“El viaje de Chihiro”: una travesía espiritual cargada de simbolismo

“El viaje de Chihiro”: una travesía espiritual cargada de simbolismo

Hoy recordamos esta obra maestra del director japonés Hayao Miyazaki ganadora de un Oscar a mejor película animada.
Viernes, 5 Noviembre, 2021 - 05:14

Por: María Claudia Dávila

Luego de rehusarse a mudarse de casa, Chihiro y sus padres salen del carro en el que viajan a buscar la ubicación de su nuevo hogar. Están en un frondoso y misterioso bosque. Cruzan un túnel y se encuentran con una ciudad despoblada que tiene atracciones de parque de diversión, uno que otro puesto de comida y varios paisajes al fondo. Mientras sus papás se sientan a comer, aún sin que nadie los atienda, ella, que tiene doce años, explora el espacio. Entonces, se encuentra con otro niño de ojos brillantes, algo diferentes a los de todos los personajes que ya hemos visto. Su nombre es Haku y le dice a Chihiro que debe llevarse a sus padres de allí y huir antes de que anochezca. Pero cuando ella lo hace, ya es demasiado tarde: varios espíritus y criaturas extrañas se toman el lugar y sus padres se convierten en cerdos. 

Producida por Studio Ghibli y considerada como una de las mejores películas de la década de los 2000 y uno de los mejores trabajos animados de todos los tiempos, este largometraje narra la travesía espiritual de esta niña que algunos comparan con Alicia en el País de las Maravillas. Valiéndose de figuras míticas como una bruja maligna llamada Yubaba y su hermana gemela Zeniba, una criatura enmascarada que se transforma dependiendo del entorno en el que esté llamada Sin nombre y varios seres que se transforman en otra cosa, esta película ya ha sido interpretada varias veces a través de distintas miradas. 

Hay quienes hablan del viaje de esta niña, como un viaje hacia la adultez, que la hace alejarse de sus padres, cambiar de nombre, enfrentarse con diversas pruebas que la llevan a encontrar su fortaleza y de una u otra manera, afanosamente buscar su identidad. Sin embargo, para hacerlo, Chihiro debe matar a esa niña un tanto caprichosa que vemos al principio de la película. 

Otra teoría mucho más oscura y hostil dice que el largometraje es una crítica a la prostitución y la explotación infantil en Japón. Chihiro y Haku, entonces, representan niños cuyos cuerpos son explotados por Yubaba en el cuarto de baños, espacio que a su vez ha sido interpretado como un prostíbulo, donde estas criaturas muchas veces benignas, se transforman en horribles seres que con oro y poder intentan seducir a los demás.  

Y aunque dicha explicación se ha difundido bastante, de acuerdo con Miyazaki, la película habla más de un cambio cultural de su país. Los padres de la niña, dice, representan la avaricia de los japoneses cuando llegó el comercio abierto y libre en los ochenta. Estos no se percatan de su transformación en cerdos y Chihiro también se demora un poco en darse cuenta de que su cambio es permanente. La gran cantidad de comida simboliza ese sinfín de productos y necesidades creadas que también cautivan  a los humanos y los ditraen de lo verdaderamente importante.

Así mismo, Yubaba, quien representa una fuerza maligna y avara, está rodeada de elementos de la cultura europea como anillos, joyas y muebles. El escenario, que raya mucho con cualquier otro de la película, evoca la época Meiji, cuando la cultura capitalista occidental se apoderaba de Japón lentamente. Por otro lado, la protagonista sirve como un ejemplo generacional; representa a aquellos niños nacidos después de los ochenta que pudieron ver de cerca las consecuencias del sistema económico, las decisiones de las generaciones pasadas y los errores que cometieron y que aceptan que posiblemente el daño es irreversible. 

De esta manera El viaje de Chihiro se convierte en una crítica a la sociedad japonesa moderna por los conflictos generacionales que existen, la lucha a la desaparición de las costumbres y la cultura tradicional que se diluye en una sociedad global. Con varias referencias al antiguo Japón, como la adoración a los espíritus de la naturaleza llamada también Shintō o sintoísmo— como la referencia constante al dios del río que juega un papel estructural en el viaje de Chihiro— Miyazaki logra hacer una profunda reflexión, algo nostálgica, sobre esta cultura. 

Y aunque esa visión haya sido intencionada, esto no quiere decir que todas las preguntas se resuelven con esta interpretación. Esto tal vez ocurre paradójicamente porque muchos de los que nos acercamos a esta magnífica obra, no estamos lo suficientemente familiarizados con la cultura, tradición y simbolismo japonés. Por eso está película sigue dando tanto de qué hablar y generando tantas preguntas. 

Quizás, sumergirse en este mítico universo y simplemente sentirlo con las tripas, el corazón, el cuerpo entero y con nuestras propias memorias y visiones de la vida es lo único que nos puede ayudar a acercarnos a ese viaje espiritual, tan complejo y único, como el que la misma Chihiro atraviesa cuando decide cruzar ese túnel. 

Si no la han visto, aquí pueden ver su trailer: