'La Familia': Venezuela como personaje en la película de Gustavo Rondón

Nuevo cine venezolano: Huyendo por temor a una posible venganza, Padre e hijo empiezan un viaje que los obliga a encontrarse como familia.
Martes, 24 Abril, 2018 - 06:50

Por: Mariel Bejarano Vásquez

La primera película del caraqueño Gustavo Rondón Córdova es un retrato de una relación disfuncional entre padre e hijo, un concepto de familia también disfuncional, donde priman las ausencias, pero sobre todo, el miedo de un padre a no saber desempeñar el rol que le corresponde, miedo de perder a su hijo, al que poco a poco y debido a las dinámicas sociales y laborales de la Venezuela actual -de la que poco sabemos- fue dejando a su suerte en un barrio y una sociedad que ha obligado a sus habitates a optar por el individualismo extremo en busca de la supervivencia. 

Sin buscar hacer un retrato de Venezuela, Gustavo Rodón Córdoba nos deja ver en sus personajes y en la profunda relación humana que logra construir a partir de pequeños actos, diálogos, miradas y silencios, esa sensacion de encierro e impotencia que producen los miedos, esos que se tornan también en temor y pánico, que generan desconfianza y desasosiego, y que pueden ser vistos desde afuera como cobardía.

La Familia (2017) es una película fundamental para el cine venezolano e iberomaericano, la historia de Andrés (el padre interpretado por Giovanni García) y su hijo, Pedro (Reggie Reyes), partiendo desde la particularidad de la relación humana que construyen, logra ser universal. También hay en esta película un fragmento de la historia que se escribe de la Venezuela actual desde adentro, desde la mirada de alguien que ha decidido quedarse, quizá también por el miedo que genera dejar atrás el lugar al que se pertenece. 

Gustavo Rondón Córdoba ha estado de gira presentando su película, en Colombia la estrenó en el marco del FICCI 58 y aún faltan algunos meses para que la cinta tenga su premier en Venezuela. Les compartimos a continuación una charla con el director, antes vean el tráiler de La Familia (2017).

¿Crees en la existencia de una ‘Generación Perdida’?

Creo que estamos en un momento de cambios, vivimos una transición a algo que no sé qué es, realmente no lo tengo claro. No sé si me atreva a hablar de una ‘generación perdida’ en algo, pero sí es una generación que está buscando algo y no lo consigue, tal vez porque no sabe qué es lo que está buscando.

Lo único que tenemos claro es que no nos está gustando lo que nos están planteando y en esa búsqueda hay todo un recorrido que a veces es un poco errático, o no necesariamente.


¿Hay también cambios radicales en el cine que se hacía antes en tu país y en el que se hace hoy por hoy?

Yo creo que lo más importante que ha pasado en el cine en Venezuela es que después de un tiempo, unos 8 o 10 años, donde había una generación de cineastas haciendo sus películas tal vez muy localistas (a excepción de algunos nombres que alcanzaron eco internacional), teníamos un cine con nuestro país de fondo, pero ahí se quedaba, no tenía una comunicación más allá de Venezuela. Ahora hay una nueva generación de realizadores que además ha tenido la oportunidad de prepararse en escuelas tanto dentro como fuera de Venezuela, cineastas con una mirada más global, que se entienden con otras latitudes y otras culturas, y de alguna manera eso va permeando la manera en que enfrentamos el cine.

La generación en la que estoy yo, que es además una generación amplia (gente que va de los veintitantos a los cincuenta) viene haciendo películas icónicas y cortos muy interesantes. Evidentemente nuestra crisis como país también está atravesando el cine en muchos aspectos y uno de ellos es precisamente que no nos comunicamos con el resto del mundo, hay una sensación de isla en muchos aspectos, pero quizá en el artístico es muy dura porque la crisis económica no te permite tener más relaciones con el exterior y hay muchos inconvenientes con la moneda, aerolíneas que se van y un montón de elementos que hacen que tú no estés conectado y eso hace que el proceso sea un tanto complejo.

También creo que estas dos generaciones se han ido encontrando y hay una búsqueda de lenguaje y de identidad que espero encontremos, ojalá hallemos un sitio en el cine que se está haciendo en América Latina. No creo que lleguemos a ser lo que es un Chile o un Colombia -por no mencionar a los más grandes- porque es un trabajo que lleva mucho tiempo, un trabajo de políticas públicas, un trabajo que tiene que ver con la educación y con un montón de cosas más, y como nosotros tenemos tantos problemas ahora, llegar a eso nos va a tomar otro montón de tiempo, pero mientras tanto, este grupo de cineastas al que pertenezco está tratando de remar hacia adelante.

 

Tú hablas del ‘tipo de cine que yo hago’ y yo pienso que es de una u otra manera el cine que también se hace en Colombia, pero encuentro en ‘La Familia’ algo que muchas de las películas de la nueva generación de realizadores colombianos no tiene, y es un equilibrio entre la profundidad de las historias que se quieren contar y el nivel de ‘entretenimiento’ que debe tener una película para lograr una vida digna en salas de cine… ¿Cómo lograste que una historia bastante particular -haciendo referencia al presente social, político, económico y humanitario de Venezuela- alcanzara una dimensión de globalidad?

Yo creo que ese acercamiento con audiencias tan distintas tiene que ver con que mi interés principal -y el mayor esfuerzo que hice- estuvo puesto  en hablar y explorar esa relación humana, y después ver a mi país como un personaje y no como un escenario; eso generó como una mirada filosófica de cómo íbamos a hacer la película, de cómo íbamos a mostrar la ciudad y cómo hacerla personaje, algo que realmente venía desde el guión.

Esta es una película que crea las circunstancias de los personajes y es la misma realidad la que detona el drama y de alguna manera los termina encontrando, los forza a eso involuntariamente. Mi foco siempre fue profundizar en esa relación que además es mínima, elemental, el vínculo más básico que existe es el de padre e hijo y yo buscaba indagar dentro de eso, y desde lo personal uno empieza a encontrar el cómo; no tienes que ser un niño de 12 años para identificarte con la manera en que ese chico ve a su padre…

La película conecta por ahí, yo intuyo que esa ha sido la razón por la que la gente ha conectado con la película. Incluso la manera en que yo muestro la ciudad es relativamente hermética, no es una película que hace postales de la ciudad, tiene en su totalidad unos 2 o 3 planos generales, lo demás se cuenta desde el punto de vista de ellos y de cómo ellos miran el mundo. También creo que en ese detalle la película dejó de ser muy local, y aunque después sí hay una capa en toda la historia que los venezolanos leemos con más detalle, la historia que a mí me interesaba -y que siempre me ha interesado como realizador- era explorar las relaciones humanas.

 

Tú hablas de tu país como un personaje y no como una locación, eso es algo que el espectador siente al ver la película, y por esa razón quería preguntarte si la situación actual de Venezuela intervino de una u otra manera en la forma en la que rodaste y elegiste las locaciones...

Sí, definitivamente sí. Una de las características que identificamos muchos venezolanos con nuestra cotidianidad actual, es el agobio que produce ese día a día; es un día a día que exige muchísima energía, muchísimo tiempo -por no mencionar los elementos materiales-, estoy hablando nada más de lo emocional: una cotidianidad donde pequeñas acciones y pequeños deseos se convierten en odiseas diarias, donde una tontería puede significar una especie de victoria porque sientes que es algo que el país te está imposibilitando. Hay como una agresividad en nuestra cotidianidad -y es una sensación que identifiqué cuando empecé a trabajar en la película- y resulta que a todos los venezolanos nos pasa eso, todos los venezolanos que se están yendo hablan de eso: del efecto que crea el vivir durante tanto tiempo con esa complejidad del día a día, cosa de tareas sencillas que terminan siendo odiseas completas.

La película de alguna manera explora ese estado de paranoia, de transacción constante, y lo explora porque es lo que yo siento como habitante y pienso como individuo: en mi país una de las cosas más graves es que todas las relaciones están pasando por transacciones y eso genera un individualismo muy exacerbado, y por eso yo me planteo como punto inicial a un personaje que está ensimismado, un padre que trabaja trabaja trabaja y trabaja como si estuviera en un estado de inercia donde espera que su hijo se críe solo, crezca solo, hasta que el tiempo pase y ese chico pueda vivir su vida él mismo. Y la película forza precisamente a ese personaje a tomar responsabilidad por el otro y esa era una exploración que yo quería hacer, hablar de la otredad.

Resulta que estamos muy concentrados en nosotros porque esa cotidianidad nos lo exige, pero una bofetada me hacer decir ‘No. Ahora voy a hacer esto por esto’ y no lo digo desde un moralismo porque creo que la película no está planteada desde un exceso de moralidad sino desde algo que sale de las tripas, de las entrañas, ‘yo voy a salvar la vida de este tipo’. Pero de eso que vienen de un aspecto muy puntual, en el fondo casi que pragmáticamente se plantea una pregunta más filosófica, y es que si salvando esa vida salvas al individuo de otra cosa, por eso trabajé esa idea de los modelos y de los espejos, de cómo te llegan consejos y recomendaciones por todas las vías respecto a cómo sobrevivir a un lugar como este.


Siento yo, desde afuera, que de esa ‘generación perdida’ va a quedar un hueco en la historia de Venezuela, hay un hermetismo que nos deja con más preguntas que respuestas y para la posteridad habrá una ‘no historia’…

Es un momento complicado para responder una cosa así porque nuestra historia reciente nos ha planteado una sensación de esperanza que no ha tenido respuesta; en el momento en que creemos que hay una posibilidad de que nuestra realidad se transforme hacia algo más positivo, algo pasa y todo se va hacia el lado contrario y las crisis se profundizan, y las crisis que yo más lamento en el país es esa de las relaciones humanas, el estado de depredación social que tenemos. Y hay una generación que, en efecto, el país está perdiendo y yo creo ese hueco va a quedar.

Es decir, yo tengo 40 años y sigo ahí no sé por cuánto tiempo, pero ya hice parte de mi carrera, estudié ahí, tengo una raíz en mi país, pero la gente que tiene 20 años y está huyendo va a perder la conexión, dudo que esa gente regrese. Cuando ocurren esas migraciones de grupos humanos tan grandes es muy difícil que regresen. El país tendrá una generación sin vínculo con lo que somos.


¿Está el cine venezolano contando un episodio de la actualidad del país?

Yo creo que en Venezuela está ocurriendo algo, tienes un cine escapista. De alguna manera yo entiendo a un realizador que se plantea deliberadamente no mostrar cosas de la realidad o que prefiere hablar de las burbujas, porque en un país como ese las burbujas están en todas parte; pero hay otro grupo que quiere narrar el país y la realidad desde lo personal y desde lo pequeño. O sea, no estamos tratando de hacer obras macro sino al revés, estamos contando pequeñas historias que funcionan como capítulos.

Yo jamás pensé hacer una película con tanta resonancia, ni que estuviera cambiando la historia del cine en mi país. Y me pregunto si mi película retrata -filtrada por mi- una realidad, y si el espectador venezolano se va a sentir identificado con ese pedacito de historia.

Nadie es profeta en su tierra y lo que ocurre al final es que lo que están viendo otras personas afuera, capaz que nosotros no vamos a saber leerlo porque además estamos muy metidos.


¿Le temes a la reacción del público venezolano?

Yo estoy muy ansioso de ver, primero pues nadie está yendo al cine por la crisis económica y en fin, hay un montón de cosas. Pero estoy como ansioso de ver la lectura de mucha gente porque por razones entendibles hay una parte de la audiencia que está queriendo no ver la realidad y dice: “para eso salgo a la calle y la veo, no hay necesidad de ver eso.” Es ahí donde hablo de esa historia de relaciones humanas íntimas que cobra una fuerza distinta.

Yo prefiero que ‘el boca oído’ sobre mi película cuando esté en cartelera sea: ‘oye, es una historia sobre este padre y sobre este hijo’, no una historia sobre la crisis en Venezuela.  

Estoy teniendo un súper cuidado, comunicacionalmente hablando tengo que ser muy enfático en eso. Me ha pasado que me entrevistan y empiezan como a llevarte hacia ese tema... si del país se trata nos tomamos una cerveza y hablamos, pero mi película es mi película, es mi historia, además. Es una historia de dos personajes que tiene un contexto, pero que tiene mucha fuerza. Pero el que quiera saber la mirada que yo tengo de la realidad del país, tendrá que interprétela a través de la película.

 

¿No te has dado cuenta que de pronto tú eres quien lleva la conversación hacia el otro lugar, hacia ese que no quieres abordar?…

Puede ser… Y además a mí me apasiona hablar de lo que nos está pasando y las miradas que hay respecto al tema, hay gente que dice: ‘Bueno, este es un país que está en guerra’, ‘la gente se está yendo en balsa del país’, y sí, todas esas cosas están pasando y hay una crisis profunda en muchas instancias, y hay cosas humanas que son realmente tristes y desgastantes, pero yo creo que no es la función de una película contarlo, sería como darle un trabajo demasiado complejo y para uno como autor y como artista, sería  también darse una función que no corresponde. Uno está colaborando de alguna manera, pero la realidad es mucho más grande que uno.

 

¿Qué tanto hay de tus realidades personales en la ficción que propones en ‘La Familia’?

Una de las cosas que hice fue dejar el guión abierto para ir incorporando lo que me llamaba la atención, lo que sentía que pertenecía. Las locaciones son reales y están intervenidas pero con elementos de otros apartamentos, yo no traje nada de otro lugar. También hay escenas escritas porque estuve ahí mucho tiempo, por ejemplo la escena de la conversación sobre sexo fue una escena que escribí durante el rodaje porque quería filmar una escena ahí, pensé: ‘quiero poner a estos chicos ahí a ejercer su privacidad a los ojos de millones de personas’, que es algo muy raro porque la intimidad en lugares superpoblados se da a veces en sitios públicos como la calle, porque tú vas a tu casa y viven 15 personas.

En cuanto a la relación filial y paternal, parte de ciertas inquietudes de cuando yo fui padre; fueron planteamientos propios muy complicados. Mi corto anterior, Nostalgia, trata también de un lazo de un padre con su bebé de 2 años donde la mamá muere trágicamente y son esos primeros tres días de este padre preguntándose qué hacer con ese paquete; y en ese momento era eso, los miedos que me daba a mí la paternidad, la pérdida de la individualidad, de tiempo, de saber que ya tu vida no es tuya porque ahora pertenece a otros. Entonces sí hace parte de mí ese concepto de familia que propongo en la película.

Eso parte más de mis temores, porque afortunadamente he construido una familia de la que estoy muy orgulloso y nuestros núcleos directos son bastante unidos y solidarios. Entonces la película de alguna manera parte de los temores a esas situaciones extremas, de los miedos.


¿Cómo fue la construcción del personaje de Pedro, el niño?

Respecto a los personajes, todos los chicos son actores naturales, de 500 seleccionamos a 20 y los llevamos a un taller por 6 semanas.  Yo tenía tres candidatos y no les dije que yo era el director, les dije que era asistente de los directores de casting y les hacía pruebas y  hacía parte del taller con ellos. De ahí salió este chico, del cual me impresionó mucho su imagen, su cuerpo pasando de niño a grande, una mezcla entre timidez, dureza y fragilidad, ternura.

Como dije, yo tenía el guión muy estructurado en mi cabeza, pero a la vez decidí ser elástico, así que creamos un rodaje prácticamente cronológico para ayudarlo a él y para ayudarme a mí… yo iba editando, reescribiendo, todo al mismo tiempo. Fue muy exigente. El chico después se convirtió en una máquina, porque además es muy distinto al personaje, entonces no funcionaba si no tenía enfrente la cámara. Así se fue construyendo el personaje, con mucha sutileza, con mucha observación. Fue un proceso muy rico para los actores, pero también muy rico para mí desde lo humano y desde el oficio también