Los Tres de West Memphis

Los “Tres de West Memphis”, la historia de un crimen, un prejuicio y una injusticia

Tres adolescentes retraídos, extraños y metaleros pasaron 18 años en la cárcel por un crimen que no cometieron.
Lunes, 11 Julio, 2022 - 10:56

Por: Juan Sebastián Barriga Ossa

La paranoia, la desinformación, el odio y el prejuicio son cosas muy peligrosas. En verdad estas son fuerzas capaces de nublar la razón humana y llevar a las personas a tomar decisiones absurdas, motivadas por la ira. Casos de esto hay muchos, pero uno de los más mediáticos comenzó en 1993 en un pequeño pueblo de Estados Unidos llamado West Memphis donde unos asesinatos horribles unieron a toda una comunidad en una búsqueda de una venganza que terminó en una injusticia histórica.

Seis víctimas dejó un crimen cometido el 5 de mayo de 1993 en un pequeño pueblo del estado de Arkansas. Todo comenzó cuando Stevie Branch, Michael Moore y Christopher Byers, tres amigos de ocho años salieron a montar bicicleta y nunca regresaron a su casa. Terry Hobbs, el padrastro de Branch puso la denuncia de la desaparición y comenzó una angustiante búsqueda que terminó al otro día cuando encontraron en la zanja de un arroyo los cuerpos desnudos y torturados.

Los tres amigos fueron atados de pies y manos con los cordones de sus zapatos, fueron brutalmente golpeados y dos murieron ahogados mientras que el tercero se desangró porque fue castrado. 

El horror se tomó este lugar donde nada pasaba y ahora enfrentaba una escena desgarradora sacada de una pesadilla. Nadie sabía qué pasó y la policía fue negligente al momento de hacer las investigaciones, pero esto no podía quedar así, se tenía que “hacer justicia” como fuera, alguien tenía que pagar, sin importar quién había que traer resultados.

Ya que no había pistas claras y la incompetencia de la policía dañó el proceso, para satisfacer al público, la fuerza pública decidió usar un chivo expiatorio, así que lo más fácil fue culpar al metalero del pueblo. Damien Echols era un joven de 18 años y mala actitud que amaba el metal, escribía poesía extraña, era un tipo retraído, mala onda, con pocos amigos y un largo historial de crímenes menores. Era una persona extraña e incómoda, un rockero que dañaba el perfecto paisaje de West Memphis, por eso nadie lo quería en el pueblo así que nadie estaría dispuesto a defenderlo.

En aquel entonces, el tema del satanismo era un miedo que recorría todo Estados Unidos, y buena parte de Latinoamérica. Los rumores y leyendas urbanas de jóvenes rockeros que hacían sacrificios en nombre de Lucifer aterrorizaban a los “ciudadanos de bien”. Por eso al ver la sevicia con la cual esos tres niños fueron asesinados, la primera conclusión de la opinión pública fue que todo formó parte de un ritual satánico. 

¿Y quién era el único supuesto adorador del diablo del pueblo? Damien Echols: quien fue arrestado y acusado de encabezar el crimen. Pero algo tan horrible no pudo ser obra de una persona. No, alguien más tenía que pagar. Los seleccionados fueron un buen amigo de Echols, Jason Baldwin de 16 años y Jessie Misskelley Jr, quien también tenía 16 años y no era cercano a los otros dos sospechosos, pero sufría de discapacidad cognitiva, lo cual lo hizo un blanco perfecto de la policía. 

Cuando Misskelley fue puesto en custodia, lo interrogaron por horas, lo separaron de sus padres y le ejercieron una presión psicológica tan fuerte que terminó confesando de forma contradictoria el crimen. Esa fue la conclusión a la que el sociólogo Ritchard Ofshe llegó durante el juicio, pero su opinión no fue tomada en cuenta. 

Las que sí fueron tomadas en cuenta fueron las declaraciones de dos niñas de 12 que afirmaron escuchar a Echols confesar el crimen y el testimonio de una mujer llamada Vicki Hutcheson, quien dijo que Echols, Misskelley y ella fueron a una reunión de Wiccas en la que Echols borracho confesó el crimen. Además ella permitió que un micrófono fuera puesto en su casa para grabar una conversación con Damien, la cual no tenía nada incriminatorio, pero se desestimó en el juicio porque según la policía no se podía escuchar bien. Años después Hutcheson confesaría que sus declaraciones fueron falsas y que las hizo por presión de la fuerza pública que la amenazó con quitarle a su hijo, ya que antes de los asesinatos ella fue investigada por un delito de hurto, y también porque le convenía cobrar la recompensa de información que había.  

Pero a pesar de las inconsistencias, la falta clara de evidencias concretas y el mal actuar de la policía, desde el momento en que comenzaron los juicios en 1994, los tres de West Memphis ya estaban condenados. La prensa y la opinión pública no dudaban de que estos tres jóvenes extraños y dislocados eran unos asesinos despiadados. Finalmente Echols fue condenado a muerte por inyección letal y Misskelley y Baldwin a cadena perpetua. El veredicto fue: “asesinato satánico”.

Eso fue el inicio de una larga serie de apelaciones que no prosperaron, pero ante el mal actuar de la justicia, algunas personas se movilizaron para probar la inocencia de estos jóvenes. Entre ellas: Henry Rollins de Black Flag, Eddie Vedder de Pearl Jam y Natalie Maines de Dixie Chicks. Pero lo que más marcó este caso fue la serie documental Paradise Lost, dividida en tres capítulos: The Child Murders at Robin Hood Hills, Revelations y Purgatory. Esta fue dirigida por Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, publicada por HBO en 1996, y ayudó a volver en la opinión pública este caso y sus errores. 

Pero la lucha por la libertad fue larga ya que el sistema judicial no iba a admitir su error tan fácilmente. Pasaron 18 años, varias apelaciones y la llegada de nuevas evidencias como pruebas de ADN que confirmaron que ninguno de ellos estuvo en la escena del crimen, eso sumado a la confesión de Vicki Hutcheson y la presión pública, finalmente fue lo suficientemente para que en 2011 los tres fueran puestos en libertad. 

Aún así fue una victoria agridulce porque esto se logró a través de una figura legal llamada Doctrina Alford en la que el acusado acepta que había evidencias que lo incriminaban. En un punto de esta historia, incluso los familiares de los niños asesinados empezaron a apelar por la inocencia de los tres condenados.

Lamentablemente, la incompetencia policial hizo que este crimen no se pudiera resolver, ya que manejaron mal los cuerpos cuando fueron encontrados. Existen numerosas teorías, como la de que un hombre con sangre en su ropa entró alterado a una cafetería, fue directo al baño de mujeres y luego escapó del lugar o de que Terry Hobbs, el padrastro de Branch, fue el que cometió el crimen... pero eso es algo que nunca se sabrá.

Lo que sí pasó es que el prejuicio, el odio y la ansiedad del castigo casi acaban con la vida de tres personas que simplemente eran distintas. Lo triste es que este tipo de cosas siguen pasando, el rechazo, la crítica y la criminalización de las personas que no encajan en los moldes siguen siendo cosa de todos los días, tal vez el ataque ya no está contra los rockeros de forma tan directa como en los 90 pero las disidencias sexuales, los migrantes o todo el que se salga de lo que dicta la hegemonía sigue siendo juzgado, criticado, silenciado e incluso atacado. 

Sin duda esta es una historia muy triste en la que no se hizo justicia para nadie, porque tal vez de haber existido un buen actuar de la policía y el sistema judicial de Estados Unidos, el asesino de esos tres niños hubiera sido capturado y tres adolescentes hubieran podido vivir su libertad.