Diego Guerrero y Muerdo: dos orillas se reconocen en una canción
Hay encuentros que no se planean: simplemente suceden. No responden a estrategias ni a agendas, sino a una intuición compartida. El de Diego Guerrero y Muerdo pertenece a esa estirpe rara de cruces donde la música no se explica, se reconoce. Dos maneras de cantar el mundo, una nacida del compás flamenco, otra de la canción mestiza y latinoamericana, se miran de frente y descubren que hablan el mismo idioma, aunque lo pronuncien distinto.
El primer gesto fue casi un juego, una elección guiada por la memoria y la curiosidad: “Ódiame”, el vals peruano que ha atravesado generaciones y voces legendarias. En esa letra que prefiere el odio antes que la indiferencia, ambos encontraron un territorio común: la emoción sin atajos, la intensidad como forma de verdad. Aquella sesión espontánea no dejó solo una grabación, sino una certeza: ahí había una conexión real, algo que pedía continuar.
Ese impulso se materializa ahora en Cara de Payaso, una canción con historia propia que, en manos de Guerrero y Muerdo, vuelve a respirar desde el presente. Lejos de la nostalgia complaciente, la versión se apoya en una lectura abierta y vital, acompañada por un ensamble orquestal que convierte la interpretación en un pequeño acontecimiento sonoro. Vientos que evocan la elegancia de las grandes orquestas, una base rítmica donde conviven timbal, bongó y congas, piano y bajo sosteniendo el pulso, y coros que amplían el paisaje emocional.
Las voces no compiten: dialogan. Se escuchan, se sostienen, se ceden espacio. El resultado tiene algo de celebración compartida y algo de confesión íntima, una mezcla que transita con naturalidad entre la melancolía y la alegría. Es música que invita al movimiento, pero también a la atención; que sonríe sin perder profundidad.
Esa energía se amplifica en el videoclip grabado en directo en los estudios PKO de Madrid. No hay artificio ni distancia: la cámara acompaña, observa, deja que la canción se construya en tiempo real. Instrumento a instrumento, el espectador entra en el corazón del encuentro y entiende que lo importante no es la perfección, sino la complicidad.
Con este proyecto, Diego Guerrero y Muerdo celebran la música que los formó y la que siguen defendiendo hoy: una música sin fronteras rígidas, hecha de raíces que dialogan y de emociones que se reconocen. Una canción iberoamericana que no mira al pasado con nostalgia, sino que lo trae al presente para volver a hacerlo vivo.