"El cortometraje es un animal autónomo": una charla corta con Rafael de Jesús

Uno de los invitados internacionales al Festival de Cortos Cali nos unos apuntes sobre el audiovisual.
Jueves, 27 Septiembre, 2018 - 02:50

Por: Esteban Zapata

Rafael de Jesús Ramírez Pupo nació en Holguín, una ciudad al este de Cuba, el día de San Rafael, uno de los patrones del peregrino. En su pueblo, a 12 horas en bus de La Habana, le dicen Jesusín, porque a su padre lo llaman Jesusito. En el mundo del cine, de la música y la literatura, prefiere que le digan Rafael.

Él es un mulato de pelo largo y risos color café. Su voz es tosca y su sonrisa torcida. Al hablar, relata cuentos e historias profundas al son de su propio acento que evoca su añorada Cuba. Sus manos tímidas tocan la guitarra y el bajo. También escriben poesía, cuentos, guiones y canciones. Sus ojos saben apreciar la realidad latinoamericana y a sus individuos solitarios, anti heroicos, perdidos en la búsqueda de su identidad.

Entró a la Escuela Internacional de cine San Antonio de los Baños a los 30 años, estudió durante tres años y se graduó curiosamente hace tres años. Antes de ser cineasta, fue músico; creó una orquesta de rock progresivo y jazz porque en Holguín era imposible filmar, pero su orquesta nunca alcanzó el título de profesional porque cantaban en inglés (el idioma del enemigo), hasta que Rafael decidió estudiar cine.

Luego comenzó a realizar y no ha parado, su obra ha sido exhibida en muestras en Francia, Colombia y Estados Unidos. Ha dirigido los falsos documentales Filmar Pedro Páramo (2007), Tractatus (2008), Diario de la niebla (2017); el cortometraje documental Limbo (2016), el corto experimental Traces of the Inscribed (2017) y el corto de ficción Alona (2017). 

Recientemente fue uno de los invitados del Festival Internacional de Cortos Cali, y con su acento cantado y su relato lleno de literatura, música y cine, nos habló sobre su experiencia con el audiovisual:


¿Por qué el corto?

No había opción en ese momento, cuando entré a la escuela había una serie de ejercicios de límites muy concretos, de 12 minutos hasta 17 minutos, después, la tesis que es hasta 25 minutos o 27 minutos y entonces eso me condicionó al formato del corto, pero, como nunca tuve una inclinación ni por el largo ni por el corto, sino por filmar el material que tengo en la cabeza, yo lo que hice fue adaptarme a esos marcos que me gustan.

El cortometraje es un animal autónomo que se parece a la ficción corta, al cuento breve. A mí me gusta que se parezca más a la poesía porque es muy difícil sostener lo poético o imágenes muy abstractas durante más de 12 minutos, es decir, tratas de hacer eso en una película e inevitablemente se empieza a caer y entonces hay quien ha logrado 12 minutos de concentración absoluta de abstracción en imágenes.


¿No es más complejo Construir un universo narrativo de 12 minutos?

Hay un mito con los cortos y los largos. Lo que hace mucho daño es cuando ya se ha creado un estilo de filmar el cortometraje en donde supuestamente tiene que sorprender, se le piden muchas cosas al corto que lo afectan como género. Tiene que tener un dato oculto al final, tiene que tener algo que enganche. Es una estructura que me parece casi que fascistoide y que cada día se impone más desde los talleres y las escuelas. (…) La gente está reproduciendo a pequeña escala el modelo de Hollywood en los cortos, cuando en realidad el corto es el material por excelencia de subversión porque es el que más puedes hacer, se realiza con amigos, tiene una tradición tremenda.
 

San Antonio de los Baños es una escuela propuesta por Gabriel García Márquez y apoyada por Fidel Castro. ¿Hay algo de realismo mágico en tu obra?

No (…) una vez me preguntaron si un corto que había hecho tenía como influencia el realismo mágico, y el problema es que a García Márquez le pasa como a todos los grandes escritores que crean escuela, entonces, la escuela pone al maestro en alto y empieza a reproducir la fórmula, entonces durante 20 - 30 años ha habido una fórmula del realismo mágico en Latinoamérica. Hay un cine entero del realismo mágico, Macondo es una traducción de la Latinoamérica de ese momento. Pero hay una especie de espejismo que afirma que Latinoamérica va a ser eso por destino manifiesto y que está condenada a ser la tierra del realismo mágico. Yo creo que sí, pero también creo que es la tierra de un millón de cosas más.

(…) Amo la literatura de García Márquez, crecí leyéndolo, pero para mí ya no es operativo producir ese relato y curiosamente el cine de vanguardia está retomando una especie de realismo mágico raro, y si ves los viajes del viento de Ciro Guerra tiene eso detrás. Hay algo de cierto en todo eso, porque lo respiras y sabes que no es una falacia, pero creo que ya hay un movimiento hacia otras temáticas distintas y otros estilos que reflejan la Latinoamérica del ahora.


Limbo es un cortometraje que narra la cotidianidad de una familia alrededor de diferentes ritos, y la figura central es el padre. ¿Existe alguna razón por la cual ese personaje se convirtió en el eje central del relato?

Es lo que encontré en ese espacio donde filmé, no fui con algo preconcebido. En esa familia casi todos practican la religión espiritista que es una religión muy popular en el oriente de Cuba, mi bisabuela, mi abuela y mi mamá eran espiritistas y yo crecí en una casa donde había un templo espiritista porque era la casa de mi bisabuela, donde iba los fines de semana. En el proceso de investigación llegué y encontré el lugar, cuando llegué me ericé, era como volver a la infancia, fue un déjà vu, muy fuerte, y solo observar esa gente y vivir ahí con ellos días y conversar mucho, me hizo sentir en casa. Me di cuenta que realmente el centro de esa familia era el padre y registré ese mundo de esa manera. Lo que traté de hacer fue traducir el cotidiano de esa gente en una dimensión cíclica.


La Sultana del Valle del Cauca es uno de los referentes en el Cine latinoamericano, ¿Conocía algo del cine caleño antes de su visita?

Había visto Agarrando pueblo (1977) y vi disciplinadamente los cortos de Mayolo, incluso proyecté algunos en Cuba, como Pura Sangre y La mansión de Araucaima. Creo que Caicedo es un Bolaño antes que Bolaño. (…) Tú te lees Cali Calabozo y te das cuenta que él tenía la actitud, había en él una visión exacta de lo que pasaba en Latinoamérica en ese momento. Las crónicas de cine de Caicedo en Ojo al Cine eran una locura. (…) La visión de él del cine, y su propuesta de Lovecraft en Hollywood era muy visionaria. En Colombia, se puede lograr lo que hicieron Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu en Hollywood, el talento colombiano podría cambiar la industria del cine latinoamericano. Cuando descubrí ese cine irreverente caleño quedé fascinado.


¿Qué temáticas abordó en el Máster Class que le dio a los jóvenes talentos durante el Festival Cortos Cali?

Siempre he dado clases. Ahora en san Antonio coordino un máster de cine alternativo y también le doy clases a los muchachos de primer año de historia del cine. Lo difícil acá es concretar un concepto que estoy trabajando hace tiempo y que debe derivar en un libro más teórico que habla del cine como wonder cabinet, y que consiste en ver el cine al principio de renacimiento, cuando en Europa la gente que tenía dinero empezó a coleccionar cosas llamativas como cámaras maravillosas, un hueso de dinosaurio, la copa de donde bebió algún santo de no sé dónde, y hasta sirenas. Todo eso tenía un relato y se iba dejando lo más maravilloso y lo más terrible para el final, siempre lo monstruoso estaba asociado al wonder cabinet. Entonces se trata de ver el cine como ese espacio, donde vas mostrando eso en un relato patético que revela la incapacidad del hombre para entender el mundo.


Entonces, para ud ¿el final siempre va a ser monstruoso?

No necesariamente, porque puede haber una sirena. Siempre lo que hay es algo monstruoso, el centauro es un monstruo, el unicornio es un monstruo, ambos están en el bestiario que revela seres fantásticos y maravillosos también. Lo raro, lo que no encaja es lo monstruoso.