Pablo Pulido

Festival Estéreo Picnic 2022: ¿C. Tangana o J Balvin?

Por la cercanía de los horarios era imposible no cotejar a José Álvaro Osorio Balvin con Antón Álvarez Alfaro
Domingo, 27 Marzo, 2022 - 07:49

Por: Nadia Orozco Moncada

En el 2017 C. Tangana aterrizó en Bogotá para dar su primer concierto en Colombia. Fue un show pequeño, sin más pretensiones que empezar a hacer la tarea de darse a conocer, en ese entonces lo hizo en compañía del guatemalteco Jesse Baez y ambos se percibían como dos grandes promesas del género urbano en español. Ese mismo año Antón Álvarez lanzó Ídolo, su disco debut como solista, y empezó a trazar la ruta hacía la definición de su proyecto artístico, ese que supo plantear las dicotomías del ser un ícono, las bondades y las desgracias. 

No pasó mucho tiempo para que esa aleación de sonidos que iban desde el trap, el rap, el dancehall y el dembow, acompañada de una propuesta visual contundente y un personaje construido con detalle, empezaran a convertirse en furor. En su país fue llamado por varios medios el ídolo musical del año, y rápidamente el rumor se propagó: un madrileño estaba cambiando las reglas del juego en el género urbano y la industria musical.  

En el 2018, Tangana lanzó Avida Dollars y se encargó de juntarse con los productores más sonados del universo del género urbano: The Rudeboyz, Sky y, por supuesto, su mano derecha y artífice de su sonido: Alizzz. Era un hecho: Crema, el nombre artístico con que Antón arrancó su carrera y se dedicaba al rap, estaba sepultado. C. Tangana había salido del cascarón del underground y estaba listo para conquistar el codiciado mainstream. 

Bastaron tres años y una pandemia para que ese Ídolo se terminara de consagrar. Así fue, lo hizo el 2021 con El Madrileño, el álbum con el que Tangana tocó la gloria, una obra esculpida con detalle, con las dosis perfectas de ironía y crueldad, con colaboraciones que expanden el universo sonoro de esta placa discográfica a universos insospechados.

Poner en una misma mesa a Niño del Elche, Toquinho, La Hungara, Ed Maverick, Jorge Drexler, Andrés Calamaro, José Feliciano, Omar Apollo, Eliades Ochoa, Pepe Blanco, Kiko Veneno, Carin León o Adrian Fabela, fue una hazaña sin precedentes, un trabajo que merecía tener un en vivo tan vigoroso y relevante como el mismo show. 

“Sin cantar ni afinar tour” fue el nombre con que Pucho, como también se le conoce, bautizó a su gira. Un guiño a quienes lo han criticado de no ser un buen músico, de no afinar una nota y no tocar ningún instrumento. 

Y así fue, el pasado 26 de marzo, el madrileño y una delegación de músicos llegaron al Estéreo Picnic para convertir el escenario principal en una puesta en escena cinematográfica. Replicando el formato que presentaron en el Tiny Desk, Tangana dejó varias lecciones sobre la mesa, literalmente. Por  un lado dejó claro su audacia artística y por otro, le dio una cachetada al género urbano. 

Por la cercanía de los horarios era imposible no cotejar a José Álvaro Osorio Balvin con Antón Álvarez Alfaro. El primero nacido en 1985, en Medellín, Colombia, con un prestigio ganado a punta de hits que lo convirtieron en una piedra angular del género; sus canciones se convirtieron en himnos que retumbaron alrededor del mundo y metieron al reggaetón en esferas que antes parecían lejanas. Premios, escenarios y colaboraciones de renombre nutren una hoja de vida que en varias ocasiones se ha visto manchada por diferentes polémicas, pero que no le han quitado contundencia y números a sus canciones. 

El segundo, nacido en 1990, en Madrid, es un fenómeno que va sin frenos del que ya hemos hablado bastante. Pero aquí lo importante es entender como dos figuras que podrían ser cercanas, marcaron sus kilómetros de distancia en el Estéreo Picnic. El uno dejó claro su poderío con la opulencia como protagonista: pirotecnia y pantallas gigantes deslumbrantes, adornos que poco a poco se fueron volviendo chicos ante una presentación lánguida, repetitiva y sin carisma. Así fue la presentación de J Balvin, y si bien el baile y el ímpetu de la fiesta no faltaron, la sorpresa y la admiración sí.  No hubo ese destello de fascinación, que fue lo que precisamente atravesó al público que se conmovió con C. Tangana. Un concierto que lleva a preguntarse por la vida útil de un proyecto que se ha constituido como un producto, ensamblado con toda la maquinaria de la industria: ¿estamos viviendo la decadencia de un ídolo? 

Puede que se trate de un relevo generacional o quizá solo es el poder de alguien que entendió que no se puede hacer música del futuro, sin volver a las raíces.