Foto: Cortesía de Editorial Quimbombó

“Pa’ lante Pa’ trá”, el libro que recorre los pasos de Curupira

Hablamos con Luis Daniel Vega, el editor que reunió y encajó las piezas de esta historia.
Viernes, 13 Noviembre, 2020 - 03:24

Por: Juan Pablo Conto

Curupira abrió un sendero como pocos proyectos musicales lo han hecho en la capital colombiana. A punta de caminar por el país y experimentar con la música de gaitas, el currulao, el bullerengue, y todo tipo de sonidos “raizales”, fue pionera en eso que dio a llamarse “Nuevas Músicas Colombianas”. Curupira se convirtió así en referente de toda una generación, en el eslabón entre el pasado y el futuro de la belleza sonora que este país se ha encargado de opacar con el ruido de la guerra y en un símbolo de resistencia cultural ante lo abrasiva que puede llegar a ser la industria musical.  

La historia de este grupo llegó este año a dos décadas. Y no es algo menor. Para celebrarlo y recrear lo vivido, como mito fundamental de la música nacional, la Editorial Quimbombó, bajo el timón del periodista Luis Daniel Vega, decidió publicar el libro “Pa’ lante Pa’ trá”.

Vega encajó como piezas de rompecabezas una serie de textos, algunos ya escritos, otros nuevos, en un libro  en el que participaron periodistas y no periodistas, músicos y no músicos.  

No es un análisis musicológico de la banda. Es un recorrido que arranca evocando a Tocata y Fuga, “el lugar donde se comenzó a tejer esta y otras historias de las músicas bogotanas, centrunas y chapinerunas, de los últimos 20 años”, como explica Luis Daniel.

Después viene un apartado en el que aparecen perfiles de cada uno de los miembros de la banda. Luego son las voces de los mismos 'curupiros' contando su vida musical y su revolcón con el grupo. Y enseguida aparecen las voces de músicas y músicos que vieron a Curupira en sus inicios y les sacudió la cabeza. El libro llega a su último tramo, primero con un aparte dedicado a la discografía y finalmente a la memoria del seminario de Nuevas Músicas Colombianas y el Festival Contrapunto

En Radiónica nos sentamos a hablar con Luis Daniel Vega sobre este libro, la importancia de la banda, de los mitos y la resistencia en un presente que parece enfilar a todo el mundo para el mismo lado. 


¿Por qué hacer un libro sobre Curupira? 

El motivo de hacer el libro es sencillo: celebrar 20 años de trayectoria artística. Y mediante el festejo se cuenta la historia de una banda que en dos décadas no ha dado el brazo a torcer ni se ha replegado a las lógicas macabras de la industria ni se ha mimetizado en la fantasía post-milenial. A través de muchas voces se dibuja la mitología de un grupo que marcó profundamente la manera de acercarse e interpretar las músicas raizales colombianas.

 

No es un libro de musicología, pero ¿es para aficionados a Curupira o funciona también como una entrada para conocerlos? 

Es un libro que funciona tanto para viejos amigos y amigas de la banda, como para incautos que no conocen Curupira. Hay textos que tienen anécdotas muy personales, como claves de amistad. Sí, es una invitación a conocer el cosmos de Curupira y las semillas que han dejado regadas por ahí

 

¿Cómo fue hacer realidad el libro en este particular 2020?

Nada más que hacer este libro en medio del sinsentido del sinsentido, no solo de la absurda situación pandémica sino de la situación de violencia a la que estamos expuestos, es una anécdota.

Son tiempos donde no dan ganas de nada. Pero mire que hacer el libro me hizo caer en cuenta de que también es necesario hacer la memoria de la otra Colombia, la otra cara de la moneda. Estamos condenados a tener que fijar los ojos a nuestra historia infame, sí, hay que tener esa conciencia histórica muy clara, pero esa otra Colombia está dejando de ser contada por el imperativo de nuestra violencia.

 

¿De qué manera siente que este libro se acerca a esa otra Colombia? 

Este tipo de memoria también es un acto de resistencia. Es difícil de responder, pero podría decir que la historia de Curupira apunta a ese lugar, a encontrar esa Colombia olvidada y bella que sobrevive en medio de la mierda y el abandono. Ellas y ellos fueron a buscar esas músicas, no a rescatarlas ni nada de esas pendejadas paternalistas. La música de esa gente es mera candela y eso para mí es resistencia y esa historia de la búsqueda es poderosa. Pille lo que dice Juan Sebastián Monsalve en un aparte del libro: 

"De vuelta al norte, en Bombay, surgieron muchas preguntas: ¿Cómo es que este país tan enredado no sucumbió ante las múltiples invasiones de otros pueblos? ¿Cómo su identidad se pudo camuflar, transformar y seguir siendo particular?  La respuesta no era tan complicada: era otra historia más de los mestizajes –fortuitos o forzados- que sostienen el devenir de varias culturas. La nuestra, la colombiana, está atravesada por esas mismas dinámicas. Teníamos que mirar ‘pa´lante y pa´trá’. 

La India nos cambió la manera de entender el mundo y la música. De allí volvimos con la determinación de estudiar profundamente las músicas raizales colombianas y, también, de interpretarlas desde nuestra dimensión que es muy distinta a la de un campesino, por ejemplo. En esa búsqueda nació Curupira; empezó otro viaje. Solo que esta vez nos dirigimos a los rincones más recónditos de nuestra geografía y nos encontramos con músicas que narraban la historia de una obstinada y polirítmica resistencia cultural".

 

Pero le entiendo, es la misma sensación que sentí cuando me acerqué por primera vez a Curupira

¿Qué sintió? 

 

Era la misma sensación que me da leer a un Molano, pero desde otro camino. Él tampoco iba en busca de salvar a nadie, iba a escuchar.

¡Eso es! Es como si fueran resignados a que nada va a poder cambiar, pero esperanzados en encontrar la belleza del estercolero.

 

Exacto...

Sin ínfulas mesiánicas.

Un rechazo o un escape a ese ego del artista...

Uf, difícil escapar al ego en esa situación, porque es muy fácil salir a posar de salvadores y conjurar la culpa burguesa: "Rescatando las músicas de nuestros maestros".  Acá hay otro rollo, como usted dice, es una búsqueda musical muy conectada con la infame realidad. No han hecho pornomiseria con esa búsqueda y esos viajes.

Otra idea que atraviesa el libro es aquella de la mitología ¿por qué hijueputas vivimos fascinados con la infancia de Charly García, con Sui Generis, y no somos capaces de reconocer las nuestras, las que tenemos al lado, las que tocan los fines de semana en los antros bogotanos? Las únicas mitologías de nuestra música son las de Carlos Vives, Shakira y J. Balvin ¿Y el resto? 

Por eso es importante un libro como “El rap de acá” de Santiago Cembrano. Por eso es importante la recopilación del extrañamente denominado "Tropicalismo Caníbal". Que más y más personas consideren estas manifestaciones musicales como mitologías, chévere salir de esa idea romántica de que las mitologías colombianas pertenecen solo a lo tradicional. ¿Por qué Humberto Monroy de Génesis no es visto como un héroe de nuestro rock? ¿A qué obedece ese desdén? ¿Por qué hasta ahora nos damos cuenta de que poseemos una rica historia discográfica? Tenían que llegar los gringos y los europeos a decirnos que nuestro patrimonio es una putería para aceptarlo. Es como si siempre estuviéramos esperando la aprobación ajena bajo un complejo colonialista. Eso de la mitología fue esencial para trazar el mapa del libro

 

Pero Curupira también apela a ese sonido raizal, ¿no? Es desde ahí donde se hace la creación

¡Claro! A lo que me refiero es que estamos entre la visión romántica de nuestro patrimonio y el desdén. Es una paradoja difícil de entender. Curupira apela a esas músicas raizales para revelar que las visiones osadas sobre esta también hacen parte de las transformaciones naturales de la música. Es que somos bien miopes, tenía que morir Blas Emilio Atehortúa para darnos cuenta que es uno de los compositores más relevantes de Latinoamérica. O mire a Pablo Bernal: lleva media vida tocando en la banda de Carlos Vives. Sin querer se inventó un estilo en la batería, el pop tropical, y nunca nadie le había hecho al menos un perfil, salvo Ricardo Durán en Rolling Stone. De ahí pa’ abajo imagine usté

 

También la perspectiva que da el tiempo sirve para poder entender eso.

Claro, fue importante que pasaran 20 años para que hubiera perspectiva y una historia que contar. Creo yo que, para que esas mitologías se sostengan, también tiene que transcurrir el tiempo. Es paradójico, lo sé.