen esperando una justicia que nunca llega e incluso, en muchos casos, estas víctimas han sido perseguidas y deslegitimadas. 

Además, si bien por un lado esos chistes son inocentes y la mayoría están hechos para no tomarse en serio, por otro, algunos sectores extremistas que manejan discursos de odio han aprovechado esta banalización para transmitir, camuflar e incluso justificar dichos discursos. 

El mejor ejemplo de esto es el de la actriz Gina Carano, quien interpretó el papel de Cara Dune en la serie The Mandalorian. Ella fue despedida de Disney debido a una serie de trinos que mostraban su respaldo a las teorías de conspiración que hablaban de un fraude electoral en las más recientes elecciones de Estados Unidos y que se burlaban de varias de las medidas de bioseguridad tomadas a causa de la pandemia.  

Carano es una abierta simpatizante de Donald Trump y sus políticas, lo cual para ciertos sectores puede ser reprochable, pero aún así está en su derecho seguir al político que ella quiera. 

El verdadero problema de Carano ocurrido después de su despido, cuando escribió en sus redes que a los republicanos de Estados Unidos están sufriendo una persecución similar a la que vivieron los judios por parte de los nazis durante el holocausto. Una cosa es adscribirse al pensamiento de un político polémico, y otra es tomar una de las tragedias más grandes del Siglo XX para justificar discursos de odio. 

Esto es sumamente complejo por el peso simbólico que tiene el personaje de Cara Dune. Ella es una mujer fuerte, valiente, que se vale por sí misma. Para muchas niñas es un modelo a seguir y, si bien los actores y actrices no están obligados a ser moralmente correctos, sí existe un nivel de responsabilidad cuando comulgas con una corriente política en la que existe una parte que es abiertamente nazi y le dices a tus seguidores que los nazis están en el otro bando. Esto es manipulación y por más que tengamos el derecho a expresarnos libremente, eso no significa que podemos eludir las consecuencias de nuestras acciones.

Las víctimas están quedando de lado

Personajes como Gina Carano, al verse cuestionados, están usando la peligrosa carta de la victimización. Mientras la discusión se desvía al tema de si una persona que abiertamente lanza mensajes de odio puede o no trabajar en una empresa de entretenimiento, las víctimas de este odio empiezan a quedar relegadas a un tercer plano. 

Mientras nos centramos en la inútil discusión de si Pepe Le Pew es igual de acosador que Doña Florinda, las mujeres que han denunciado acoso cada vez están más olvidadas. Y es que entre la inmediatez y el escándalo, lo que realmente es importante pasa desapercibido.

Se está acabando el criterio profundo

Se podría considerar a Pepe Le Pew como un acosador, ya que es un tipo que no entiende lo que significa la palabra “no”, pero de ahí a qué haga una apología de la violación hay un trecho muy grande. Decir que quien mira este contenido lo va a tomar de forma literal es subestimar por completo la capacidad de discernir de las personas y sobretodo de los niños y niñas que consumen este producto. 

Pepe Le Pew no está diciendo que acosar está bien, más bien lo contrario. Este es un personaje molesto, incómodo, apestoso, un ejemplo de lo que no hay que ser. En vez de cancelar este tipo de contenido hay que darles una mirada crítica. Es más fácil meter bajo la alfombra cualquier cosa que nos parezca incómoda e incorrecta, en lugar de discutir sobre esta. En una afán por proteger espectadores y corregir contenidos, se está creando un público pasivo, incapaz de decidir por sí mismo y de hacerse preguntas o cuestionamientos respecto a cómo aplica en su vida lo que consume.

El criterio se forma a partir de un ejercicio de constante construcción y deconstrucción del individuo. Si simplemente las cosas se cancelan, este ejercicio puede ser truncado y tendremos un montón de autómatas que actúan por miedo y no por análisis. Tendremos una moral impuesta y no una moral crítica. 

Además, en este caso en específico, es más fácil usar el viejo y caduco argumento de, “todos los problemas de nuestra sociedad son culpa de la televisión”, que enfocarse en los problemas políticos, económicos y sociales que están en el núcleo de nuestro sistema y que son la raíz de los males sociales. 

Tal vez en vez de desgastarnos hablando de si hay que separar o no al artista de la obra y si hay que dejar consumir las producciones de personas con antecedentes de abuso, racismo, vicios, violencia, es mejor empezar a discutir acerca de cómo se puede presionar para hacer cambios jurídicos y/o legislativos que, por ejemplo, obliguen a los artistas condenados por abuso a usar parte de sus regalías para reparar a las víctimas. 

Finalmente, hay un tema muy importante con la columna de Charles M. Blow y es que esta fue sacada de contexto. La discusión se centró en una línea, precisamente la más escandalosa. En esta columna, el autor escribía acerca de cómo creció viendo en televisión un montón de representaciones negativas de las minorías de Estados Unidos como el infame zorrillo, Speedy González o el hecho de que en las películas de vaqueros los indios siempre eran las malos y los blancos las víctimas; cuando en el mundo real los pueblos indígenas de todo el continente sufrieron el genocidio más sangriento de la historia.

Charles M. Blow concluye diciendo que es importante empezar a construir nuevas representaciones que sean más justas e incluyentes. En ningún momento habla de cancelar, en ningún momento dice que la incorrección, que es vital para cuestionar la realidad, tenga que acabarse. Y el punto clave de esto no se centra en tapar, censurar o cancelar, sino en reconstruir. La niñez del presente y del futuro merece crecer con modelos equitativos e incluyentes, pero también con la capacidad de desarrollar su propio pensamiento.

Es vital que el debate sobre la cancelación salga de la pasional y mal intencionada cloaca de las redes sociales y entre al mundo real, a los salones de clase, a las mesas de las casas, a los pasillos del congreso y se creen nuevas formas de afrontar este tema. Si algo nos ha enseñado la historia es que la censura no trae nada bueno y menos cuando esta viene desde la propia ciudadanía. Es importante cambiar el concepto de la turba enardecida por el de una comunidad crítica y sacar las narices del Internet para centrarse en el mundo real.