“Apocalypse Now”: un viaje al corazón del infierno
La guerra es una pesadilla que no termina nunca. Es lo opuesto a lo que algunas producciones de Hollywood intentan mostrar, donde se muestra como un lugar en el que se pone a prueba el valor, el honor y el amor a la patria, cuando en realidad verdad es un traumático viaje por el río Averno directo al último círculo del infierno. Eso fue lo que Francis Ford Coppola buscó retratar en 1979 cuando estrenó “Apocalypse Now”, un descenso al lado más oscuro del ser humano. A la mente de la bestia que se desata cuando se pierde todo rastro de humanidad.
Basada en la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas (1899), y ambientada en el marco de la Guerra de Vietnam, esta película trata sobre el viaje por un río que el capitán Benjamin L. Willard (Martin Sheen) y su tropa deben hacer para eliminar al coronel Kurtz (Marlon Brando), un oficial disidente del ejército estadounidense que perdió la cordura y se atrincheró en Camboya donde controla un territorio como si fuera un semidios.
Estas son tres horas de delirio que marcaron la historia del cine. “Apocalypse Now” no solo es considerada la mejor película de Coppola, sino que es uno de los retratos más crudos y delirantes que se han hecho de la guerra. En 2001 se lanzó “Apocalypse Now Redux” que incluye 41 minutos más de angustia y locura, y desde noviembre esta versión se puede disfrutar en Netflix.
Es interesante que en estos momentos surreales regrese esta película, no solo porque es una de las grandes joyas del cine, sino porque la historia de su realización es alucinante. Originalmente “Apocalypse Now” estaba planeada para ser rodada en 16 semanas en las selvas de Filipinas, pero su producción tardó 15 meses y se dice que Coppola contempló el suicidió más de una vez, porque todo lo que podía salir mal, salió mal.
Es como si todo el equipo de la película se hubiera visto forzado a enfrentar la angustia de estar atrapados en la selva a la espera de la muerte, para así poder plasmar ese sentimiento en la cinta. Por eso cada secuencia es como estar pasando por los círculos del infierno, desde la primera toma que es una explosión de napalm con "The End" de The Doors sonando al fondo, pasando por la famosa escena en la que unos helicópteros atacan una aldea mientras suena “La cabalgata de las valkirias” de Wagner, hasta cuando llegan al territorio del coronel Kurtz, lleno de cuerpos desmembrados. Cada plano de la película nos sumerge en un mundo absurdo, violento y desesperanzador.
Al igual que en un combate en el que entre la angustia, el miedo y el instinto de supervivencia se invierte cada segundo buscando una forma de sobrevivir, el equipo que trabajó en la película tuvo que hacer lo mismo porque no solo la producción estaba en peligro sino sus vidas y su dignidad.
Durante el rodaje, el tifón Olga arrasó con Filipinas, lo que demoró la grabación. Además Coppola no tenía ni guión, ni plan de rodaje, ni siquiera un actor principal. Después de ser rechazado por Steve McQueen, Al Pacino, Robert Redford y Jack Nicholson, el director puso sus esperanzas en Martin Sheen, quien estaba luchando contra la ansiedad y el alcoholismo, y casi fallece después de sufrir un infarto en pleno rodaje. Se dice que Coppola tuvo un ataque epilético cuando se enteró y que si su actor principal moría, estaba dispuesto a ocultar la noticia hasta terminar el resto del rodaje. Todo lo que fuera necesario para acabar la película.
Pero esos no eran los únicos problemas. Buena parte de la producción y los actores se la pasaron drogados con LSD, marihuana y cocaína; los helicópteros usados fueron prestados por el dictador filpino Ferdinand Marcos y cuando no estaban grabando entraban en combate; los cadáveres usados en unas escenas eran reales, fueron robados de sus tumbas y hasta hoy no se sabe dónde quedaron. Además, como la Guerra de Vietnam real había acabado poco antes de la producción, no mucha gente estaba dispuesta a financiar un retrato tan crudo de esta y, a pesar de que la película tuvo un presupuesto bastante alto para la época, Coppola terminó con una deuda de 30 millones de euros.
Como si todo esto no hubiera sido suficiente, a parte de lidiar con los animales que merodeaban por el set de grabación, Coppola tuvo que aguantar a Marlon Brando, que no quería hacer nada. El actor no se memorizaba sus líneas, su icónico monólogo de 18 minutos en su mayoría fue improvisado. Y en ese punto de su vida estaba obeso y no quería salir así en cámara, lo grabaron en las sombras. Afortunadamente lograron grabar todo lo necesario, porque un día Brando se cansó y se fue, después de cobrar tres millones de dólares.
Tras cuatro años de ires y venires, cuando al fin terminó, Coppola pensó que la película había sido un desastre, pero ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes. Allí dijo sus famosas palabras: “Éramos tipos con acceso a demasiado dinero y a demasiados materiales, y poco a poco nos fuimos volviendo locos. Mi película no es sobre Vietnam. Mi película es Vietnam”.
Durante el festival el director también lanzó una predicción que decía que la tecnología digital iba a cambiar el cine para siempre. Y tenía razón, ya que este tipo de rodajes son cada vez más raros de encontrar en el cine comercial. Los grandes éxitos taquilleros suelen grabarse frente a una pantalla verde y ahora que la pandemia congeló decenas de proyectos, hacer todo a punto de tecnología digital es lo más rentable. Y si bien el uso de estas herramientas no es del todo malo, saturar la producción del mercado con solo películas hechas en CGI no es tan bueno porque da paso a la monotonía y a la larga es aburrido.
Hay que volver a esta caótica película, ya que de forma magistral logra poner sobre una pantalla el potencial del ingenio humano. Ya sea para mostrar su lado más perverso o su lado más creativo.