100 años de Nosferatu.

Nosferatu: 100 años de un poema visual a la oscuridad y la soledad

Celebramos un siglo de una de las películas  más importantes de la historia del cine. 
Domingo, 24 Julio, 2022 - 05:03

Por: Juan Sebastián Barriga Ossa

Extasiado por la belleza de la mujer cuyo cuello muerde, el vampiro pierde la noción del tiempo y el espacio. La cálida sangre que se abre paso entre sus colmillos no solo es un alimento para su mortecino cuerpo sino para lo que queda de su condenada alma. En ese momento, entre la excitación y el júbilo, la solitaria criatura olvidó los siglos de confinamiento en su oscuro castillo, olvidó la maldición que conlleva su presencia, olvidó la maldad que representa su figura, olvidó el miedo que produce su nombre y sobro todo olvidó que el sol, su mayor enemigo, estaba a punto de salir. 

Solo quienes tuvieron la desgracia de sucumbir ante sus fauces, experimentaron un horror similar al que el Conde Orlok sintió en lo profundo de su ser cuando escuchó al gallo cantar esa cálida mañana. Al ver el alba entrar por la ventana, la bestia no tuvo más remedio que soltar el último cuerpo que tomó, que además fue el que más deseo, el que más esperó, el que más amó y el que lo llevaría a por fin enfrentar su destino, el mismo de todos los que pisan esta tierra, la muerte. 

Estrenada el 15 de marzo de 1922 en Berlín, Nosferatu: una sinfonía del horror, es una de las películas más importantes del cine. A diferencia de lo que comúnmente se cree, esta no fue la primera adaptación del libro Drácula escrito por Bram Stoker en 1897, esa fue la cinta húngara Drakula halála (La muerte de Drácula) que está perdida en el tiempo, pero Nosferatu fue el largometraje que definió la estética y la esencia del género de vampiros. 

Dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau y protagonizada por el actor de teatro Max Schreck, esta película enmarcada dentro del expresionismo alemán, en el que también están otras grandes obras como El gabinete del doctor Caligari (1920) y Metrópolis (1926), captó muy bien la esencia de una época muy parecida al presente. 

En ese entonces Europa salía de la Primera Guerra Mundial pero la pandemia de la gripe española aterraba al mundo. A las ciudades comenzaron a volver los soldados mutilados de los campos de batalla y entre el desenfreno de los locos 20, las tensiones políticas y la incertidumbre de la enfermedad, occidente se cubría de sombras y la única manera de escapar de estas era a través del arte. 

La lúgubre belleza de Nosferatu se convirtió en tal vez la forma más hermosa y digerible de enfrentar las pesadillas. La oscuridad, la luz, la música y las escenografías logran una obra de arte que un siglo después sigue siendo escalofriante y fascinante. Cada detalle muestra la agonizante soledad de un demonio. De una bestia espantosa, llamada el Conde Orlok, cuya nauseabunda cara recuerda a las ratas y a los murciélagos y está muy alejada de la clásica imágen que tenemos de Drácula. Este ser encantador y atractivo, un hombre elegante y misterioso que causa temor y fascinación y que fue inmortalizado en nuestras retinas e imaginario colectivo gracias a la fantástica interpretación que Béla Lugosi hizo en Drácula (1931). 

En cambio Orlok es repugnante: pálido, encorvado, con las cejas absurdamente pobladas, la nariz gigante y unas negras garras, es la imagen de la peste. Es el perfil de miles de enfermos pidiendo clemencia a los cielos. Su mórbido rostro es el de la muerte, su arqueado cuerpo es una metáfora de cómo la guerra disloca las realidades, su simple presencia representa lo peor, pero aún así no podemos dejar de estar maravillados por este desdichado ser. 

La mente detrás de esta icónica imagen fue la de Albin Grau, artistas y arquitecto al que se le ocurrió la idea del Nosferatu cuando estuvo en Serbia durante la guerra y un campesino le contó su encuentro con un vampiro. Esta criatura forma parte del folclore tradicional de Europa del este y es muy distinta a la de Bram Stoker. Es más salvaje y despiadada, como Orlok. Esto sumado a la fascinación de Grau por el ocultismo generaron los ingredientes perfectos para la creación de este mundo de terror. Pero lo que complementó todo fue la magnífica interpretación de Schreck, quien hizo tan bien su papel, que se dice que la gente realmente creyó que filmaron un muerto vivo real. 

Grau junto con el empresario Enrico Dieckmann fundó la productora Prana Film para hacer esta película y el objetivo era hacer obras ocultistas, pero se fue a la bancarrota principalmente porque Florence Balcombe, la viuda de Bram Stoker, nunca autorizó que se hiciera la película y luego de demandarlos, exigió que se destruyeran todas las copias. Lo cual pasó en Alemania, pero por suerte, gracias a su éxito, algunas copias llegaron al extranjero donde fueron guardadas y restauradas después de la Segunda Guerra Mundial. 

Por eso el vampiro de Nosferatu no se llama Drácula, pero sí hay varias similitudes con la historia real. De hecho, la estructura es prácticamente la misma solo que en vez de que el vampiro fuera contactado por un abogado llamado Jonathan Harker, en esta película es un agente inmobiliario de nombre Thomas Hutter, que llega para venderle una casa en la  apacible ciudad alemana ficticia de Wisborg. A donde el Conde viaja luego de quedar fascinado por la imagen de Ellen Hutter, esposa de Thomas, cuyo rostro guarda en un relicario. 

Las dos diferencias principales son que tras la llegada de Orlok a Wisborg, una peste incurable aterra a la ciudad y mata decenas de personas. Y al final, la bestia no es derrotada por un cuchillo sino por un sacrificio. Gracias a un libro que Hutter trajo de Transilvania luego de escapar del castillo de Orlok, Ellen descubre que la única forma de vencer al vampiro es que una mujer de corazón puro se entregue a este y lo haga olvidar el canto del gallo. Lo cual al final de la película hace para así acabar con la peste. 

Además, la versión de Murnau tiene un elemento interesante y es la soledad del vampiro. A diferencia de Drácula que vive con tres mujeres hermosas, este vive solo en su enorme castillo. Aislado del mundo y temido por todos. Llama la atención que cuando Hutter llega, Orlok le pide que pase la noche conversando con él, que le haga compañía, que le cuente cosas. A lo largo de la película se ve al Conde deambulando por las calles, caminando entre la niebla, acompañado solo por las sombras; pensando en la imagen de Ellen, a quien a través de sus poderes telepáticos llama y a quien observa impávido y silencioso desde la ventana de su derruida casa en Wisborg. 

La obsesión de Orlok con Hellen es dolorosa. Tal vez un guiño al amor imposible o un recuerdo del amor perdido hace siglos. Hellen, para Orlok, es el recuerdo de los años en los que no era una bestia, sino un hombre próspero y no como en su presente que es la encarnación del tormento. Orlok no solo quiere alimentarse de ella, quiere fundirse con Hellen, sentir su esencia completa, sentir la totalidad de su cuerpo y poseerla para siempre. Pero esa obsesión fue su derrota, esa ceguera y egoísmo lo llevó a sentir la justicia del sol y convertirse en humo.  

A la larga Orlok no era más que un hombre solo, podrido en su propio poder e incapaz de entregar algo distinto al miedo. La bestia repugnante que habita en nuestro interior, obsesiva, egoísta y abusiva. 

Por eso Nosferatu es un poema tan bello. Murnau decía que “la cámara es el pincel del director”, capaz de crear una atmósfera armónica que rompa la condición mecánica de esta herramienta. Los planos de esta película son fotografías intrigantes llenas de múltiples interpretaciones. Son una oda a la oscuridad y a la luz que hay en nuestros corazones y en su momento fue una obra muy desafiante e impactante. 

Sobre Murnau se dijeron muchas cosas que forjaron una leyenda alrededor de su nombre. Entra esas que era homosexual, lo cual en esa época era motivo de persecución. El director murió en un accidente de carro 1931, tenía 42 años y se convirtió en un ícono no solo del cine sino del ocultismo. Se dice que la actriz sueca Greta Garbo, tomó una máscara mortuoria suya y la tuvo en su escritorio durante toda su carrera. Pero lo más curioso es que en 2015 la tumba de Murnau fue profanada y su cráneo robado.  

Max Schreck, cuyo apellido en español se puede traducir como miedo, también murió jóven, en 1936 luego de sufrir un infarto a la edad de 56 años. De él también surgieron muchos rumores, que era un tipo extraño y sombrío que disfrutaba de perderse en el bosque y que en verdad su nombre era el alter ego de otro actor llamado Alfred Abel, lo cual era falso. Por su parte Albin Grau, se convirtió en un importante ocultista e incluso tuvo cercanía a Aleister Crowley y murió en 1971. 

Entre los tres crearon una película que durante 100 años ha cautivado a millones de personas y seguramente lo seguirá haciendo. Esta oda a las criaturas de la noche, será como el vampiro, nunca morirá.