Bogotá: músicos callejeros nos cuentan sus historias
En nuestro contexto bandas como la Mojarra Eléctrica y artistas como el Flak-o de Laberinto Elc comenzaron sus carreras musicales interpretando sus canciones en la calle y en buses, respectivamente, no todos los que deciden hacerlo lo hacen únicamente por dinero, algunos lo ven como una estrategia para dar a conocer sus proyectos al público, y de esa actividad surgen también otro tipo de contactos, invitaciones y trabajos, no solo como músicos, incluso como profesores, dando clases a quienes se animan a aprender a tocar algún instrumento.
En Bogotá hay típicos lugares para la música callejera, la séptima es un lugar clásico para este tipo de actividades, vemos allí día tras día a múltiples personajes interpretando sus instrumentos, incluso cada vez es más común que muchos que nunca antes hicieron alguna actividad relacionada se lancen a cantar acompañados de pistas amplificadas en grandes parlantes.
La calle incluye también escenarios como las busetas, las estaciones del servicio de transporte masivo y los vehículos de los que éste dispone, en Bogotá es más común hoy por hoy encontrar músicos en algunas rutas de Transmilenio que en la misma séptima, muchos de ellos optan por agruparse y formar dúos y/o máximo tríos, pues es reducido el espacio en los buses, mientras que los grandes formatos, como bandas y orquestas optan por la comodidad y a veces por la diversión de tocar al aire libre, habitando las calles de la ciudad y acompañando a quienes las transitan y se detienen una que otra vez a escuchar con atención y hasta comprar sus discos.
Buscando música por la ciudad hemos encontrado algunos personajes que han decidido contarnos sus historias, los motivos que los han llevado a interpretar sus instrumentos en las calles y la experiencia que todo ello representa. Los invitamos a hacer un recorrido musical por la Capital con todos aquellos que con talento procuran hacer de los días de los habitantes de Bogotá, momentos más agradables y llevaderos.
Alexander Triana
(23 años)
“Tocar en Transmilenio es una herramienta alterna que uso cuando no tengo contratos en la ciudad, toco en el transporte público hace unos cuatro años pero tengo una banda llamada Leo Le Gris con la que me presento en distintos lugares y con la que intentamos rescatar la literatura dentro de la música en un momento donde la música tiene letras vacías y efímeras.”
Leo Le Gris está integrada por Mónica Alvarado en la voz, Andrés Morales en la guitarra, Jim Puello en el bajo y Alexander en la batería. Al momento cuentan con unas grabaciones en vivo colgadas en YouTube y se encuentran terminando la grabación de su primer EP que se llamará ‘Aquesta es la pipa’, “porque de hecho el nombre de la banda es en honor al poeta León de Greiff, Leo Le Gris es un seudónimo que él usaba para firmar algunos de sus poemas y nosotros en busca de ese aspecto literario en la música rescatamos su nombre, y uno de los poemas del poeta paisa se titula como el nombre que llevará nuestro EP”.
Alexander tiene una relación con la música desde que tiene memoria, empezó tocando batería cuando tenía 8 años y durante la recuperación de una operación de apéndice aprendió a tocar guitarra, y en la iglesia a la que pertenecía se lanzó a tocar el piano; también el bajo hace parte de sus instrumentos favoritos.
En cuanto a sus intervenciones artísticas en Transmilenio procura dejar claro que lo que él hace no tiene nada que ver con la mendicidad: “el arte no tiene que ser comparado con la mendicidad porque entre esas dos cosas no hay nada que ver”, así que en medio de las dos canciones que interpreta durante algunas rutas buscar crear algunos estados de confrontación entre quienes lo escuchan y quienes deciden ignorarlo.
Respecto a los aspectos más complejos de tocar en Transmilenio destaca que la incomodidad de quienes se dedican a la actividad es la presencia de inmigrantes: “sabemos que todos necesitamos y buscamos cómo suplir nuestras necesidades, pero suele ser un poco molesto la forma en cómo ellos llegan, porque por lo general no son personas educadas, hay que decirlo, no saludan e irrumpen para hacer lo suyo y generan inconvenientes.” En cuanto al público recuerda no haber tenido ningún tipo de problemas, resalta que se nota que la gente busca algo más en las mañanas y cree que la música puede darnos eso que buscamos nos saque de la rutina.
“Vivo totalmente de la música, es un sueño difícil para muchas personas y no puedo decir que es fácil porque uno sufre bastante en este camino, pero sabes que si pesa tanto esta carrera es porque en realidad vale la pena”
José Manuel Aquino de Mache Mache
(31 años)
Mache Mache lleva una año como banda, hay en este combo músicos extranjeros y colombianos, músicos de profesión que se unieron en Bogotá y tocan con frecuencia en el centro de la ciudad sobre la carrera séptima, en la peatonal, además de presentarse en numerosos recintos.
En sus shows, venden un CD grabado en vivo en uno de sus toques en Quiebracanto (un lugar clásico para la salsa en Bogotá), Mache Mache Live tiene covers de Cheo Feliciano, Héctor Lavoe, y hasta de La 33, detalle que también nos hace recordar los orígenes de la orquesta de los hermanos Mejía tocando sin haber grabado aún su primer disco en el mismo bar del centro de la capital.
“En planes está el grabar algo propio, porque hay otra visión, una proyección, igualmente todo eso implica más tiempo, dinero y un montón de cosas. Y aunque todos vivimos de la música y varios estamos vinculados a otros proyectos, aún hay cosas por hacer antes de grabar”
Jose Aquino (caminante) tiene 31 años, es de República Dominicana pero viene de Estados Unidos, lleva mas de dos años viajando y tocando, es trompetista, y aunque confiesa que desde los inicios ha sido difícil, mantiene el entusiasmo de hacer las cosas bien, de seguir estudiando.
“Estaba viajando y un amigo músico que también es de República Dominicana pero que vive aquí en Colombia, me dijo que viniera para ver lo que se estaba haciendo con el arte y con la música acá. Yo igual venía bajando de Estados Unidos viendo otros músicos y otras escenas en la calle, en otros países viviendo lo mismo. En algunos se puede y en otros no, llegué acá y me parece que hay un fomento a la cultura, al turismo y al arte, igual los músicos en las calles somos una especie de atracción, tanto para los que viven aquí como los que vienen de afuera, veo las cosas bien acá pero también hacen falta muchas otras, las autoridades deben darle más valor al arte, la gente llama y la policía nos saca, tenemos que movernos de lugar constantemente y para los artistas es muy incómodo, hemos estudiado en conservatorio, hemos pasado por la universidad, y hacemos música en las calles porque nos gusta, tocamos en bares y restaurantes, pero hacemos esto para que los proyectos se den a conocer y para disfrutar llevando lo que sabemos a la gente, para que nos vean y disfruten.”
Gabriel Cárdenas
(31 años)
“Mi primer acercamiento con la música fue con mis abuelos, mi abuelo Luis Cárdenas fue uno de los que nos incentivó a hacer música, primero lo hizo con mi papá tocando el requinto. Nosotros somos de Ubalá, un municipio de Cundinamarca, y la interpretación de ellos era música como vallenatos, música de la tierra de ellos, y ahí venía lo que era Pastor López, Julio Jaramillo y todo eso que nos sirvió de influencias y nos empujó a aprender a tocar guitarra.”
Gabriel tiene con la música una historia de ires y venires, habla en plural porque toda esa historia que relata la compartió con su hermano, quien dejó la música para dedicarse a otras actividades, tal como le ha pasado a él en distintas etapas de su vida, su papá después de comprarle una guitarra y pagarle clases con un músico de la Pedagógica para que les enseñara a tocar música colombiana y folclore, siguió insistiendo en que tenía que estudiar una ingeniería, por lo que él terminó dejando la música y optó por profesionalizarse como ingeniero electrónico, carrera que no terminó porque luego se pasó a matemáticas y luego a Ingieneria de sistemas, todo para volver a la música. Luego hizo cinco semestres de Ingeniería de sonido en la Universidad del Bosque, pero fue ahí cuando nació su hijo y no hubo de otra que sostenerse por sí mismo lejos de la música, dejó de tocar ocho años mientras trabajaba en cocina, actividad que dejó hace 4 meses porque un primo suyo lo invitó a tocar canciones en los buses.
“Me dijo: me estoy haciendo entre 50mil y 70mil diarios, usted verá se se anota... Así fue como empezamos, los primero días me daba mucha pena hablar en público, empezar a tocar, andar con un bafle y una guitarra a las espaldas. Pero mi primo me decía que debía dejar la pena, que debía empezar a hablar, que debía soltarme yo solo, pero hasta el momento he hecho escasamente dos turnos solo, siempre lo hago en compañía de mi primo.”
Lo de tocar en Transmilenio es toda una experiencia, muy seguramente todos los que ejercen la actividad sobre rutas han sentido ese temor inicial, pero terminan por disfrutarlo a pesar de lo rutinario que pueda resultar, practican todos los días y se dan a conocer a un público que incluso los contrata para tocar en fiestas y dar serenatas.
Gabriel ha optado una vez más por darle un lugar privilegiado a la música en su vida, lleva poco tocando en espacios públicos a cambio del valor monetario que la gente quiera darle a lo que hace, pero compone sus propios temas, tiene al momento 8 canciones que van por otro estilo, por el pop, según cuenta, algo distinto a lo que hace en Transmilenio intentando rescatar composiciones de música tradicional colombiana.
“Siempre me he querido profesionalizar en la música, quiero aprender a cantar porque si bien uno sale con el oído afinado la idea es educar la voz, espero lanzar un dia de estos mis proyectos personales, pero siendo más profesional. Estoy decidido a dedicarme de lleno a esto, por mi hijo, y por desarrollar mi personalidad en cuanto a lo musical”.
(Gabriel a la derecha)
Ángel Cárdenas
(25 años)
Ángel es el primo que incitó a Gabriel a regresar de nuevo a la música, y quien lo ha acompañado en todo el proceso de salir a tocar en Transmilenio, pero a diferencia de Gabriel, Ángel no tiene ningún temor al público debido a su paso por la Academia Luis A. Calvo, donde según cuenta, los exámenes siempre son con público, en conciertos.
Después de pasar por la Luis A. Clavo, Ángel estudió música en la Distrital con énfasis en guitarra clásica, y fue allí donde empezó a sacar música Andina, recuerda a Gentil Montaña y el haber sacado la Suite Nº2 y varias obras clásicas de la música tradicional colombiana.
Fue con todos esos conocimientos y por su amor a la guitarra que Ángel optó por trabajar tocando en Transmilenio cuando el nacimiento de su hija se lo exigió, postergando sus estudios pero con el objetivo de retomar cuando el tiempo y las dinámicas laborales y familiares se lo permitan.
“La música tradicional colombiana andina ahora se ve en salones, de hecho ya no es el campesino que canta en su finca con sus amigos, sino que ahora de hecho la técnica para cantar es más bostezada, tirando a lo lírico, se volvió música de salón, por lo que llevarla a la calle para mí era complicado, tenía claro que ya no la escuchaba mucha gente y que la apreciación es distinta, se requiere silencio, y lo que yo hago es guitarra solista, acompañarme y tocar la melodía al tiempo, entonces para que se aprecie cada nota y expresión se necesita silencio, pero en la calle hay mucho ruído y ese fue mi primer temor.”
Lo que hizo Ángel fue comprarse una corneta bien grande porque sí o sí iba a conseguir que lo escucharan, fue así como comenzó y todo salió bien, luego invitó a su primo y juntos montaron otros sets de música tradicional colombiana y vals ecuatorianos (Julio Jaramillo), y hoy en día trabajan juntos, en Transmilenio o dando serenatas como dúo.
“Respecto a la reacción del público Ángel recuerda: “con la música que yo tocaba solo era más complicado, porque realmente hay poca gente que aprecia la música instrumental, y es menor la cantidad que aprecia la música instrumental tradicional colombiana, entonces fue un proceso complicado, empecé a tocar música clásica y no causaba tanta impresión porque la gente no aprecia la dificultad de las piezas, a la gente le gusta cosas más populares, así que empecé a sacar cosas más conocidas, Beethoven y Bach, cosas que la gente no reconoce pero que identifica porque las han escuchado en algún momento de la vida. Aquí toca tocar lo que la gente se sabe. Por eso el estallido con mi primo fue mayor porque a Julio Jaramillo lo conoce toda Colombia, así que ha gustado más”
Ángel además de tocar todas sus mañanas en Transmilenio, da clases de guitarra en las tardes, y entre eso y las serenatas y las contrataciones particulares que también salen de tocar en las rutas y sus responsabilidades como padre de familia, busca los espacios para seguir estudiando, ahora mismo anda explorando con una banda de gipsy jazz con la que espera formar un proyecto serio e innovar con nuevos formatos y propuestas.
Cristian Acosta
(19 años)
Cristián anda con un saxo bajo el brazo en la Ruta de Transmilenio que atraviesa la 26 desde la carrera séptima hasta el Aeropuerto, pasando por el portal El Dorado. Es uno de los músicos más jóvenes de ese combo que ha optado por compartir la misma ruta, de ahí la mayoría de ellos obtiene el sustento para su día a día, algunos incluso para el de sus familias.
Muchos de ellos, los que interpretan sus instrumentos, coinciden en ese amor a la música desde que tienen memoria, Cristian lo asocia con la relación que su padre, a quien no conoció, tenía con la música, pues según le cuenta su madre, su papá era músico, y él cree haber heredado esa pasión.
“Desde los 8 o 9 años intentaba tocar la guitarra, ese instrumento fue el primer contacto que tuve con la música, pero al saxofón llegué tras ingresar al Centro Orquestal de Puente Aranda, donde uno ingresa a aprender música pero sin instrumento, allá no hay guitarra ni piano, te enseñan los principios de la música, y cuando fui a presentar mi audición estuve en la de saxo con 4 personas y yo fui el único que pasó, entonces ahí empecé con el saxofón hasta que obtuve el mío.”
Eso ocurrió hace unos 3 años, el instrumento que Cristián tocaba por esa época era presentado, pero mientras él estaba con carácter gratuito en ese proyecto de formación musical de la Alcaldía Local en convenio con la Fundación Nacional Batuta, el proceso se detuvo, según cuenta Cristián, y su formación quedó incompleta, pero pudo comprar su propio instrumento, con el que hoy trabaja a diario, y con el que hoy ve su futuro como músico mucho más concreto y real.
“Me di cuenta que hacer música es lo que quiero hacer por el resto de mi vida cuando comprobé que podía hacer dinero con el saxo. La primera vez que lo intenté me puse en frente de un supermercado y al cabo de un rato ya tenía algo de dinero, me di cuenta que sí era posible, que con el saxo podía. Así que empecé a practicar mucho más y luego me monté a Transmi y siento que he crecido, salí en televisión, salí en el periódico, he hecho eventos, doy clases, toco en un bar, y todo me ha salido a partir de tocar en la ruta”.
En Transmilenio Cristián lleva tocando por cerca de dos años, y menciona algunas de las contrataciones que le han surgido a partir de tocar en la calle, la gente ya lo reconoce y siempre ha tenido una buena respuesta, pero recuerda su primera vez en Transmilenio, sin saxo, con una guitarra, una experiencia mas bien desagradable: “fue horrible, me fue pésimo cantando, mi voz es demasiado leve, no me escuchaba, yo no sabía qué hacer, fue mi primera vez y solo lo hice un día, pero no me gustó, con el saxo me fue muchísimo mejor”.
Cristián comenzó en Transmilenio improvisando, luego recurrió al uso de pistas de canciones conocidas como Gitana (Willie Colon) sacando las versiones en saxo para tocarlas con algunos segmentos de improvisación: “Me gusta cómo suenan y a la gente le gusta, pero me aburro fácilmente de las canciones de tanto tocarlas y escucharlas, así que saco más. He tocado cualquier cantidad de temas, la mayoría de las veces voy mostrando los temas que me voy aprendiendo, y así que cuando te solicitan para un evento ya tienes un repertorio grande de distintos géneros”.
Wilson Sandoval Rodríguez
Wilson antes de ser “músico artesanal” en las calles de Bogotá fue embellecedor de calzado en la Plaza de Bolívar, donde estuvo haciendo el mismo oficio durante 37 años, sumado a otros 10 en el Parque Santander. 47 años en total como embolador de zapatos,hoy lleva aproximadamente 4 meses tocando sus instrumentos en el túnel de la Estación Las Aguas, en Transmilenio.
Wilson asegura con una mirada penetrante y directa que desde el vientre de su madre soñaba con ser lo que es ahora. Disfruta tocar sus instrumentos, tiene una flauta travesera fabricada por él mismo a base de bambuco hace unos 40 años. También interpreta algunos villancicos con una flauta artesanal -también hecha por él mismo- a la que califica de “muy bonita y muy sonora”. Otro de sus instrumentos, él más llamativo de todos, es una armónica intervenida con un tubo PVC que sirve como extensión del instrumento de viento y que a su vez una como raspa.
“Yo siempre soñé con ser músico y siendo embellecedor de calzado lo logré, a través de las dos actividades me hice un individuo útil a la sociedad, y sin cometer errores que me avergüencen. Nadie me puede robar lo bailado ya, nadie me puede quitar lo que ya he avanzado en mi vida”.
Wilson es un personaje curioso, habla con certeza y claridad. Se considera a sí mismo loco y aunque no tiene composiciones musicales propias y lo suyo a nivel musical es precario y poco llamativo, es poeta, y con la palabra sí que tiene un don, asegura haber sido publicado y recita de memoria y sin titubear textos que dice haber escrito: “Tengo cita con la muerte, esto les quiero contar, no podemosla esquivar aunque nos sobre la suerte, en el lugar indicado puntual estaré presente , la calavera sonriente despedirá este finado, que nadie vaya a llorar cuando deje de existir y se me acabe ya el mundo. Amigo, pueden cantar si es que quieren divertir a este humilde vagabundo, así quedó la cita con la muerte, tengo 73 años bien vividos y bien bebidos, y me gusta la bohemia y soy amante de las cosas buenas”
Cuando le preguntan que si vive de la música responde de inmediato que no, “no se puede sobrevivir de la música”, en el túnel y en las calles recibe monedas por interpretar sus instrumentos, tiene sus ahorros y sobrevive, pero insiste en aquello de ser músico artesanal porque “No hay nada más emocionante que ver la calle deambular por el lado de uno, mirar a las personas que van de sur a norte, de oriente a occidente y que se queden mirando al músico, que se alimentan de nosotros y nosotros de ellos. Porque nosotros pertenecemos al paisaje de la ciudad, yo soy un personaje perteneciente al paisaje de la ciudad, así suene atrevido, es la realidad.”
Diego Alejandro Santofimio Romero
(25 años)
Diego también comparte en Transmilenio la que él mismo denomina como “La ruta de los músicos”. Su relación con la música tiene una historia de 12 años, recuerda haberse vinculado a un programa de guitarra que abrieron en su colegio, allí le enseñaron lo básico (algunos acordes y afinación), así que todo lo que sabe hoy lo aprendió de forma autodidacta. Su instrumento principal es el bajo eléctrico, pero para trabajar toca la guitarra y canta.
“Descubrí que con la música me puedo ganar la vida cuando me salió un viaje a Ecuador tocando, haciendo música, estuve allá 5 meses con mis amigos y fue muy chévere. Además del camello en el transporte urbano tenemos una banda de rock llamada Newbrains, en Cuenca, Ecuador, grabamos un demo y el tema ‘El Delfin’ está colgado en YouTube.”
Además de ese proyecto y su trabajo diario, Diego tiene otro proyecto de Power metal, pero en su día a día interpreta canciones con las que la gente del común se pueda identificar y pueda cantar. Al principio le costó un poco pero pronto comprendió y se adaptó a las formas de la gente. Intentó previo a salir a las calles con su guitarra trabajar en otro tipo de actividades, pero cuando sintió que no le quedaba tiempo para sí mismo y que su lugar de trabajo lo agobiaba salió con sus amigos al transporte público y encontró una opción rentable para laborar día a día.
“Hay que abordarlo como un trabajo, toca madrugar y ser riguroso y cuidadoso con las rutas, hay unas que sirven y otras que no. Hay que estar atento a que no lo hayan trabajado, porque de ser así toca buscar otras opciones, hay que estar en constante movimiento. La migración y presencia de venezolanos que también han encontrado en esta una opción viable para trabajar nos ha afectado. Hay músicos venezolanos que son muy buenos, también están quienes se suben a retacar, otros utilizan a niños y se los turnan, todas esas cosas uno las ve y hacen cosas cuestionables, sabemos que están pasando por una situación compleja y hay que entender eso, pero claramente nos afecta”.
En cuanto a la reacción y recepción de los usuarios de Transmilenio por sus interpretaciones, Diego resalta el respeto y cordialidad de los colombianos, “la gente siempre es muy receptora de este tipo de trabajo. Hay gente incluso que nos pide el número, muchos hemos sacado tarjetas porque nos ofrecen trabajo, serenatas y presentaciones en eventos. Nos cotizan, nos escriben por Whatsapp y suelen salir algunos trabajos alternos”.
Diego suele analizar el público antes de comenzar a tocar en cada ruta, suele interpretar canciones de Andrés Cepeda y hasta de Sebastián Yatra, “Uno siempre tiene que analizar el público, así tenga pinta de metalero no me puedo subir a tocar Master of Puppets porque la gente no va a reaccionar, hay que tener eso en cuenta ala hora de preparar un repertorio.”
Los propósitos de Diego son seguir profesionalizando con el bajo eléctrico, es consciente de lo valioso de su tiempo, así que ya no se ve haciendo una cosa diferente a lo que lo apasiona, la música.
(Diego Alejandro Santofimio Romero a la izquierda y Jamez Pérez a la derecha)
James Pérez Torres
(22 años)
James es de Cartagena, allí se enamoró de la guitarra cuando tenía 16 años y desde ahí no ha dejado de tocarla. Llegó a Bogotá hace unos 10 meses, le gusta la música alternativa y fue esa una de sus razones para radicarse en la Capital.
“La ciudad de Cartagena tiene una cultura que en cuanto a lo musical es más de champeta, reggaetón, dancehall, música muy movida. Allá tenía unos compañeros con un estudio de grabación casero, hacían buena música, con ellos hacíamos presentaciones en discotecas, cumpleaños y numerosos eventos. Nos contactaban a través de la página del proyecto en Internet y con ellos estuve aproximadamente 3 años, pero yo solo les tocaba la guitarra eléctrica, era solo músico de sesión, el proyecto era de ellos”.
A Bogotá llegó por primera vez a radicarse, lo recibió un amigo y comenzó a tocar sobre la séptima y en la plaza de Bolívar, pero el clima, inconstante, lo empujó a buscar en Transmilenio una nueva opción para tocar y cantar.
“La gente acá es muy receptiva con la música, también con la música que a mí me gusta, así que he seguido tocando y las canciones dependen del tipo de público al que me enfrente, a ves toco Manuel Medrano, baladas. Otras veces improviso flamenco, que es una de las cosas que suelo hacer, también blues. También se deben incluir clásicos populares tipo Marco Antonio Solís, canciones muy sonadas”.
James encontró con los músicos que trabajan en Transmilenio un buen parche, incluso allí se unió a algunos de ellos y tocan a veces en trío y otras en dúo. Según cuentan es una buena fórmula porque pueden preparar sets más elaborados, acompañarse y arriesgarse a hacer algo que vaya más allá: “La gente aprecia más el trabajo elaborado, la gente colabora más si las cosas se hacen bien, así que es rentable salir en conjunto.”