1971: el año que cambió a Cali

El objetivo de ser una ciudad moderna cargaba consigo una serie de contradicciones que llevaron a un camino diferente al previsto.
Jueves, 12 Agosto, 2021 - 09:27

Por: Juan Pablo Conto

En 1971, Cali se preparaba para ser epicentro del deporte y el arte de todo el continente americano. Era momento de convertirse en una urbe moderna, de acelerar el Plan Piloto de 1950, que pretendía meter a la ciudad dentro de ese afán de transformación que caracterizó a Colombia a mediados del siglo XX. Atrás debía quedar lo que no servía, los fracasos, aquella fatídica explosión de la madrugada de agosto de 1956, cuando seis camiones provenientes de Buenaventura estallaron con 42 toneladas de dinamita -para armar carreteras- en la antigua estación del Ferrocarril del Pacífico, en el barrio San Nicolás; destruyendo 41 manzanas, armando un cráter de 50 metros de ancho y 25 de profundidad y dejando 12 mil heridos y 4 mil muertos -Cali tenía entonces 400 mil habitantes. 

La vista estaba puesta al frente y el progreso era ahora imparable. En julio de ese año sería sede de los VI Juegos Panamericanos y la Bienal Internacional de Artes Gráficas. El horizonte era tan paradisíaco como el mismo cielo del que se proclama sucursal.  

Inaguración Juegos Panamericanos en Cali (Foto: Comité Olímpico Colombiano)

La Universidad del Valle tendría una nueva sede con una enorme ciudadela universitaria con residencias estudiantiles que, durante los panamericanos, albergarían a los deportistas participantes. El nuevo Aeropuerto, que inicialmente se llamó ‘Palmaseca’, estaba en construcción y la Terminal de Transporte se convirtió en la primera en su tipo en el país, además de haber estrenado las primeras escaleras eléctricas en la ciudad. 

A estas obras se sumaban la construcción de escenarios deportivos, el gran Coliseo del Pueblo, la mejora de varias avenidas, proyectos de vivienda de la envergadura de la Unidad Residencial Santiago de Cali o la inversión privada en hotelería y turismo.

Pero la sincronía entre el Gobierno Nacional y la élite local, aunque también de una clase media en ascenso, no solo se concentró en la infraestructura, sino también en el arte y la cultura. Eran tiempos en los que por la calles de Cali se paseaba el escritor y cinéfilo Andrés Caicedo; también Luis Ospina, Carlos Mayolo, Ramiro Arbeláez y demás integrantes del denominado Caliwood, o donde el Teatro Experimental de Cali (TEC) ya era un referente en la exploración y la creación de nuevos lenguajes teatrales en Latinoamérica. 

Parte del denominado Caliwood

Por eso, también hubo un importante esfuerzo alrededor de La Bienal Americana de Artes Gráficas, que al final se convirtió en el primer gran evento realizado por La Tertulia, nacida en 1956. Bajo la dirección de Gloria Delgado y Pedro Alcántara Herrán, este espacio reunió, aquel 1971, a la vanguardia artística de ese momento y posicionó al espacio como un referente de diálogo y exploración cultural en el país y en el continente que hasta hoy se mantiene. 

Fue, en definitiva, el plan de desarrollo más ambicioso que haya tenido lugar en la historia de Cali. Y sin embargo, por debajo y por encima de todos estos anhelos, un sin número de tensiones jalaban y pintaban un camino menos pavimentado, con necesidades muy reales y con un arte que ebullía en medio de las contradicciones.

A nivel mundial el panorama político no era fácil. Los años sesenta, el principio del fin de un mundo bipolar, había llevado el pulso de la Guerra Fría, entre EEUU y la Unión Soviética, a niveles alarmantes. La amenaza nuclear se cernía sobre un mundo agotado de las herencias de la Segunda Guerra Mundial. Un agotamiento que por lo demás sacó a los jóvenes a las calles para protestar contra la injerencia de ambos poderes: los hippies contra la Guerra de Vietnam en EEUU, las Revueltas de Praga contra la represión Soviética, las marchas de Mayo del 68 en Francia que pedían la imaginación en el poder. 

Manifestación mayo 68 en Paris

Pocas veces, o quizás por primera vez, una juventud se atrevía a intentar cambiar el mundo: no había nada que perder si todo podía explotar en un parpadeo. Rechazaron a la generación de sus padres, a ese poder personificado en el general, estadista y presidente francés Charles de Gaulle o en el militar, político y primer ministro británico George Heath o en el también militar, político y presidente de EEUU Richard Nixon

Berkeley, Nanterre, Ciudad de México, Bogotá, Cali, entraron en la espiral de esta convulsionada época. En la capital del Valle resonó esta confrontación y no era gratuito, por ejemplo, que la nueva sede de la Universidad fuera construída en parte con el dinero que EE.UU. entregó al Gobierno Nacional en medio de transacciones que tenían como fin no perder su influencia en la región ante el triunfo de la revolución cubana poco más de una década atrás. O así lo interpretaron los movimientos estudiantiles que veían con recelo este dinero. 

Pero no solo era lo que sucedía afuera. En Colombia, donde la violencia bipartidista había llegado su fin y el Frente Nacional, aquel pacto político entre liberales y conservadores, había sacado del poder a la corta dictadura general Rojas Pinilla, se iniciaba una nueva etapa dentro de esta eterna guerra: el enfrentamiento entre las fuerzas del Estado y varios grupos guerrilleros de origen comunista. 

A Cali, puerta del olvidado y relegado Pacífico colombiano, llegaron desplazados del Cauca, de Chocó o de Nariño, huyendo de una violencia que recién empezaba a dar sus primeros pisotones en esa región. Frente a sus ojos estaba la inversión que se realizaba para los Juegos Panamericanos mientras la pobreza seguía creciendo en el oriente de la ciudad. Tampoco los corteros de caña estaban muy contentos, por lo que llamaron a movilizaciones y realizaron paros. 

Protestas estudiantiles en Cali

La policía reprimió con fuerza estas manifestaciones, a las que, en el mes de febrero de ese 1971, se fueron sumando tanto los movimientos estudiantiles como la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC). El ministro de Trabajo, Jorge Mario Eastman calificaba estos llamamientos como un acto de subversión, mientras el Gobierno Nacional era presionado por los delegados de los Juegos Panamericanos quienes exigían controlar la seguridad. 

El 25 de febrero cientos de estudiantes de la Universidad del Valle se tomaron pacíficamente la Plaza de Caycedo. Ahí hizo presencia el Teatro Experimental de Cali, dirigido por Enrique Buenaventura, hubo recitales, canciones y una exposición móvil, mientras denunciaban la gestión del entonces rector Alfonso Ocampo Londoño. El 26 de febrero, se tomaron la rectoría. Como respuesta, la Fuerza Pública ocupó la universidad y, en medio de los enfrentamientos, asesinó al estudiante Édgar Mejía. 

Esta muerte derivó en una serie de revueltas en barrios populares de la ciudad que fueron reprimidos por las fuerzas del Estado. Aunque puede variar según la fuente se calcula un total de 8 muertos y 47 heridos. El 27 de febrero, Misael Pastrana decide militarizar la ciudad completa y decretar el Estado de Sitio en todo el país. 

Cartel de Cali

Desde 1971 la ruta de la historia fue otra: vendrían los años ochenta y noventa, el punto de quiebre de la psiquis caleña con el auge del narcotráfico. Los anhelos se esfumaron entre lo inmediato del narco, el recrudecimiento de una vieja guerra en un nuevo contexto, las necesidades de un Pacífico que suena y se baila pero no se quiere escuchar. 

El estallido en Cali tuvo varios motivos: la crisis del hambre, el desempleo, la corrupción, la marginalidad, la violencia, los problemas que rodean a la ciudad y los reclamos sin resolver. A esto, se respondió con represión violenta, paramilitarismo urbano, detenciones ilegales y torturas contra manifestantes pacíficos. Amnistía Internacional dejó claro que las autoridades colombianas violaron los derechos humanos de quienes se manifestaban pacíficamente en Cali, haciendo uso excesivo e innecesario de la fuerza. Fueron 80 muertos entre policías y civiles. Estos hechos y cifras son de este 2021, 50 años después.