Fotografías por Andrés Franco

Una canción para Gaita

Iniciamos en Radiónica un ciclo de relatos escritos por Santiago Arango donde la música, la vida y la ciudad, trazan el camino de múltiples personajes, sonidos y lugares que edifican anecdotario diverso y mágico.
Sábado, 7 Abril, 2018 - 04:18

Por: Santiago Arango

Gaita estaba explayada debajo de la cama de Onorio Cano y mientras gemía con respiración agitada, la mirada desorbitada, su nariz como siempre húmeda y fría y sus extremidades que no obedecían, sentía que un lento y certero entumecimiento se iba regodeando en su cuerpo.

Para entonces, ya eran historia los intentos por persuadir a Gaita para que saliera de esa penumbra rectangular, de ese ataúd sintomático, pues ni siquiera Luis Carlos Cano, hermano de Onorio, pudo atrapar su atención desde su primer intento cuando notó que ya eran 24 horas las que ajustaba “ella” arrojada en ese claroscuro que acentuando aún más la desolación en la casa de los Cano: Silencio absoluto, corredor vacío, ventanas cerradas y estruendosas bocanadas que empujaban las puertas a sus marcos, como si estos fueran brazos que las recibían estrecha y en perfecta sincronía…

Pero además de Luis Carlos y sus suculentos trozos de carne o sus invitaciones a jugar a la pelota, también Gloria, la mayor de los hermanos, hizo fallidos intentos, por ejemplo, meterse debajo de la cama a peinarle su pelaje mientras le decía que salieran a pasear por el parque y que allí le compraría “cositas”, sin embargo, Gaita continuó jadeando con la intensidad de sus desfallecidas fuerzas.

Tampoco funcionó que Lorena, esposa de Onorio y quien estaba sumida en una m-e-l-a-n-c-o-l-í-a  que se quedó grabada en el pecho cual puñalada que nunca sanó, llevara hasta el piso la grabadora para poner el casete que su esposo siempre escuchaba en el solar de la casa, recostado en el palo de mangos, invocando a Pink Floyd cantando con ahínco catártico y mientras Gaita lo acompañaba cual ladridos en clave de coro perruno: “Oooh, Babe Don’t Leave Me Now”.

Pero es que todas esas argucias fallaron porque a Gaita, desde que habían matado a su fiel y amado amigo Onorio Cano en el parque de su barrio, en Aranjuez, se le había extinguido el instinto por vivir.  Por eso, cuando vio a Onorio bañado en sangre con tres balas incrustadas en su cuerpo y que irrumpieron el cauce normal del río de su sangre, intentó alejar a todo aquel que intentaba socorrer a su amigo: cabeza sutilmente inclinada, orejas izadas y alertas, gruñidos agudos y constantes, mirada desafiante e intensa y atentos movimientos alrededor de su yacente amigo; solo con un bombardeo de piedras de los chismosos y otros fuleros que deseaban auxiliar a Onorio, solo así se logró ahuyentar a Gaita y hacerla correr a casa...

Por eso Gaita, desde aquel momento, se refugió debajo de la cama de su entrañable e ido amigo… y permaneció allí 10 días hasta morir por “inanición no premeditada” provocada por el amor y quizás, esperando el prodigio de hallar a Onorio en un cielo en el que también tengan cabida los perros.