Ekhymosis, foto por Román González

Las historias de Ekhymosis que no sabías

La historia de esta representativa banda del rock nacional está repleta de anécdotas que la hacen un símbolo rockero de nuestro país.
Lunes, 5 Septiembre, 2022 - 07:36

Por: DIEGO ALEJANDRO LONDOÑO MOLINA

Cada etapa de Ekhymosis fue un sueño hecho realidad y un hermoso tatuaje imborrable en la historia de sus integrantes. Cada canción, cada disco, cada concierto fueron la mejor preparación para una gran carrera como seres humanos. Empezó siendo una idea sin definir y entre 1988 y 1997 los miembros de esta banda no se detuvieron, iban en una camioneta a toda velocidad por una autopista emocionante y se fueron deslizando entre charcos de aceite hasta llegar a una gran pista de automovilismo. 

Todos, con las ventanillas abiertas, sonreían mientras veían sus sueños pasar a toda velocidad entre las líneas del asfalto.

Ekhymosis fue un canto a la vida, en muchas de sus canciones narraron lo que sus ojos cansados y sedientos veían en las calles de Medellín y Colombia, por eso se convirtió en un sueño real, porque no hablaban de ficciones mentirosas, sino de una vida compleja, de muchos muertos juntos y de mucha vida por vivir.

Desde el inicio fue una banda construida a punta de utopías, de sueños juveniles. Entre sus integrantes a punta de voz a voz, de mano a mano, caminando la ciudad entera vendieron 500 copias de su primer sencillo y ese fue el inicio de un sueño que hoy recordamos.

Luego llegaron las empresas discográficas, los conciertos cada vez más grandes, el reconocimiento y la ilusión de convertirse en una banda continental. Ocho producciones, Nunca Nada Nuevo (Demo 1988); Desde arriba es diferente (EP 1989); De rodillas (EP 1991); Niño gigante (1993); Ciudad pacífico (1994); Amor bilingüe (1995); Ekhymosis Unplugged (Concierto acústico 1996); Ekhymosis (1997); todas estas producciones modelando una historia real, unas más exitosas que otras, algunos discos grabados en apartamentos de manera rudimentaria y otros en estudios discográficos reconocidos en Colombia y Estados Unidos, algunos con productores locales y hasta con su misma producción, y otros con productores como Mike Piccirillo, el mismo de Smokey Robinson, Tiffany, Natalie Cole, Kim Carmes, Thelma Houston; o Greg Ladanyi, encargado de darle sonido a bandas como Caifanes, Don Henley, Clannad, Fleetwood Mac, Jackson Browne, Toto, David Lindley, The tubes y Mike Piccirillo.

Producciones que de una u otra manera marcaron un camino entre guitarras, viajes a toda velocidad, ensayos en cualquier terraza, ramada en solar, oficina o cuarto desocupado, hoteles de una y de mil estrellas y cambuches en automóviles o garajes malolientes, amistad, amores, peleas, encuentros y desencuentros y el deseo ardiendo en los labios por vivir a toda costa de la música.

Entre las influencias el metal de Slayer y Metallica, el rock de Soda Stéreo o Fito Páez, la contundencia acústica de Silvio Rodriguez y la tradición narrativa de Piero, Los Visconti o los Chalchaleros, se fue desarrollando una historia musical tan genuina que fue indiferente ante la critica, los abucheos, las burlas y las sonoridades diferentes a un rock duro. Ellos quisieron hacer música, más allá de caer en radicalismos peligrosos y delirantes. Y esos doce años, todos esos discos, canciones, amigos, y ganas de tragarse el mundo, desde que inició todo gracias a una guitarra de segunda con problemas eléctricos, se convirtió en una hermosa historia para todos los que por allí pasaron: Alex Oquendo, Toto Lalinde, Esteban Mora, Andrés García, José Uribe, Fernando Tobón, José Lopera, Alejandro Ochoa, Felipe Zárate, Felipe Martínez y Juanes. Todos, en mayor o menor medida, le dieron vida a una banda que fue raíz de un hermoso árbol frondoso.


Los ensayos de la banda

Los primeros ensayos no tenían un lugar definido, algunos eran en una cancha de squash en una unidad residencial llamada Sorrento, en el occidente de la ciudad; algunos en La Aguacatala, al sur; otros, en una bodega gigante para proyectos de arquitectura que Javier, el hermano de Juanes, les prestaba en algunas ocasiones; otros en el barrio Laureles, en la casa de los abuelos de Esteban Mora; también en en la azotea y en el cuarto de ropas del edificio Bancoquia en el centro, donde vivía Juanes, allí les tocaba bajar mucho el volúmen y además, insonorizar la batería con toallas; y años más adelante, en una oficina en el barrio Manila, en el Poblado.

Eran músicos itinerantes deambulando por toda la ciudad, también en una temporada ensayaron en la casa de Luis Emilio, un veterano rockero de los años 70 que había acondicionado una habitación en su casa en el barrio La Castellana, en Medellín, y allí, por 500 pesos, alquilaba un cuarto de dos por tres metros, con amplificadores trajinados por el uso, una batería cuñada con una cama y un ventilador viejo y oxidado que no servía para nada. A los minutos de iniciar la música las paredes transpiraban y se hacía insoportable estar allí. Bandas como I.R.A, Masacre, Ekhymosis, Desadaptadoz, Dexkoncierto, Amén, Piroquinesis, Kraken, Neurastenia, Sargatanas, HP.HC, entre muchísimas otras pasaron por este cuarto ruidoso y juvenil que se convirtió en una incubadora esencial para el sonido subterráneo del rock, punk y metal de Medellín en los años ochenta.

Pero el ensayadero más estable de la banda fue en el municipio de La Estrella, al sur de Medellín, en la finca de la familia de Esteban Mora, el baterista de Ekhymosis. El lugar que acondicionaron para ensayar era el garage de la finca, el carro quedó a la intemperie y ellos, a punta de cajas, icopor y otros elementos, armaron una insonorización que no funcionó, pero les permitía recrear los ensayaderos de otras bandas. La batería al fondo, los amplificadores en la mitad y a lado y lado una pared de icopor que con el tiempo y el ruido se fue volviendo ripio que les quedaba en el pelo y en la ropa.

A esta finca, todos, con instrumentos y hasta batería, iban en un Renault 6 de color blanco y parecía el carro del payaso del circo, pues entraban los cuatro integrantes de la banda, más tres amigas, más dos amigos y todos con la energía de una excursión rocanroleraa a una finca que les cambió los días, no solo a ellos sino a otras bandas que eran invitadas porque no tenían donde ensayar.

Ya en la finca, se compartían instrumentos y se distribuían los horarios de ensayo, mientras una banda tocaba, las otras practicaban frisbee, hacían sesiones de fotos o incluso otras actividades no tan lúdicas y divertidas, como el juego del desmayo. En corrillo, iban pasando de a uno para broncoaspirarse moviendo la cabeza de adelante hacia atrás, alguno de los risueños observadores le daba al conejillo de indias un golpe en la garganta, entre el músculo esternocleidomastoideo y el músculo tirohioideo, luego le presionaba el cuello hasta inducir el desmayo y con ese golpe seco, gracioso, punzante, caía desmayado por unos segundos, mientras los demás reían a carcajadas esperando su turno.

Pero ya en el momento de ensayo, Ekhymosis se la tomaba en serio, casi hasta el punto de parecer un grupo teatral. Tenían un libreto que armaban imaginando cómo querían que la gente los viera, y así preparaban el guion musical para ensayarlo. Lo hacían tal cual, como si fuera un concierto ante miles de personas, pero allí, solo tenían cuatro paredes vigilandolos y un batallón de rockeros afuera esperando su turno para ensayar.

El primer concierto de Ekhymosis

Los integrantes de la banda  tenían entre 15 y 16 años, aún estaban en el colegio y soñaban con convertirse en la gran banda de metal de solo un mes de formación. Sus ídolos permanentes estaban enmarcados con cuidado en sus habitaciones, Slayer, Kreator, Metallica y esa noche ese sueño de convertirse en lo que querían, empezaba a hacerse realidad.

La cita era en un recinto deportivo al sur de Medellín, en Envigado, lo habían adecuado para recibir a miles de metaleros que se aferraban a las distorsiones para llevar su vida con felicidad en medio del caos oscuro que vivía la ciudad. Las graderías a lado y lado estaban dispuestas para recibir al público, el escenario al fondo era una mole de construcción que solo generaba temor entre los músicos, todos tenían miedo de caer desde esa altura exagerada de siete metros. Y es que la tarima no generaba mucha confianza, estaba sostenida por andamios de construcción y estibas de madera aferradas con alambre y clavos salidos. El sonido era precario, solo había dos luces, una blanca que perseguía al líder de la banda y una violeta que iluminaba desde un costado todo el escenario.

Juanes llegó con una guitarra colgada en su espalda, era prestada por Carlos Mario
Pérez
a quien en la escena musical metalera le decían “La Bruja”, él, un gran pionero del ultra metal con su banda Parabellum, prestaba su guitarra para que muchos aprendieran a tocar, por eso una generación de rockeros de la ciudad conoce la historia de este instrumento de forma angular al estilo Flying V, una guitarra dividida entre color blanca y negra y de una marca japonesa llamada Maya.

Allí, en el polideportivo, no había camerino, ni refrigerio, ni una alta producción al servicio de los músicos o su sonido, el cuento en los años ochenta era otro y sí que lo estaban viviendo al límite. El ingreso al lugar se vio abarrotado por un mar de melenas despeinadas por el exceso de rocanrol y botas platineras, había ansiedad por sentir el bombo de la batería pegar en el corazón y por ver las nuevas caras del metal colombiano.

La requisa para el ingreso no se hizo esperar, todos los asistentes debían recibir el aval para la entrada. No drogas, no armas, no objetos cortopunzantes. Quienes hacían esta labor no eran agentes logísticos, no eran productores del concierto, ni policías, era el ejército con decisiones arbitrarias como no dejar ingresar con botas platineras a los muchachos y eso para la escena metalera era un crimen, pues símbolos importantes del metal en ese momento eran el pelo largo, las botas, las camisetas y los pantalones entubados, los que no cumplieran ese protocolo callejero eran simplemente casposos. De hecho por el accionar del ejército, muchos metaleros tuvieron que llamar a sus padres para que les llevaran tenis para poder disfrutar del concierto.

Ya adentro todo eran nervios para los músicos, sobre todo para Juanes y su banda, pues Ekhymosis era la banda novel encargada de abrir el show. Más de dos mil corazones rocanroleros expectantes en las graderías, para presenciar el primer concierto de una banda que sería raíz musical de uno de los artistas más importantes del planeta.

Los fanáticos se repartieron en las graderías del lugar, pocos se acomodaron en la cancha cerca al escenario. Esteban, Alex, Andy y Juanes estaban en la parte de atrás, esperando por su llamada. 7:15 pm, solo oscuridad en el lugar, gritos y ansiedad traducida en sudor en las manos y vacío en la boca del estómago. Era el momento de tocar.

Los cuatro soñadores subieron asustados por escaleras improvisadas, al llegar a la cima de esos siete metros abrumadores no vieron a nadie, la gente estaba muy lejos y el lugar muy oscuro, solo se escuchaba la intermitencia de voces inentendibles que buscaban lo mismo, música, acción, saltos, golpes, sonido, poder batir sus cabezas al ritmo del rock duro para romper todo el silencio.

Ya arriba, en esa cúspide rudimentaria y asustadora, se miraron, agarraron sus instrumentos, esperaron la indicación final y arrancaron. Andy empezó a hacer notas largas mientras Juanes lo seguía. Era el solo medieval, el público desde sus puestos no entendía muy bien qué era lo que sonaba ¿esto era un concierto de metal, no? y ellos, sin mirar al frente, solo agachados, mirando las seis cuerdas tensadas, seguían su viaje sonoro, mientras cabeceaban tímidamente y tomaban calor y confianza.

La vida musical de Juanes hasta ese punto era ya extensa, desde los cuatro años tomó la guitarra, el acordeón y otros instrumentos que su familia le permitió tocar, nunca soltó las canciones que le enseñaron sus hermanos, nunca faltó a las clases de guitarra en su barrio, no se perdió un acto cívico en su colegio interpretando a Gardel y a Los Visconti, sin embargo, su esencia tímida y pudorosa lo alejaban del micrófono y lo acercaban más a su ensimismamiento con la guitarra e incluso a esconderse un poco detrás del amplificador que soltaba bocanadas de fuego sonoro.

Juanes estaba ubicado a la izquierda del escenario, en su esquina, muy cerca, estaban las graderías, su guitarra Yamaha se movía para arriba y para abajo, al igual que su cabello que hasta ahora le tapaba las orejas. Andy estaba en el extremo contrario con una camisilla blanca y luciendo su correa de clavos aferrada a su guitarra, Esteban, extasiado por ver a tanta gente lideraba los tarros desde esa batería imponente, con seis toms y tres platos, y Alex, con su garganta de volcán, estaba listo para cantar, con la altura del micrófono que sobrepasaba su estatura, él flexionaba sus piernas y erguía la cabeza, como regañando con fuerza al cielo, cada que gritaba movía sus manos como si tuviera una guitarra imaginaria. Lo que salía por el micrófono era inentendible, la acústica del lugar era un baño turco gigante repleto de metaleros.

Las canciones se esfumaron con rapidez, para ellos el inicio fue una eternidad, luego de los primeros minutos todo fue un abrir y cerrar de ojos de emoción, sudor y sangre caliente. Los decibeles pegaban arriba y abajo de ese recinto deportivo en Medellín, las paredes estaban aturdidas, la reverberación era brutal, la emoción de todos esos metaleros reunidos en su ritual de felicidad se traducía en las pintas que escogieron desde la mañana, en el simulacro que hicieron frente al espejo de ese movimiento de cabeza, en esa rudeza en sus botas, en sus manillas de taches, en el abrazo sudoroso que muchos se dieron luego de algunos empujones al finalizar una canción. Para ahora estar ahí, una noche oscura en Medellín, escuchando a una banda que con tres canciones y una intro, soñaba con meterse de a poco en una escena difícil, ruda y radical.

Para finalizar, en el último baquetazo de esa tercera canción, el operador de la luz principal hizo un paneo a las graderías, mientras todos los metaleros silbaban, gritaban y alzaban las manos. Llegaron los aplausos y terminó el show, el primer concierto de Ekhymosis.

La creación de "Solo" su gran canción

Los viajes, los ensayos y el tiempo juntos empezaron a materializar las canciones que harían parte de su primer disco de larga duración llamado Niño Gigante. Y precisamente un viaje a un concierto en Cali en el año 1992, ayudó a materializar la canción "Solo", uno de los éxitos inolvidables de esa banda que cambió parte del rumbo sonoro de una ciudad y un país.

El concierto tendría un ingrediente especial, sería Ekhymosis como única banda, no había telonero, ni banda para cerrar, serían ellos convocando a su público y respondiendo por la energía de todo un lugar.

La noche anterior salieron de Medellín rumbo a las hermosas carreteras del Valle del Cauca repletas de salsa y cañaduzales. Iban como casi siempre, acompañados de un par de botellas de aguardiente y escuchando Metallica para acompañar el camino de más de 400 kilómetros. El concierto se haría en un lugar dedicado al sonido reggae en Cali llamado Nuestra Herencia.

Juanes, por esos días, estaba enganchado con "Nothing Else Mathers", uno de los rotundos éxitos del disco negro de Metallica. Antes de subirse a la camioneta para emprender rumbo, ya estaba con audífonos puestos y con una libreta escribiendo, como era usual verlo, componiendo canciones para su banda.

Ya en la camioneta y rumbo a Cali, empezó a hablar con Andy y a contarle una idea que había tenido un par de horas antes mientras escuchaba a Metallica. Juanes quería hacer una balada rockera y ya tenía algunas frases para empezar ese camino pedregoso de componer una canción.

Juntos, Andy y Juanes no pararon de hablar en todo el camino, construían un cadáver exquisito en una libreta mientras los demás tomaban y disfrutaban el viaje como si fuera una fiesta ambulante. La luna guiaba el camino en ese trayecto nocturno hacia la sucursal del cielo, y justamente la luna fue inspiración para esos primeros versos que contendría la canción "Solo".

“Estoy solo y pienso que,
sólo puedo ver allá
Donde la luna,
no es un horizonte más que alcanzar”

Al llegar a Cali, al bar, se sentaron en la acera de enfrente y no se pararon de ahí hasta justo tener la letra de esta canción que fue la punta de lanza del cambio sonoro de Ekhymosis y de su posicionamiento comercial dentro de la escena musical emergente colombiana.

Terminaron la canción sentados en el pavimento sucio, antes de dar el concierto. A los días grabaron, como decisión, el piano, y como característica, el crescendo de una canción balada rock que le cambiaría la vida a Juanes y a sus amigos de banda.

“…Paso a paso siempre voy,
construyendo mi vida
Tropezando
constantemente con lo que sueño
Es imposible de lograr lo se
tal vez con ambición
Es la razón de la vida
Me pregunto como hallar,
un espacio en que confiar
Si es necesario
que mis palabras hablen por mi
Como poder aparentarlo,
Si no lo puedo ser
Como expresarlo sin sentirlo,
eso no puedo ser
Es imposible de lograr lo se
tal vez con ambición
Es la razón de la vida
Es duro estar en soledad
Es reprimir el corazón
Es caminar sin libertad
Es destruir lo que no está
Mira mis ojos y verás,
es demasiado ser el mismo”

El concierto más triste en la historia de Ekhymosis

La plaza de toros La Macarena estuvo siempre lista para recibir a los rockeros de la ciudad de Medellín. Históricamente fue un lugar que siempre tuvo puertas abiertas para las melenas, las descargas de metal, los pogos, el punk, las crestas, el rock, la contracultura y por desgracia también la crueldad, el sufrimiento y la sangre en la arena. Los grandes artistas que visitaban la ciudad tenían esta plaza como único recinto de conciertos con un aforo superior a las 10 mil personas.

Justo este lugar recibió en varias oportunidades a Ekhymosis y esa tarde noche ningún integrante de la familia Aristizabal Vásquez fue a ver al orgullo de la familia, a Juanes. Todos se perderían su voz en vivo, las chicas gritando, los aplausos luego de cada canción, el recordado: “Eyy nosotros somos Ekhymosis, soyensela” y los solos virtuosos con la guitarra mientras el público no parpadeaba de la felicidad. Esa tarde noche del 20 de febrero de 1995, el corazón de la familia dejó de latir, Don Javier Aristizabal, el papá de Juanes  murió en la Clínica Medellín.

En la familia todo estaba en equilibrio, Don Javier era un hombre muy saludable que trabajó hasta el último día de vida, que caminó su pueblo sin cansarse y que como ingrediente especial y característico, nunca tomaba medicinas, ni iba al médico, detestaba sentarse en una camilla a que lo analizaran. Pero luego de un tiempo y con algunos dolores y manifestaciones en su cuerpo decidió ir y allí las cosas no estaban tan bien.

Le practicaron una cirugía, nada riesgosa y a los días, en la recuperación de la intervención, luego de algunas complicaciones murió el pulmón y el corazón de la familia, el sonriente trabajador de Carolina del Príncipe del que nadie en el pueblo habló mal. En la familia nunca nadie pensó que su padre y esposo moriría tan pronto, fue toda una tragedia que aún recuerdan con dolor.

Y esa misma noche, mientras don Javier era velado en el barrio El Poblado de Medellín, se realizaba el festival 12 horas por la vida organizado por RCN Radio con sus emisoras musicales y la recordada emisora juvenil Cristal Estéreo. El festival proponía un encuentro ciudadano por la no violencia y en pro de la vida. Invitaron entre otras bandas a Bajo Tierra, Bailo y Conspiro, Kraken, Estados Alterados, Luna Verde y Ekhymosis, todas citadas por su alto impacto en la juventud.

Y lo que sería un homenaje para la vida se convirtió para Juanes en una de las decisiones más duras, trascendentales y valiosas, dar un concierto promulgando la vida, solo a unas horas de la muerte del hombre que le enseñó a vivir haciendo el bien, su papá.

En medio de lágrimas y presión en el pecho, Juanes conversó con su madre y sus hermanos y decidió hacer el concierto, en homenaje a Javier Aristizabal, el hombre de buen vestir y actitudes intachables.

- ¿Será que voy al concierto mamá? ¿Usted cómo se siente?
- Váyase tranquilo mijo, su papá va a estar feliz si usted lo hace, vaya
tranquilo.

Juan no se fue tranquilo, pero si se fue con la convicción de hacer el concierto en
honor a su papá. La noticia se había regado por la ciudad, los fanáticos y organizadores del evento sabían de la circunstancia dolorosa por la que pasaba Juanes, su familia y su banda. Sin embargo, allí llegó, afinó su guitarra, secó sus lágrimas y subió al escenario entre aplausos y abrazos de sus compañeros de banda.

Cantó, entre lágrimas, miradas al cielo y recuerdos poderosamente cariñosos con su
papá.

- Muchachos, perdonen si me quiebro en algún momento. Mi papá murió hoy y
acá estoy, porque así lo hubiera querido él.

Dijo con voz trémula, mientras toda la plaza conmovida lo aplaudía. Juanes acomodó su guitarra de nuevo en sus manos y allí vivió el real homenaje mientras su madre y sus hermanos acompañaban el cuerpo sin vida de Javier Aristizabal.

- Esto es para vos, papá, dijo mientras limpiaba sus lágrimas y tocaba las canciones con sus amigos de banda. 

Esta postal rocanrolera, en una plaza de toros repleta y con la tristeza por la pérdida de una de las personas más importantes en la vida de esta familia, se convirtió en un antes y un después en la vida de Juanes y su banda Ekhymosis. Ese día no solo decidió que quería ofrecer el concierto como homenaje, con valentía a pesar de la tristeza, sino que supo que ese era su lugar, el espacio donde nada le podía hacer daño.