Concierto de Conciertos: treinta años de 'Gracias'

"A pesar de que no fui, el concierto de conciertos es el evento más importante y definitivo de mi adolescencia."
Lunes, 17 Septiembre, 2018 - 05:35

Por: Manuel Carreño

Fue como una ola gigante que apareció de la nada. Durante años las emisoras que pasaban rock en la década del ochenta se enfocaban en el pop anglo. Poco importó el gran caudal de rock español que nos dejó “La Movida Madrileña” o el boom del rock argentino después de la guerra de las Malvinas. Todo lo generado de esos movimientos se quedaba en tiendas especializadas o pequeños grupos de gente, pero nunca en las radios mainstream. Y así fue más o menos hasta 1987, cuando una nueva generación de Djs descubrieron la importancia de poner a sonar Soda Stereo, a Charly García, o a Los Prisioneros. Y ni hablar de la importancia que se le daba a las bandas colombianas de cualquier estilo, las cuales solo podían conocerse en circuitos underground.

Y entonces todo cambió: en la medida que las radios sonaban canciones de “rock en tu idioma”, las disqueras se apresuraban a prensar música que estaba ahí desde hace unos años y que dejó de ser ignorada para volverse una mina de oro.

Se podrá discutir si ese boom realmente trajo calidad a las emisoras. Si aparte de las toneladas de Hombres G (banda que amo y sigo escuchando, pero nunca tomada en serio) que nos llegaron hubiera sido bueno que sonaran en igual medida Radio Futura o Nacha Pop. Si realmente Los Toreros Muertos lograron volverse tan importantes por ese interesante jazz-rock que hacían, o solo fue por decir la palabra “tetas” en una canción. Si hubiera sido mejor que en Argentina nos mandaran más música de Sumo o Los Redonditos de Ricota y menos de La Sonora de Bruno Alberto o Vilma Palma e Vampiros

Pero más allá de esa discusión la verdad es que fue la primera vez que una parte de grande de una generación sintió un boom musical como propio. En momentos tan difíciles a nivel social, político y humanitario, una generación que crecía con la violencia como imaginario de país, no era poca cosa que pudieran identificarse con música que les hablara más directamente.

Yo recuerdo perfectamente la canción que me capturó, la culpable de que haya sido parte de esa generación: una tarde dintonizando 88.9 escuché el intro de Bailo con mi Sombra en la Pared de Miguel Mateos. Ese sintetizador junto con ese coro pegajoso despertaron mi curiosidad. Después todo fue fácil, toda la industria cultural ayudaba a que todos hiciéramos parte de este gran momento de la música. Y obviamente el siguiente paso era hacer un gran concierto...

Bogotá nunca había hecho algo de semejante envergadura, y valía la pena seguir esa aventura. Al primero que le sonó la idea fue al entonces alcalde de Bogotá, quien veía a todos los jóvenes como posibles votantes en el futuro, por lo cual no hubo mayor problema para lograr el evento.

El cartel combinaba bandas latinoamericanas en apogeo, algunas ya pasadas de moda que encontraron en Colombia un segundo aire, artistas pop y un par de bandas colombianas de pop rock con buen timing. La reseña de cada de una de ellas se ha hecho en su momento por varios expertos musicales. No pretendo en estas palabras reseñarlas de nuevo, sino analizar lo que ese concierto hizo y dejó.

A mí personalmente me cambió la vida. Mi papás no me dejaron ir, yo tenía doce años y ellos tenían en mente aquellas historias de cómo los conciertos en Bogotá eran un desastre y ponían de ejemplo un concierto de La Fania que terminó a sillazos. Yo tampoco había ido a un concierto, entonces no tuve cómo argumentar.

Triste, me senté al lado del parlante del equipo de sonido de mi casa desde las 5:00 p.m. cuando Compañía Ilimitada arrancó ese sábado 17 de septiembre, hasta las 7:00 a.m. del domingo cuando Miguel Mateos cerró aquella maravilla. Siempre le daré las gracias a 88.9 por transmitirlo todo. Fue la primera vez que algo en la vida hizo que me trasnochara. Y nada fue igual en mi vida después.

Esa sensación de sentirse parte de algo cuando uno tiene doce años es única y extraña. Y aunque no lo haya visto, el hecho de que una emisora lo pasara y miles de personas lo escucháramos generaba una armonía (no era gratis que el concierto se llamara “Bogotá en Armonía”) que se sentía en toda la ciudad. Era una hermandad del rock, era una felicidad y una sonrisa en una ciudad que no producía muchas.

Cada vez que se conmemora el concierto, la gente lo recuerda como el primer paso en la cultura de conciertos, el abuelo de Stereo Picnic. Pero aparte de eso muchos lo recordamos como una especie de unión, de reconocernos y de ser parte de algo. Aún de manera ingenua e incipiente.

Y como ese reconocimiento me ayudó en la vida a ser lo que soy. Hoy treinta años después le sigo teniendo mucho agradecimiento, lo cual quiere decir que me sigue inspirando.


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