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La historia que terminó en la puñalada a Salman Rushdie

Junto al libro ‘los versos satánicos’ se ha escrito una historia que ha puesto en jaque la vida del escritor indio varias veces.
Jueves, 18 Agosto, 2022 - 11:47

Por: Juan Pablo Conto

Con el ataque al escritor Salman Rushdie, el libro Los versos satánicos (1988) volvió a ocupar la atención del mundo. Junto a sus más de 500 páginas se ha escrito una historia paralela que terminó en el atentado con cuchillo a su autor, cuando iba a dar una conferencia en el condado de Chautauqua, una localidad al oeste del Estado de Nueva York. 

Cuando publicó el mencionado libro, Rushdie fue perseguido durante más de diez años, estuvo bajo protección policial, escondido, con otro nombre y se movió de domicilio casi 60 veces. Fue víctima de una docena de intentos de asesinato. Y si bien parecía que se trataba de un pasado que había quedado atrás, este siempre dio señales de seguir latiendo en el presente. 

Rushdie nació en la India el 19 de junio de 1947, cuando Mumbai aún se llamaba Bombay. Unas ocho semanas después de llegar a este mundo, el 15 de agosto, el país asiático alcanzaba su ansiada soberanía tras casi 90 años del Raj británico en el poder, como se llamó el régimen de gobierno colonial de la Corona británica. El padre de Rushdie hizo incontables veces el chiste de que su hijo había sacado despavoridos a los ingleses. 

Proveniente de una familia musulmana liberal, el escritor recuerda una infancia feliz, en la cual convivió con amigos de diferentes religiones y nacionalidades sin que esto fuera un tema a tratar. Era lo normal. Cuando se acababa el día, su padre le leía cuentos indios y Las mil y una noches, suavizando las escenas de sexo. Esto solo desembocó en la fascinación del aún niño Salman por leer el original. Y así, desde muy temprana edad soñó con ser escritor. 

Su primera historia la escribió luego de ver el Mago de Oz. La tituló Sobre el arcoiris y en ella narraba una aventura por Bombay en la que se iba encontrando personajes mágicos. Su padre pidió a su secretaria que la pasara a la máquina de escribir para guardarla y evitar que su hijo la perdiera. Fue él quien la terminó extraviando. 

A sus poco más de doce años viajó a Londres para continuar su educación, un ofrecimiento que su padre consideraba vital para su futuro, pero que su madre rechazaba. Al final, fue él quien decidió partir, llegando a una tierra donde cambiaría el críquet y el hockey sobre césped, muy populares en Bombay, por el fútbol y el que se convertiría en el club de sus amores, el Tottenham.

En Inglaterra no solo tuvo que soportar el invierno, sino que fue la primera vez que se sintió como el otro, el que no era como la gente que vivía ahí. Creció entre el racismo de sus compañeros que lo atacaban por su origen y su acento. En el Reino Unido, hacia finales de los 60 y principios de los 70, se vivía una fuerte tensión racial. 

Su comienzo como escritor no fue afortunado. Sus primeros dos manuscritos no fueron publicados y no encontraba el lugar desde donde quería escribir. Cuando lanzó Grimus (1975), una novela de fantasía y ciencia ficción, el fracaso fue rotundo. Surgió ahí el deseo de regresar a su tierra, agarró los pocos ahorros que tenía y se sumergió en un intenso viaje por su país natal. Fueron casi seis meses de encontrarse o reencontrarse con el sentir de su pluma como escritor. 

Tras su regreso a Inglaterra escribió Los hijos de la medianoche (1981), un libro que habla sobre la generación de la independencia, la primera que no nació bajo el yugo colonial, y que consideraba su última apuesta como escritor. Si las cosas no salían, se dedicaría a algo más. La pieza fue un completo éxito, siendo traducida a más de 50 idiomas y vendiendo millones de copias, ganó tanto el Booker Prize como el James Tait Black Memorial Prize. 

Luego vino el que considera su texto más ambicioso y el que cambiaría, de otra manera, el resto de su vida. Duró cinco años escribiendo Los versos satánicos, cuando en occidente aún no se sospechaba del fundamentalismo islámico y del fanatismo integrista de una parte del islam. 

La novela narra la historia de Gibreel Farishta y Saladin Chamcha, dos actores de origen indio que viajan en un avión que sufre un atentado terrorista. Ambos caen cerca de las costas inglesas, pero mientras que Farishta lo hace con una aureola angelical, a Chamcha le salen unas protuberancias en la frente, siendo respectivamente el arcángel Gabriel y Shaitan, nombre árabe dado a uno o más genios malignos del Islam.

Paralelo a esta narrativa, que es la principal, se intercalan visiones soñadas por Gibreel Farishta. Y es aquí donde está el epicentro del problema que suscitó el libro. La primera es una historia revisionista sobre la fundación del islam, a lo largo de su narrativa pone sobre la mesa varias críticas a los principios del mismo. Se pueden mencionar aquí dos pasajes que resultaron muy controversiales por cómo los construye. En uno, un grupo de fieles musulmanes están peregrinando desde la India hasta La Meca. Gabriel debía partir las aguas para que los devotos de Alá continuarán su camino, cosa que no sucede y todos mueren ahogados. 

En el otro, un personaje llamado Mahound (que se basa en Mahoma) intenta fundar una religión monoteísta en medio de un pueblo politeísta o Jahilia, palabra que se refiere al tiempo y la sociedad anterior al surgimiento del profeta Mahoma y del Islam en la Arabia del siglo VII. Mahound tiene una visión en la cual se le permite la adoración hacia tres diosas, pero, tras discutir con el Arcángel Gabriel, se da cuenta que esta fue enviada por el diablo y se retracta. En medio de esta historia, las prostitutas de un burdel toman los nombres de las esposas de Mahound y cuando él muere su visión final es que es una de las tres diosas. 

Luego de publicarse el libro empezaron varios reclamos y protestas de la comunidad musulmana. Irán no lo prohibió de inmediato, pues solo tomaron medidas varios meses después, cuando el texto derivó en revueltas en Pakistán. Y es ahí cuando Ruhollah Musavi Jomeiní, un ayatolá iraní, líder político-espiritual de la Revolución islámica de 1979, decretó la fetua, un pronunciamiento legal en el Islam, con el que condenó a Rushdie a muerte. El gobierno pagaría 25 mil dólares por su cabeza si el verdugo era irani y 7.500 si era un musulmán de otra nacionalidad. 

Rushdie se enteró al contestar una llamada, en la cual una periodista le preguntó sobre su sentir al estar sentenciado a muerte por el ayatolá Musavi Jomeiní. Él respondió confuso “no precisamente muy bien”, colgó y corrió a asegurar sus puertas y ventanas en un acto desesperado. Luego se sentó y pensó para sí: “soy hombre muerto, mis días están contados”. 

En occidente nadie entendía bien la magnitud de lo que acababa de suceder, pues consideraban que el ayatolá Jomeiní hacía lo mismo con el presidente de EEUU cada ocho días. Pero Rushdie sabía que la cosa iba en serio.  

Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido en la época, quien tampoco quería mucho al escritor por sus constantes críticas al gobierno, le brindó la protección que necesitaría para sobrevivir durante diez años en la clandestinidad. El ayatolá Musavi Jomeini murió el 3 de junio de 1989, pero nunca levantó la fetua e incluso su sucesor Alí Hoseiní Jamenei fue explícito en decir que se mantenía vigente.

Sucedieron diferentes reacciones. Como contó CNN, hubo una carta en 1989 publicada en The New York Review of Books firmada por académicos árabes y musulmanes donde se denunció la campaña contra Rushdie. "Esta campaña se hace en nombre del Islam, aunque nada de eso le da ningún crédito al Islam", decía su mensaje firmado por cinco intelectuales, entre los que estaba el poeta indio Aga Shahid Ali y el orientalista palestino-estadounidense Edward Said.

Mientras Los versos satánicos ardían en varias calles del mundo, la librería Barnes & Noble, la más grande en Estados Unidos, decidió quitarlo de sus estanterías. Como respuesta, Stephen King, personaje emblemático de las novelas de terror, alertó que de no regresarlos, él se negaría a que vendieran los suyos. Al otro día el libro estaba de regreso. 

Hubo también reacciones como la de Abdullah bin Muhammad al-Ahdal, nativo de Arabia Saudita y gran imán de Bélgica que, si bien criticó públicamente al escritor rechazó la fetua. El 29 de marzo de 1989 un hombre le disparó y lo asesinó  junto con el bibliotecario musulmán tunecino Salem el-Beher. Sobre este caso también dicen que ya había amenazas a Muhammad al-Ahdal porque en sus sermones hablaba de la coexistencia de diferentes religiones con el islam. 

Otros intelectuales como el novelista John le Carré se pronunciaron en contra de Rushide. Para él nadie tenía el poder divino de insultar una religión mundial y ser publicado con impunidad. También el escritor Roald Dahl sentenció que ese tipo de sensacionalismo simplemente catapultaba un libro insignificante a las superventas, por lo que consideraba al escritor indio un oportunista peligroso. El ex presidente de EEUU Jimmy Carter, que había tenido una relación complicada con Irán en su mandato, señaló que el texto era un insulto a los sagrados sentimientos de los amigos musulmanes. Y el cantante de Cat Stevens, nacido como Steven Demetre Georgiou pero rebautizado como Yusuf Isla tras su conversión al islam, condenó los escritos y justificó el mandato de muerte.

En diciembre de 1991 pocos querían estar cerca a Rushdie. Para asistir a la Universidad de Columbia en Nueva York, la aerolínea British Airways se negó a subirlo en uno de sus aviones, por lo que tuvo que viajar en uno de la Royal Air Force y hospedarse en un hotel con ventanas antibalas. En Francia le negaron la entrada tres veces, hasta que en 1993 aterrizó para juntarse con varios intelectuales y lanzar una campaña en contra de la fetua.   

Mientras tanto, Hitoshi Igarashi, un profesor japonés de árabe y de Historia y Literatura persas, traductor de Los versos satánicos, sería asesinado en la puerta de su oficina en 1991. Y en 1993 un hotel en Turquía, donde se encontraba otro de los traductores del libro, fue incendiado, causando la muerte de 37 personas. 

Ya en 1994 cien intelectuales árabes y musulmanes apoyaron públicamente al escritor e incluso extractos salieron publicados en la prensa egipcia. En 1998, el gobierno iraní del presidente Mohammad Khatami, buscando mejorar su relación diplomática con Inglaterra, se distanció públicamente de la fetua. Un llamado que igual varios manifestaron ignorar con un tecnicismo, pues como fue el difunto Ruhollah Jomeiní quien sentenció la fetua, solo él la podía levantar. 

Aún así las amenazas fueron cesando y Rushdie retomó su vida, dejando los mecanismos de seguridad para sentirse libre otra vez. Pero fue en el marco de esa ambigüedad que en el 2006, Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah, lamentó que la fetua contra el autor no se hubiera llevado a cabo. En 2019, Ali Khamenei, líder supremo de Irán, sentenció que el fallo contra Rushdie era irrevocable por medio de Twitter. Y a cuatro meses del ataque un medio de comunicación iraní, Iran Online, publicó un artículo elogiando la fetua.

Rushdie sufrió heridas en el hígado, un brazo y un ojo, que podría perder, pero su estado de salud está mejorando y ya no necesita respiración asistida. El sospechoso del ataque, Hadi Matar, un joven de 24 años de Nueva Jersey, fue entrevistado por el New York Post, medio al que dijo que solo había leído un par de páginas de Los versos satánicos, pero que definitivamente Rushdie no le agradaba como persona al haber atacado el sistema de creencias del islam. Ninguna organización ha reivindicado el ataque hasta el momento. 

En días pasados, la policía escocesa empezó a investigar una amenaza hecha a través de Twitter a la autora de Harry Potter, J.K Rowling, que tras rechazar el ataque recibió un mensaje que decía “No te preocupes. Tú eres la siguiente”. Mientras que escritores como Paul Auster y Gay Talese leerán en público el próximo viernes en Nueva York extractos de la obra de Rushdie. 

En el pasado, el escritor había lamentado las consecuencias del libro, pero decía sentirse orgulloso de la calidad del mismo. Y mientras condenaba la islamofobia creciente en EEUU, señalaba que anhelaba que el libro se leyera como eso, como un libro.