Foto por: Andrés Torres Colprensa

Patricia Ariza, la ministra de una cultura con memoria

Repasamos la historia de la nueva ministra de cultura, el simbolismo y los retos que significan su llegada a este puesto.
Jueves, 7 Julio, 2022 - 11:51

Por: Juan Pablo Conto

"Cuando el telón caía, al fin de cada noche, Patricia Ariza, marcada para morir, cerraba los ojos. En silencio agradecía los aplausos del público y también agradecía otro día de vida burlado a la muerte”. Este es un pequeño fragmento que ha circulado en internet a partir de la elección de Patricia Ariza como nueva Ministra de Cultura. El texto lo escribe el difunto escritor uruguayo, Eduardo Galeano, que luego narraba cómo Ariza, por su forma de pensar, se había quedado sin casa por una ley del miedo que llevó a que sus vecinos le pidieran que se fuera, pues no querían ser víctimas colaterales de un posible atentado. 

Ella tuvo que andar con un chaleco antibalas todo los días, al cual, al verlo “triste y feo”, le coció lentejuelas y flores de colores. El mismo que ofreció a un campesino llamado Julio Cañón, alcalde del pueblo de Vista Hermosa, antes de irse a Europa por motivos laborales. Él lo recibió luego de quitarle los adornos. Y él, que había sufrido el asesinato de su familia, moriría acribillado con el chaleco puesto. 

De familia de origen campesino, Patricia Ariza migró muy pequeña a Bogotá, cuando su familia fue desplazada de su natal Vélez, Santander, en la época de La Violencia. Estudió Historia del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional a finales de los años 60. Y en 1969 recibiría en Cuba un Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte de ese país. 

En su juventud estuvo vinculada al Nadaísmo junto a Gonzalo Arango, un movimiento con elementos del nihilismo y  existencialismo, nacido en 1958 en Medellín, que tenía la duda y lo no racional como motor, la negación y la irreverencia como método y la subversión cultural como fin. Ahí compartiría con escritores, poetas, cuentistas o ensayistas como Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Dinah Merlini, Helena Escobar, Elmo Valencia, Helena Restrepo, entre otros. 

También hizo parte de las Juventudes Comunistas y por ahí llegó a la militancia de la Unión Patriótica, donde padeció su exterminio. Pero además de su relación con la poesía y su militancia política, fue su labor junto a Santiago García aquella que la convertiría en una de las personas más relevantes en la historia del teatro en Colombia. En 1965, montó junto a García la obra Galileo Galilei, un trabajo monumental que, como dice Sandro Romero Rey, dio la largada al teatro moderno en Colombia. Un año después, un grupo de artistas crearon la Casa de la Cultura, donde ambos volvieron a ser protagonistas. 

En junio de 1966, nuevamente junto a García, fundó el Teatro La Candelaria, un grupo fundamental en la escena nacional, que tiene como principio la creación colectiva y con el que fueron creando un nuevo público, uno popular, con el que trazaron un camino desde lo local hasta los escenarios internacionales. Ya son 56 años de una labor ininterrumpida. “Nunca, ni un solo día de mi vida, he dejado de hacer teatro”, afirmó con orgullo en una entrevista con el periódico El País. 

Son bien recordados montajes como Los diez días que estremecieron al mundo, Golpe de suerte, Guadalupe años sin cuenta o El diálogo del rebusque. Como también lo son sus propias creaciones: El viento y la ceniza, A fuego lento, Soma Mnemosine y otra veintena de obras más. Con estas ha sido galardonada con el Premio Anna Magnani de Brasil. En 2007 recibió en Holanda el Premio Príncipe Claus. En 2008 fue condecorada con la Orden del Congreso en reconocimiento a "toda una vida dedicada a la cultura". También ha recibido reconocimientos como el Premio GLOU del Encuentro de Mujeres de Cádiz o el Gilder Coigner por parte de la Asociación de Directoras y Dramaturgas de Estados Unidos. Y, en el año 2014, el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia en la categoría Defensor Toda Una Vida.


Tras sobrevivir al genocidio de la Unión Patriótica la persecución no cesó. En el año 2009 aparecía perfilada a los ojos del Estado de la siguiente manera: “Se logró establecer que Patricia Ariza, tras problemas familiares durante su juventud, practicó el nadaísmo y el hippismo, fue estudiante de filosofía y artes de la Universidad Nacional, perteneció a la Juventud Comunista (Juco) y se casó con Santiago García”. Y a lo anterior le sumaban: "Patricia igualmente desarrolla actividades culturales con Carlos Satizábal y lidera un proyecto con niños abandonados, ancianas, mujeres jóvenes y raperos, lo que podría relacionarse con el trabajo de masas que estaría desempeñando desde su rol para el PC3 (Partido Comunista Clandestino Colombiano) cultural de las Farc".

Según Ariza se trató de un montaje, de acusaciones paranoicas que consideraban su paso por el nadaísmo y su juventud hippie como antecedentes penales. Y sin miedo siguió trabajando por la cultura, ejerciendo como directora en alrededor de seis Festivales Nacionales de Teatro, fungiendo como asesora para varias entidades como el SENA, Naciones Unidas y varias ONGs, trabajando con mujeres y niños víctimas del conflicto armado. En 2014 fue una de los impulsores de “La Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz”, que tuvo lugar en el marco de los diálogos de paz de La Habana.

Desde que nació la idea de crear un Ministerio de Cultura para Colombia, en el Gobierno de Ernesto Samper, hubo posiciones encontradas. Como bien rememora Sandro Romero Rey, personajes como Gabriel García Márquez o Antonio Caballero veían la iniciativa con ojo torvo, pues consideraban que simplemente se iba a configurar otro fortín burocrático del cual se lucrarían todos menos quienes se debían lucrar: los artistas. 

Ya van 25 años y cada quien tendrá su balance, pero la llegada de  Patricia Ariza pone nuevamente un dilema sobre la mesa: ¿Deben ser los artistas o los gestores quienes administren la cultura? Y es que con ella llega además una historia: “Yo soy sobreviviente de la UP e inclusive con el triunfo de Petro se me produjeron unos sentimientos encontrados. Estaba feliz y lloraba al mismo tiempo, porque también es como que ese triunfo se lo debemos a todos los vivos que hemos estado en la campaña, pero también a los que murieron por conseguirlo. Este es un triunfo con memoria, dijo en la entrevista con El País. 

Ella quiere ampliar el espectro que, considera, se cierra demasiado si todo gira alrededor de la llamada Economía Naranja. Pretende trabajar para que veamos a Colombia de otra manera: “Hay una parte de la sociedad que lee el país en clave de guerra y de violencia”, dijo en la citada entrevista con El País. “Eso hay que transformarlo, porque el país es de todos, ellos también son parte de este país. Entonces tienen que reaprender y tenemos que leer el país de otra manera. Y en esa lectura, los artistas podemos ayudar mucho a transformar el imaginario. El arte cohesiona la sociedad alrededor de una película, o alrededor de una canción, o alrededor de un concierto”.